Capítulo uno.

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Entre rápidamente por la puerta del vestíbulo evitando que la lluvia siguiera empapando mi ropa y mi cabello. Todos los días de mi vida cargaba mi paraguas en el coche, justo hoy, cuando una lluvia torrencial se desataba sobre Los Ángeles, lo olvidaba por completo.

A pesar del frío, mis manos sudaban demasiado, un sudor frío e incómodo, propio de los nervios.

Observe el lujoso vestíbulo del edificio al que McCartney -el productor del nuevo proyecto del cual formaba parte- nos había citado para presentar la idea y firmar el contrato. A pesar de la cantidad de gente que se desplazaba por el lugar, entraba y salía del edificio, todo se mantenía muy limpio y pulcro.

Visualice a unos cuantos metros el escritorio donde se encontraba la recepcionista, quien atentamente leía y repasaba unos papeles. Caminé apresuradamente hacia ella y al llegar a la gran mesa en forma de media luna aclare mi garganta para llamar su atención.

A penas escucho el carraspeo sitúo su mirada en mi persona, se veía sorprendida y apenada por no haber notado mi presencia.

—Lo siento mucho Señorita Woods, es que estaba concentrada en...

—Descuida, esta bien. —la interrumpí con una agradable sonrisa.

Lillian, según indicaba la identificación sujeta con un pequeño broche a su uniforme, colocó un mechón de pelo rubio detrás de su oreja y me dedico una humilde sonrisa. No aparentaba mucha edad, quizá alrededor de veinticinco años.

—¿Qué se le ofrece? —pregunto con un tono amable.

—Yo... verás, tengo una reunión en la sala principal de conferencias, necesito saber si mi representante, Hector Murphy, ha llegado. —expliqué esperando una respuesta de su parte.

Luego de algunos segundos tratando de hacer memoria, Lillian abrió el registro de llegada en la computadora ubicada a su derecha, y comenzó a leer nombre por nombre.

—No, me temo que el no ha llegado aún. —habló finalmente. — ¿Desea que la guíe hasta la sala de conferencias? ¿O prefiere esperar a su representante? 

—No, muchas gracias. Yo creo que voy a esperarlo por allí. —señale una pequeña área de descanso que se encontraba a un lado de la entrada.

Caminé a paso ligero hasta llegar a un sofá individual, tomé asiento y dediqué mi tiempo a esperar.

Los minutos pasaban mas rápidos de lo que deseaba. Hector aún no llegaba y la bendita reunión comenzaba en algunos minutos, cinco para ser exacta. Si él no llegaba en ese pequeño lapso de tiempo no podría eludir la incomoda posibilidad de entrar sola por la puerta y enfrentar a esa desapacible cantidad de personas.

Estaba sumergida en mis pensamientos cuando el sonido de la puerta de entrada me tomo desprevenida. Gire mi cabeza esperando ver a Hector, pero mis esperanzas se desvanecieron al encontrarme con un muchacho que ninguna similitud tenia con él.

No podía apreciar su rostro, pero podía apreciar un cuerpo alto y fornido. Su cabello color castaño oscuro se notaba enmarañado, como si recién se levantara de la cama. Lucia una campera impermeable que cubría su torso perfectamente de la lluvia, y unos jeans desgastados colgaban tentadoramente de sus caderas y abrazaban su trasero a perfección.

¡Que hombre!

Una fuerte ventisca golpeo mi cuerpo cuando la puerta fue abierta nuevamente.

Mis ojos se desviaron hacia quien acababa de entrar al edificio.

—¡Hasta que llegas! ¿Donde rayos estabas metido? —hablé en voz alta llamando la atención de unas cuantas personas que iban de pasada.

—Baja la voz, santo cielo, pareces una desquiciada. —masculló con incomodidad al notar todas las miradas presentes sobre ambos.

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