Alira caminaba con andar decidido y enfadado en dirección a la habitación de su hermano. Llevaba varios ciclos con un plan en mente, para poder hacer algo para su hermano, pero el tener que casarse con el rey Keanu adelantaba sus planes. Debía partir esa misma noche si quería conseguir una cura para su hermano.
Milo, el segundo hijo del rey Veltor, había nacido con problemas de salud. Los curanderos y los médicos más importantes del reino (y de algunos reinos vecinos) habían acudido a él, intentando descubrir que era lo que le ocurría, pero ninguno lograba dar con su enfermedad, y con mucho menos, una cura.
A Alira se le partía el corazón cada vez que su hermano tosía o se llevaba la mano al pecho, en un gesto de dolor. Había suplicado a su padre que enviara exploradores al Bosque para poder conseguir la cura para su hermano, pero Veltor no estaba de acuerdo con su hija, y creía que hablaba de puros disparates.
Pero Alira estaba segura: en alguna parte del Bosque Minruta había algo o alguien que podía ayudar a su hermano. Había leyendas que hablaban de una pócima que curaba todo mal, o de una pomada que cerraba toda herida. Había muchas versiones, y si así era, alguna de ella debía de tener algo de verdad.
Cuando llegó a la puerta de su hermano, custodiada por dos guardias, se paró en seco y trató de alivianar su gesto; no quería asustar a su hermano haciéndolo pensar que estaba enfadada con él. Cambió su ceño fruncido por una sonrisa y le hizo un gesto al guardia para que abriera la puerta. El guarida, obediente, empujó la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido, y le dedicó una reverencia mientras la princesa se internaba en la gran habitación de su hermano pequeño.
Milo, como casi siempre, estaba acostado en su cama de dosel, tapado por un sinfín de sábanas del mejor material del reino. Al escuchar la puerta abrirse, levantó ligeramente su cabeza, y sonrió con alegría al ver a su hermana. Alira, sin poder evitarlo, cambió su sonrisa falsa por una sonrisa verdadera al ver a su hermano, pero no pudo evitar que la pena y la nostalgia se colaran un poco en sus ojos.
Milo tenía cuatro años menos que Alira, es decir, tenía trece años. A pesar de eso, su hermano tenía las mejillas hundidas y bolsas oscuras debajo de los ojos, haciéndolo parecer mayor de lo que era, y muy enfermo.
— ¿Te fue bien con padre? —le preguntó el niño intentando incorporarse en la cama para poder hablar mejor con su hermana. Alira apresuró el paso y se sentó a su lado para ayudarlo a sentarse cómodamente.
Mientras le acomodaba las suaves almohadas detrás de la espalda, con cuidado de no mirarlo a los ojos para que no descubriera su mentira, dijo:
—Puede decirse que si — Le sonrió y revolvió con una mano el oscuro cabello de su hermano.
Milo sonrió para su hermana, pero hizo un gesto de encogerse para que no lo mimara de aquella manera. Ya no era un niño pequeño, y aunque le seguían gustando los mimos de su hermana, quería parecer mayor y más seguro para que ella no sintiera lástima por él.
—Eso es fantástico. ¿Qué has hecho en el día? —preguntó el niño, tratando de enderezar la espalda para no parecer tan enfermo.
—Bueno, esta mañana estaba en mis lecciones de baile cuando oí un chisme de una sirvienta...
Y comenzó a contarle el chisme que había oído. Luego le contó lo demás que hizo en el día, mientras de vez en cuando le picaba en la barriga con un dedo. Decoró algunas cosas para que parecieran graciosas e hicieran reír a su hermano, y agregó algunos datos que no eran verdad para endulzar la historia.
A Milo le encantaba cuando Alira le contaba su día, ya que la chica lo hacía como si fueran las travesías de una heroína en un malvado castillo. Cada día hacía lo mismo, y Milo esperaba con ansias a que llegara esa hora del día.
Cuando cayó el sol, la princesa se despidió de su hermano, prometiéndole que volvería antes de dormir para contarle algún cuento, y se fue directa a los jardines del castillo.
Una vez ahí comenzó a recoger unas plantas que creía le podían servir en el viaje que iba a emprender, y como todas las tardes salía a aquel lugar y cuidaba sus plantas, a nadie le pareció raro verla hurgando entre la tierra. Mientras guardaba las plantas en un saquito, iba apareciendo una opresión en su pecho al estar consciente de que se separaría de su hermano por no sabía cuánto tiempo.
Una vez terminó ahí, se dirigió a su aposento. En el camino una joven del servicio le preguntó si quería que le preparara el baño, y Alira, agradecida, le dijo que sí. Cuando llegó a su habitación, le pidió al guardia que custodiaba el pasillo que la avisara cuando llegara la joven para llevarla a su baño.
Así pues, se encerró y comenzó a preparar su bolsa de viaje para, por lo menos, un ciclo. No creía dudar tanto, en todo caso que volviera. Había oído un montón de rumores sobre las bestias que andaban por esas tierras, pero Alira estaba dispuesta a correr cualquier riesgo en favor a la salud y el bienestar de su hermano. Esperaba que todo saliera bien.
ESTÁS LEYENDO
El poder de la gema
FantasíaSegún las leyendas, nadie que entra al Gran Bosque, sale intacto. Ya sea físicamente, o mentalmente. A Alira, la princesa de Peront esas historias de viejos le dan igual, desesperada como está, por buscar una cura para su enfermo hermano. Tras haber...