Primera parte: El nacimiento de un héroe

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"Y cuando el bosque los escogió, no se equivocó, pero los hijos de estos, si..."

 El avaricioso rey caminaba nerviosamente de un lado a otro, pasándose las manos repetidas veces por el cabello y gruñendo por lo bajo

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 El avaricioso rey caminaba nerviosamente de un lado a otro, pasándose las manos repetidas veces por el cabello y gruñendo por lo bajo. Frente a él se encontraba una puerta, tras la cual se encontraba su joven esposa en pleno trabajo de parto.

«Esto no debería estar sucediendo» Pensó inquieto «No necesito un descendiente. No puedo permitir que alguien me robe mi trono». Apretó los párpados y resopló furioso.

 Del otro lado de la puerta, una joven de rasgos delicados y cabello rojo fuego, gritaba y gemía de un insufrible dolor mientras dos mujeres mayores la atendían colocándole pañuelos mojados en la frente y animándola a pujar.

 Hacía un día que la joven de cabello rojo gritaba y sufría los dolores del parto, pero no conseguía dar a luz a su bebé.

 Con un grito ensordecedor, la mujer pujó una vez más, y el llanto de un bebé comenzó a escucharse por toda la habitación. Con un suspiro de alivio colectivo, las dos mujeres se acercaron más a la joven procediendo a cortar el cordón umbilical, para después limpiar al bebé con agua tibia y luego lo envolvieron en mantas hechas del mejor algodón del reino.

 La puerta se abrió con un estrépito dejando entrever al rey, haciendo que los llantos del bebé aumentaran y sobresaltara a las dos mujeres.

—Deben llevárselo de aquí, ahora mismo —ordenó a las criadas con voz fuerte y autoritaria. Su mujer, al escuchar semejante cosa, abrió los cansados ojos y se fijó con temor en la cara de su esposo.

— ¿Qué quieres decir con que se lo lleven? — preguntó con un tono de desesperación comenzando a teñir su suave voz.

—Lo que escuchaste, que se lo lleven. No lo quiero ver por aquí —anunció levantando el mentón amenazante hacia las criadas que, agachando la cabeza, se fueron retirando con el agitado bebé en manos.

— ¡Esperen! —gritó la reina. Las criadas se detuvieron y se dieron la vuelta lentamente con miedo. La de la derecha, la mujer que cargaba al alborotado bebé, lo mecía tratando de calmar sus incontrolables llantos, cosa que no sucedía — Ese es mi hijo, fruto de mi vientre, y no lo van a separar de mí—sentenció, con la voz más firme que pudo, incorporándose lentamente sobre la cama haciendo muecas ante el dolor en su vientre bajo.

 La reina era una mujer de carácter fuerte que no se dejaba controlar por su esposo, aunque éste fuera el mismísimo rey; y el rey era un hombre estricto y ambicioso, todo lo que quería lo conseguía.

—Este es mi reino y puedo desterrar a quien me plazca —El rey se acercó unos pasos más a las criadas y le mandó una mirada severa a la de la derecha—. Así que si yo digo que ese niño se va, es que se va.

— ¿Ese niño? — exclamó furiosa la reina. Frunció el ceño mirando fijamente a su esposo y luego, dijo escupiendo las palabras: — Pues te informo que ese "niño" es tu hijo, quieras o no. La mitad de él es parte de ti y estará anclado a tu sangre de por vida, así no lo desees ni en tu vida ni en tus tierras.

 El rey se acercó más con paso decidido, quedando a un paso de la cama de su esposa. La miró desafiante.

—Si yo decido que mi sangre no corra por sus venas, no lo hará. Si yo decido llamar a ese engendro "niño", así lo haré. Y si sigues cuestionando mis órdenes me veré obligado a tomar medidas drásticas — amenazó —, y tú sabes que no deseas que eso suceda —agregó con la sonrisa más falsa que pudo colocar, haciendo que ésta pareciera más una mueca que otra cosa.

 La tez de la joven se volvió pálida al instante de oír esas palabras. Ella sabía lo que era capaz de hacer el hombre que tenía parado al frente. Lo había visto decapitar el mismo a un sirviente sólo por el mero hecho de no haberlo llamado "su alteza", y otras incontables cosas mucho peores. La reina no quería morir, pero no podía permitir que le arrebataran a su hijo; había sufrido un día entero de horrorosos dolores para poder traer a su bebé a la vida y no iba a permitir que se lo quitaran así, por más miedo que sintiera.

—No voy a... permitir que te lleves a mi... mi hijo — tartamudeó, tratando de sonar valiente. El rey soltó una carcajada por lo patética que veía a su esposa en ese momento: asustada pero decidida.

—Oh, querida. Deja de luchar, sabes que es en vano — le dijo divertido. Se agachó, quedando a la altura de su esposa, y la miró con simpatía morbosa—. Vas a descansar y mañana despertarás como si nada hubiera pasado; nunca estuviste embarazada y nunca tuvimos esta penosa conversación, ni mucho menos diste a luz a mi primogénito —habló lentamente con voz melosa. Por un momento sus ojos se volvieron rojos.

 Los ojos de la reina quedaron en blanco por un momento, y al segundo siguiente estaba parpadeando aturdida. Miró alrededor de la habitación desorientada, para luego cerrar los ojos y desplomarse, inconsciente, sobre la cama. El rey, satisfecho por su trabajo, se levantó y se volvió hacia las criadas.

—Ustedes no vieron nada —espetó el rey—. Ahora, van a llevar al bebé al hogar de acogida en Minru o donde sea, pero que se encuentre lo más lejos posible de mi castillo. En lo que me queda de vida no quiero escuchar hablar de él, no me quiero acordar de su existencia ¿Entendido?

 Las dos mujeres asintieron hipnotizadas y se apresuraron a salir de la habitación con el bebé, ahora dormido en sus brazos.

 Momentos después un caballo se alejaba rápidamente del castillo a galope. Sostenido fuertemente por el jinete, se encontraba una cesta con el bebé recién nacido dentro, que lloraba descontroladamente por el incesante movimiento del caballo y por el hambre que comenzaba a sentir. Tenía las mejillas sonrojadas que hacían juego con su incipiente cabello.

 Escondida en una esquina del castillo, una figura menuda presenciaba al jinete y su caballo. Cuando estos partieron, la figura los siguió, con paso lento pero firme.

El poder de la gemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora