Hay personas que creen en los cuentos de hadas, esos que les cuentan sus padres y sus madres, incluso sus abuelos; y hay personas que simplemente no creen, que todo eso le parecen puros disparates creados para entretener a niños ingenuos. Rhys se encontraba entre el grupo que le gustaban los cuentos de hadas pero que creían que eran disparates. Para el los disparates eran buenos, porque una persona completamente cuerda no podía apreciar la belleza de esos cuentos, y todo lo que ellos encerraban.
Cada vez que dejaba un montoncito de monedas de cobre para alguna familia y tocaba la puerta, por más estropeada que estuviera, a Rhys le gustaba pensar que la felicidad en los ojos de la persona que encontraba aquellos pequeños tesoros eran un cuento de hadas: irreal y fantástico, que poco a poco llenaban un pedazo de él.
Esa noche, cuando dejó una pila de pequeños braces de bronce en el suelo y tocó la puerta de madera torcida en los goznes, salió corriendo y se escondió a la sombra de un robusto árbol que lo tapaba completamente. Esperó pacientemente unos segundos hasta que la puerta se abrió con un quejido y detrás de ella se asomó un hombro vistiendo harapos y con la cara llena de hollín. Al no ver a nadie, frunció el ceño, confundido, pero instantes después notó el montoncito de monedas que habían caído con un ligero tintineo al ser empujadas por la puerta.
En el interior de Rhys creció una sonrisa cuando la mirada de incredulidad del hombre pasaba a una mirada de alegría y emoción tras leer la pequeña nota que venía con los braces. Instantes después, para el regocijo del chico escondido en la penumbra, el hombre llamó a grito en pecho hacia el interior de la pequeña choza. Del interior salió un niño de no más de diez años, confundido por la llamada de su padre, pero su mirada se iluminó cuando su padre señaló al suelo y le dijo algo al oído. El niño río con regocijo y recogió las monedas lo más rápido que pudo para luego lanzarse a los brazos de su padre.
Eso era lo que más le gustaba a Rhys luego de los cuentos de hadas: ver la emoción de las personas a las que ayudaba. El señor y su hijo tendrían para comer como mínimo para medio ciclo, y si ahorraban un poco para un ciclo completo. Si eran inteligentes y no estaban tan desesperados, invertirían esos braces de bronce y los convertirían en unos braces de cobre, para luego sustituirlos por unos de plata, y luego subsistirse por un buen tiempo.
Como siempre, se alejó a paso perezoso, dejando a la familia de dos (o tal vez más) compartir su felicidad en privado; porque había cosas que se compartían, como el dinero, y otras cosas que se dejaban para uno mismo, como los momentos felices (depende a quien le preguntes).
Cuando pensaba en familia lo primero que se le venía a la cabeza a Rhys era una anciana de cabellos completamente blancos, sonrisa con dientes de falta, y una buena historia: en resumidas cuentas, Merilie.
Recordaba muy bien el día que Merilie había decidido acogerlo en su familia de uno, para convertirla en una familia de dos. Era una noche fría y las estrellas brillaban en lo alto del cielo...
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El poder de la gema
FantasySegún las leyendas, nadie que entra al Gran Bosque, sale intacto. Ya sea físicamente, o mentalmente. A Alira, la princesa de Peront esas historias de viejos le dan igual, desesperada como está, por buscar una cura para su enfermo hermano. Tras haber...