Estrellé la puerta del auto sin apenas importarme los gritos furiosos de mi madre que exigía que me devolviera y me despidiera de ella y mi padrastro. Pero yo la conocía demasiado. Quería más que una despedida, una disculpa de mi parte por haber terminado el trayecto hablándoles de mala manera y sin respeto. Por lo general no hubiera dudado en girarse sobre su asiento y asestarme una bofetada, pero supongo que el hecho de que me entregaran por un año y a lo mejor más me dio varios puntos a favor para que se aguantara sus castigos. A la misma vez, por lo general no hubiera dudado en bajar del auto y obligarme a regresar, pero ya había pisado terreno del instituto, y estaba prohibida la entrada de cualquier persona que no fueran los estudiantes sin una invitación, exigencia de presencia o pedido con antelación. Cualquier padre en su sano juicio hubiera declinado la oferta. Pero estos no, dado que en realidad la que no estaba en sano juicio era yo y estaban decididos a alejarme de ellos hasta que dejara de ser como era, bajo el pretexto de “Te ayudarán a mejorar”.
Así que sí. Aquí me encontraba. Arrastrando unas maletas y contrayendo mi mandíbula para evitar echar a llorar o gritar en plena entrada. Sabía que me arrepentiría de no haber me despedido.
Pero no por ahora.
Escuché el sonido del auto al alejarse, y me pregunté por qué se habían molestado en acompañarme a Londres tan solo a llevarme. “Vienen de vacaciones.” Dijo esa molesta vocecilla en mi mente, que ni era del todo femenina, ni del todo masculina. Resoplé levemente apartando el pensamiento. No quería escuchar a mi voz mental, no quería pensar en absoluto, después de todo, eso me trajo aquí. Mis instintos.
Dejé que mi cuerpo me guiara solo al grupeto de adolescentes igual o peor de problemáticos que se dirigían al edificio, mientras en mi mente contaba hasta diez una y otra vez para mantener mi rostro sereno e impersonal como había sido en los últimos meses.
Mi conteo fue interrumpido bruscamente al escuchar una voz a mi lado.
-¿Nueva?
Dirigí mi vista a mi lado, una chica menuda me miraba fijamente ladeando la cabeza. Su aspecto era dulce, irónicamente. Ojos almendrados y cabello castaño atado en dos coletas como si fuera una niña. Para mi sorpresa, también hablaba mi idioma, aunque con otro acento, sin duda era española.
-Así es-respondí en español-¿Y tú?
-Llevo dos años acá.-sonrió cálidamente, y encontré grosero no sonreírle. Así que lo hice-Es agradable encontrar a otra chica que hable mí mismo lenguaje. Hay varias, pero la mayoría prefiere hablar en Inglés, o hasta en francés. Vaya falta de patriotismo.
La miré unos segundos con curiosidad, era bastante amable, y no encajaba en el perfil que me había figurado de los alumnos de un reformatorio. En vez de usar ropas negras y cabello con puntas azules o rojas, vestía unos clásicos jeans y una camiseta blanca con manchas de pintura, y contrario a ser agresiva y distante, era amable y sociable. ¿Qué haría en lugar como este?
-Sin duda es agradable.
Sonreí un poco más tratando de igual su calidez. Pero creo que mi sonrisa no era en absoluto convincente. Recuerdo cuando era más pequeña y rebosaba de entusiasmo, solía saludar a todos desde la ventanilla del auto sonriendo de una manera tan contagiosa que hasta quienes discutían no podían evitar reír y devolver los saludos y sonrisas…pero de eso ya hace bastante, más o menos cuando la voz en mi cabeza empezó a dominar sobre mi razón, y me hizo tomar decisiones no del todo acertadas, y cuando empecé a hablar idiomas extraños, cuando comenzaron los sueños a ser repetitivos y a lo mejor significativos, y…bueno. Cuando todos empezaron a notar que yo no era normal. En un principio solo eran bromas y preguntas, luego visitas al psiquiatras, terapias, misas, y una serie de medidas que dieron paso final a este lugar. Creo que es imposible para cualquier niño o adolescente sonreír y mostrarse alegre, cuando te tratan como monstruo y tus padres te ven como objeto peligroso que hay que alejar. Mi voz ahora no era fría todo el tiempo, pero si con mis padres, y la mayor parte del tiempo con quienes me miraban con aversión. En mi rostro no se notaban las emociones tan frecuentemente, aunque algo indudable es que no podía evitar reír seguidamente, a pesar de que mis ojos no mostraran brillo o mi sonrisa se extinguiera en segundos. No me gustaba en lo que me había convertido, pero a veces pensaba que ya no podía cambiarlo.