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Bajó las escaleras corriendo y miró a su hermano

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Bajó las escaleras corriendo y miró a su hermano.

—¿Y papá?

—Se fue.

—¿Qué? ¿Cómo que se fue? Pero si dijo que me llevaría.

—Le salió una emergencia, Sídney. No iba a esperar a que te terminaras de arreglar para irse.

Su hermano agarró las llaves de su motocicleta y se dirigió a la puerta.

—Enano, ¿me llevas?

—No puedo. Voy por otro lado.

—Pero ni siquiera sé dónde queda ese colegio.

—Preguntando se llega a Roma, princesita. Nos vemos.

—¡Espera, Adam, no puedes hacerme esto! —Lo siguió hasta la calle.

—Recuerda cerrar la puerta. —Encendió la motocicleta y se marchó.

—¡Agh! —gruñó Sídney.

Cuando bajó por la empedrada e inclinada calle, tuvo la sensación que alguien le seguía.

Se giró y vio venir a un chico en bicicleta.

En cuestión de segundos, el muchacho apareció a la par suya, moviéndose a su paso.

—Eh ¿qué me ves? —le preguntó, intimidada por la forma en que él la miraba.

Tenía una mirada profunda. Azul grisácea. De esas que parece que te adivinan el pensamiento.

—Lo fea que eres... ¿Te han dicho que tienes ojos de lagartija?

—¿Qué?

Él se echó a reír.

Una risita cínica, que la enrojeció de rabia.

—Sí. Las lagartijas tienes ojos saltones y separados como los tuyos.

—Vaya que eres imbécil —dijo Sídney, deteniéndose—. Pero ni pienses que me ofendes. Mis ojos son preciosos.

—Ah, ¿sí? Y quién te lo dijo. ¿Tu papi?

—Pues... No. Muchos chicos.

—Ya. Claro.

Sídney miró su uniforme, negro y con corbata como el de ella.

—Vamos al mismo colegio, ¿no?

—Oh, que astuta —respondió él.

—¿Queda muy lejos?

—Veinte minutos caminando.

Sídney suspiró y miró su bicicleta. Tenía un asiento trasero para que alguien más se sentara.

—Tú... ¿Podrías llevarme?

—A ver, déjame pensarlo... Nah. Camina. Así engordas esas patas de gallina que tienes —dijo, y después se marchó.

Sídney gruñó y miró sus piernas.

Eran bonitas. Delgadas, pero bonitas.

Ah, genial, el primer chico que le hablaba en San Miguel y resultaba ser un soberano imbécil.

Ah, genial, el primer chico que le hablaba en San Miguel y resultaba ser un soberano imbécil

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(COMPLETA) Cinco meses para decirte adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora