Me enamoré. No sé si fue su luz, la forma en que me rodeaba su cuerpo, o sus inseguridades que parecían más grandes y profundas que las mías. No recuerdo cómo ni cuándo me di cuenta de lo que sentía, porque su presencia fue constante desde mi nacimiento, incluso desde antes, pero el amor del comienzo me trataba con inocencia, y el del final se había hecho más fuerte, físico, demasiado para que mi cuerpo pudiese contenerlo. Lo entendí antes de que alguien se atreviera a decirme que debía olvidarlo; un amor tan fuerte es malo, lastima. Te puede explotar el pecho, decía mi madre, decían todos. No me importaba; yo quería que explotara, porque la única forma de estar juntos era perdiendo todo eso que me ataba. Al principio no supe cómo hacerlo, porque la sangre me asquea y tampoco quería que sucediera en mi casa. Salí de noche, porque ahí era cuando nos encontrábamos, cuando yo lo encontraba. Aquella vez el conjunto de sus partes resplandecía más que nunca. Lo tomé como una señal; me estaba llamando en un idioma que se envolvía en el viento, y lloré mientras lo sentía acariciar mi rostro, cansada de no poder contestarle sin sentir que no me estaba entendiendo. Seguí caminando.
Cerca del pueblo donde vivía había un río – que con los años vi secarse por completo –, y fue allí donde nos unimos. Por casualidad o destino abrí los ojos al sentir el frío del agua subir por mis pies y cuando las lagrimas se despejaron pude verlo; mi rostro y él detrás, su luz disipando las sombras. Quieto, infinito, repleto de vida y muerte. Era la primera vez que nos veía tan cerca y supe que allí, en su reflejo, era donde tenía que sellar nuestro amor. Fue doloroso y aterrador, pero nunca dejé de mirarlo. Le prometía – y me prometía – que pronto sería parte de él. Sin sangre, sin heridas; solo la garganta llena de sal y el cuerpo congelado. Lo último que sentí fue curiosidad al darme cuenta de lo frío que podía ser el verdadero amor y lo hermoso que es caer al universo.
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Relatos Desesperados
DiversosEscribo sobre desesperación, sobre la locura, sobre el miedo y la muerte, y en el medio, ahí entre líneas, siempre hay un poquito de amor bastante empalagoso y a veces un poco podrido. En fin, escribo para dejar sabor amargo, y sacármelo de encima S...