Maria "Marimacha"

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María era una chica denominada, según el argot peruano, marimacha. Es decir, no se interesaba por las cosas de niñas tales como hablar de novios, salir a bailar, tener amigas alcahuetas, sino que ella prefería los juegos de niños. Jugar al trompo, a las canicas, al balompié era usual en ella. De modo que todos sus amigos eran varones, y estos solían llamarla María Marimacha. Ella no se molestaba; de hecho, los consideraba su segunda familia.

Cuéntase la cruel y macabra historia de que una mañana embebida en neblinas, su madre, una señora muy déspota y prepotente, la envió al mercado a comprar ciertos ingredientes para preparar el almuerzo. Como era bien sabido que María tenía memoria selectiva, su madre le hizo la lista de cosas que debía comprar. El contenido rezaba:

—1/4 de aceite

—1 kilo de carne

—1/4 de corazón de res

Salió, como se dice, volando. En el camino, a menos a dos cuadras de su casa, divisó a su grupo de amigos.

—¡Eh! María Marimacha, ven acá a jugar con nosotros, ¿o es que acaso temes que te ganemos, gallina?

—Por supuesto que no les temo.

—Pues entonces déjate de tonteras y ven a jugar.

—Lo que pasa es que mis canicas están en mi casa y si es que las recojo mi mamá me pegará.

—Entonces vete y no vengas más, ya no queremos juntarnos con niñas de mamita.

María, ante la semejante desgracia que era perder a sus amigos, a su segunda familia, se acordó del billete que tenía entre las manos. Se dijo: «Gastaré solo cincuenta céntimos en bolitas, de modo que mi mamá no notará esa pequeñez de dinero. Y si lo hace, le diré que la carne o el aceite han subido de precio». Y así lo hizo, gastó cincuenta céntimos en canicas y se puso a jugar. Tras un rato se sorprendió sin ninguna bolita, puesto que se las habían ganado. Atinó a comprar otros cincuenta céntimos. «¿Qué es cincuenta céntimos?», pensó. Así lo hizo, pero al rato se las volvieron a ganar. Continuó comprando, perdiendo, comprando, perdiendo, cuando, de pronto, se dio cuenta de que no le quedaba más dinero. Fue aquí que María se acordó de lo que su afición por los juegos de canicas le habían hecho olvidar: ¡LAS COSAS PARA EL ALMUERZO!

—¿Qué hago ahora? —se preguntó—. Mi mamá me va a dar como a rata.

De pronto se acordó de algo que podría salvarla de la situación en la que se encontraba. Aunque era algo desagradable, peor era ser molida a golpes por su madre. Se trataba de su tío, que había fallecido hacía poco. Fue al cementerio y, con un trocito de vidrio que había encontrado en el camino, se apresuró a extraer lo que tenía escrito en la lista. Primero extrajo el aceite, luego rebanó un poco de carne de la pierna, puesto que la parte pierna era la preferida por su madre, y, finalmente, rebanó un poco del hígado.

Se lavó las manos ensangrentadas con la ayuda de una manguera que era usada para regar las plantas y regresó a su casa como si nada hubiese sucedido. Su madre la interrogó del porqué de su demora, pero esta ávidamente le respondió que había mucha gente en el mercado y que por eso se había demorado tanto. Luego del almuerzo, del que por cierto María no había probado bocado, su madre exclamó: «¡Eres una tonta, María, no sabes de lo que te perdiste; la carne estuvo deliciosa y suavecita, y ni hablar del higadito, quedó riquísimo en la sopa!».

María se limitó a esbozar una sonrisa fingida.

Ya por la tarde, su madre le preguntó que si quería salir a comprar ropa alegando que vestirse como mujer le iba a hacer muy bien a su aspecto, pero María rechazó la invitación. Luego, su hermana le preguntó si quería ir al cine, pero volvió a rechazar la invitación; prefirió quedarse sola en casa... Craso error.

Se encontraba en su cuarto en el tercer piso mirando un partido importantísimo de su club de fútbol preferido, cuando, de pronto, el televisor se apagó de golpe y el ambiente repentinamente se tornó frío. Los cuadros en las paredes empezaron a vibrar y los cristales a partirse. Una voz surgió del rincón más oscuro de su habitación, una voz lúgubre que retumbaba en sus oídos: Mariiia Marimaaacha, devuélveme mi corazooón...

Completamente aterrada, salió de la habitación y bajó las escaleras rumbo al segundo piso con el propósito de no escuchar esa voz tan horrible. Pero la voz no se detenía, de hecho, sonaba aún con más potencia en ese nivel: Mariiiia Marimaaacha, devuélveme mi corazooon. Los muebles, cuadros y en general todos los objetos que estaban en dicho piso cayeron y, una vez en el suelo, continuaron agitándose, estremeciéndose. Mariiiia Marimaaacha, devuélveme mi corazooon. La voz no se detenía, sonaba cada vez más próxima. Mariiiia Marimaaacha, devuélveme mi corazooon.

Aterrada y sudorosa, María bajó al primer piso, divisó la puerta de la calle y se apresuró a ella. Intentó abrirla, pero la puerta no cedía. La voz volvió a estremecerle el cuerpo: Mariiia Marimaaacha, devuélveme mi corazoooon. Sonaba cada vez más y más fuerte: Mariiia Marimaaacha, devuélveme mi corazoooon. María, mientras intentaba inútilmente abrir la puerta, escuchó jadeos. Giró y pudo contemplar que una mancha completamente negra se deslizaba por el techo directamente hacia ella. En esos momentos, el foco empezó a parpadear para luego explotar. La mancha negra siguió pronunciando: Mariiia Marimaaacha, devuelveme mi corazoooon. Acto seguido, se abalanzó sobre María Marimacha.

Cuando la madre llegó a casa, contempló un cuadro de horror de proporciones astronómicas. La sala se hallaba completamente teñida de rojo, sobre la mesa los brazos y las piernas de María goteaban sangre. Salió espantada de la casa, gritando hacia todas las direcciones que alguien la ayudase. Cuando llegó la policía, indagaron más a fondo el asunto. En el segundo piso hallaron aún más sangre; las paredes, los muebles, la escalera, todo se hallaba salpicado. Además, hallaron el tórax de María con las vísceras completamente salidas. En el tercer piso se encontró su cabeza, tenía una expresión de horror en el rostro, los ojos blancos y espuma en la comisura de los labios. Al lado de la cabeza, completamente limpia, encontraron la lista de compras. De más está decir que jamás encontraron el corazón y el hígado de María Marimacha.

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