NO ES QUE NO PUEDAN AMARNOS, SIMPLEMENTE NO QUIEREN HACERLO

5 0 0
                                    


Aquella noche tuve un sueño.

Hay lapsos de tiempos que desaparecen y situaciones inconexas, dignas de un sueño de borrachera, y en sí parece una historia en su punto medio, justo en una de aquellas escenas en las que se siente la calma antes de la tormenta. Hay tres niños en un campo. No sabría definir sus facciones, pero recuerdo que son bastante similares entre sí, aunque dos de ellos son más pequeños en tamaño que quien, en definitiva, es el hermano mayor. Si, supongo que son hermanos, por la postura protectora del mayor, quien camina siempre delante de los otros dos pequeños que miran atentos al frente, una actitud bastante extraña suponiendo que tengan entre cinco y seis años. Todos se ven serios, pero en sus miradas hay también un deje de resignación que incluso ahora me sigue incomodando. El campo es amplio y está repleto de cosechas que proyectan sombras sobre los hermanos, tapándoles el sol y proporcionándoles un poco de cobijo en aquella tarde tan calurosa.

Entonces algo sucede en el medio, un drástico cambio de escenario; de pronto hay mucha gente, todos andan con ropas antiguas (al despertarme, sentí la clara influencia de Dickens, a quien recientemente había leído), vestidos largos y sombreros de gala, y van como desesperados, sin mirarse entre ellos, chocándose unos con los otros en lo que parece la esquina de un gran parque. De pronto volvemos al campo, y ahora frente a los hermanos, que cada vez más exhaustos avanzan hacía, al parecer, un destino en particular, hay un hombre con claras pintas de científico; una bata blanca, cabellos del mismo tono ceniciento que esta, un rostro arrugado y evidentes noches en vela reposando bajo sus ojos. Otra vez me veo lejos de poder describir mejor sus rasgos, pero es que todo aquello desapareció tan rápido en la mañana que me sorprende el poder recordar al menos la escena en general. Entonces el científico dice:

—Es un gran invento, debo admitir— (aquí, lector, debo confesar que el científico dice el nombre de este invento, pero no logro recordar exactamente cuál fue la palabra usada) —. Dicen, entonces, que lo han hecho ustedes ¿Verdad?

—Sí, señor—contesta el mayor. Su expresión no cambia, sus pasos siguen siendo igual de firmes. Durante todo el sueño, los hermanos de atrás no dicen palabra alguna y permanecen cerca del mayor sin mirar para otro lado que no sea adelante. Entonces todos están sobre el invento. Así de pronto, sin previo aviso, el "invento" no es otra cosa que un globo aerostático, y los cuatro están dentro de este. Desde mi perspectiva puedo ver a los hermanos de espaldas, y estos miran a su vez al científico. Todos parecen obviar el hecho de que están volando, como si a pesar de ser una novedad, fuese lo más común del universo. Simplemente se miran entre ellos, o más bien, el científico mira al mayor y el mayor mira al científico.

—Saben, también, que nadie puede saber que este es vuestro invento ¿No?

—Sí, señor—contesta una vez más el mayor. Entonces la resignación vuelve a sus ojos y alza los hombros como si no fuese de importancia. Y aquí, querido lector, llega la razón por la cual escribo esto. El hermano mayor se vuelve a sus hermanos por primera vez, y entonces el científico susurra:

—Yo no tengo nada contra ustedes ¿Saben? Por eso estoy aquí y trato de ayudarles, pero el resto... bueno, realmente no lo aceptaran si saben que fue hecho por unos... bueno, personas como ustedes.

El mayor sonríe, una sonrisa pequeña pero significativa, y dice mirando el cielo:

—Lo entendemos. No es que no puedan amarnos, simplemente no quieren hacerlo.

Relatos DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora