Capítulo 8

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Los tres trataban de recuperar el aliento. Habían logrado alejarse de allí y habían encontrado una habitación, un estudio, para ser exactos. Había un gran escritorio y repisas llenas de libros de portadas polvorientas. También, en ese mismo escritorio, había una lampara, la cual de vez en cuando se apagaba; seguramente es era la luz que vieron desde exterior. Además, había una ventana, pero ésta estaba trabada.

—*huf* ¿Q-Qué... *huf* era e-eso...?

—¡¿Crees *huf* que... lo sabemos?!

—M-Más importante... *huf* ¿E-Estás b-bien, Leo-Kun?

—S-Sí... C-Creo...

—¡¿C-Cómo que "crees"?! —le gritó ya harta Grecia, para ella algo le olía a gato encerrado y no le había salvado de lo que fuera que haya sido eso para que le contestara de esa manera.

—P-Pues... Sentí algo húmedo en mi cuello... P-Pero...

—¿"Pero..."?

El castaños suspiró:

—Nada. Deben ser imaginaciones mías...

—Más te vale.

Luego de aquello, la habitación quedó en completo silencio, a excepción del pequeño chispeo que producía la flaqueante luz de vez en cuando. Ya podían respirar con normalidad, pero simplemente les parecía más apropiado mantener el silencio entre ellos. Nadie sabía qué hacer, qué decir. Si no encontraban una salida, quién sabe cuánto tiempo podrán aguantar contra lo que sea que sea lo que los esté persiguiendo, ni siquiera tenían idea alguna a lo que se enfrentaban y, si somos honestos, tampoco querían saberlo. Solo querían volver a sus casas, con sus familias, guardianes y amigas. Pero eso era imposible. ¿Quién los buscaría en esa parte de la ciudad? Es más, ¿quién siquiera los buscaría? Los demás tenían en claro que esta noche asistirían a una "fiesta" hasta tarde, para cuando se den cuenta, sería demasiado tarde.

La mayor de los tres se quedó meditando algo; Leo los había traído muy confiado (bueno, no tanto) hacia ese lugar de mala muerte, e incluso les incitó para que entraran. Parecía que ni le importaba si había o no una fiesta allí (lo cual obviamente no había). Cada momento que pasaba le daba más preguntas a Grecia, sin poder encontrarle respuesta a ninguna de ellas. No quería desconfiar de Leo, sí, a veces puede llegar a ser algo grosero, pero a ella le agradaba... creo...

El punto es que sin poder evitarlo se le hacía sospechoso todo aquello, y no se quedaría callada, no se podía permitir mantener la boca cerrada en un momento como éste.

—Leo —llama Grecia seria.

—¿Qué pasa?

—¿Sabías que... ésto sucedería?

La pregunta tomó completamente por sorpresa al castaño, ¡¿cómo iba él a saberlo?!

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó serio, casi pareciendo que evadía la pregunta. No era que desconfiara de Grecia, para nada, estaba seguro que ella no estaba al tanto de la broma ni nada de eso pero...

Oh, claro, la broma... Entre todo lo sucedido, ya se había olvidado completamente de ella. ¿En serio tuvo que hacerla? Él solamente quería asustar casi de muerte a ambas rubias... pero ambas terminaron muriendo de verdad... Incluso arrastró consigo a Yukiko y Grecia, ¡ellas no tenían absolutamente nada que ver! Ni siquiera sabía que ellas irían... Pero no era momento de poner escusas, era completamente su culpa y lo aceptaba. Había metido la pata horriblemente. Fue incluso peor que la última vez... Pero ya nada podría revertir el daño ya hecho, lo único que podía hacer ahora era encontrar alguna salida de aquel maldito lugar.

La venganza no siempre sale como esperasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora