Monedas para un prostíbulo

15 4 1
                                    

 Para Rhys la oscuridad no era un impedimento a la hora de caminar por los caminos de tierra y piedras. Se sabía el camino a casa de Merilie de memoria, como si de la palma de su mano se tratase. Si le pedían que llegara con los ojos vendados, seguramente podría (seguramente, porque aún no lo había intentado). Iba con andar tranquilo y perezoso debido al sueño que le estaba entrando. Llevaba desde el amanecer trabajando.

 Mientras seguía su camino, el chico se puso a pensar en su primer día de trabajo. A penas tenía once años y para ese entonces Merilie ya le había enseñado todo lo que sabía, y él había aprendido unas cosas extras: quien es rico y derrocha su dinero en prostíbulos, y quién no.

 Ese día había acudido al mercado solo, ya que Merilie se encontraba en cama reposando debido a una gripe leve. No era la primera vez que iba a ese lugar solo, y no era la primera vez que regateaba con mercaderes, por lo que se sentía confiado.

 Llevaba una bolsita con unas cuantas monedas, pero no las suficientes para comprar alimentos y un remedio para la anciana, por lo que cuando vio unos tentadores braces en una bolsita de cuero colgando de la cintura de un hombre, decidió expropiarse algunos. El hombre, a todas vistas, era un noble con mucho dinero. Tenía el cabello rubio ceniza perfectamente recortado y una sonrisa maliciosa en sus labios, que se dirigían a la boca de una mujer con muy poca ropa. Estaban fuera de un prostíbulo, por lo que Rhys no tuvo que usar mucho la cabeza para saber qué tipo de mujer estaba observando. No es que le importara.

 Deseó que nadie lo viera y pudiera quedarse con un par de broces, ya que con una moneda de plata le bastaría. Y así lo hizo, con una agilidad que no debería tener un niño de once años, fingió que corría para encontrarse con su madre y se tropezó con el noble. Este, furioso, le dio un empujón y lo obligó a alejarse de él mientras murmuraba palabras no aptas para menores. Pero lo que él no sabía era que, a la hora de alejarse, Rhys llevaba consigo cinco monedas de plata que había robado de su bolsita.

 Feliz luego de comprar la medicina para Merilie y los comestibles necesarios, se alegó con paso animado con unas monedas de más. En el camino se encontró con unos niños no mucho menores que él en un rincón, pidiendo dinero. Estaban mugrientos y se les marcaban las costillas de una manera que parecía dolorosa. Rhys, al recordar lo mal que lo había pasado la semana que había estado en las calles, le dio las monedas que le sobraban a los niños, a quienes se le iluminaron los ojos de inmediato y balbucearon agradecimientos al niño.

 Recordar eso hizo que una sonrisa casi aflorase en los labios de Rhys mientras divisaba la casa de su anciana favorita. Comenzó a silbar una melodía cuando vio a los pajaritos que siempre pululaban en un roble cercano a su casa, y estos inmediatamente comenzaron a repetir los silbidos del joven.

 Dentro de la casa de la anciana, un gato atigrado de color gris y espeso pelaje, ronroneó al escuchar a lo lejos la melodía del chico. Salió por un hueco en una pared y corrió con alegría hasta que se topó con el chico. Sin dejar de silbar, Rhys se agachó para acariciar al animal, mientras que este se mostraba bastante satisfecho.

 Recorrieron el poco camino que les quedaba hasta una choza con paredes y techo de madera. No era muy grande, pero una vez entrabas era acogedora y hogareña. Rhys se había encargado de mejorar las paredes y el techo cuando tenía trece años, luego de que una fuerte lluvia hubiera dejado hecho un asco el techo y gran parte de las paredes, y desde ese entonces, la casa no daba indicios de envejecimiento, salvo un musgo que crecía desde el suelo y rodeaba una parte de las paredes de madera.

 Cuando llegó a la puerta tocó tres veces antes de entrar, solo por cortesía. Aunque llevaba viviendo los últimos trece años en ese lugar, siempre avisaba antes de entrar para que Merilie estuviera al pendiente, aunque esta siempre le reprendiera por hacerlo...

—No sé cuántos años te voy a seguir diciendo que no hace falta que toques la puerta antes de entrar. Me van a salir más arrugas del estrés si sigues así... —comenzó a reprochar una anciana que estaba sentada en una vieja hamaca al lado de la pequeña chimenea de piedra (la única cosa de piedra en el lugar).

—No creo que sea posible que le salgan más arrugas, bella mujer —comentó el chico con un tono divertido mientras depositaba en una mesita al lado de la entrada la bolsa que llevaba todos los días, y su túnica remendada.

 Cuando Merilie divisó al joven chico de cabello hechizante, frunció el ceño en un gesto de disconformidad. Depositó el libro que se encontraba en sus manos sobre su regazo, mientras negaba con la cabeza, intentando parecer enfadad por el insulto (¿O había sido un cumplido?) que le había dedicado el chico. Aunque en realidad se encontraba divertida, y una sonrisa pedía salir de sus labios.

—Esas no son formas de hablarle a tu cuidadora. ¿Sabes todo lo que he hecho por ti en estos años? Por lo menos deberías recompensarme con cumplidos y una taza de té.

 Asintió satisfecha cuando, con una sonrisa de disculpa y un brillo divertido, Rhys se retiró al patio para recoger unas hojas para hacer su té preferido. No sin antes darle un tierno beso en la mejilla.

 Desde el día que lo conoció, Merilie sabía que ese muchacho se iba a quedar grabado en su corazón. Pero, aparte de eso, también se había quedado grabado en su alma.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 23, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El poder de la gemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora