Capítulo #2

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Di un leve respingo al sentir el disparo en mi cabeza, no sentía dolor, pero el susto causaba que mi cabeza palpitara y mis sentidos se pusieran todos a alerta. Dirigí mi mirada a donde se había ubicado Kayred, y luego dirigí mi mirada a Megara. Otra voz dijo en mi cabeza “Olvídalo”. Decidí hacerle caso a la nueva voz, o al menos intentarlo. Pues estaba acostumbrada a los trucos y sustos que me jugaba la mente, pero esta vez realmente parecía querer advertirme. Y o estaba loca, o la vocecilla se había determinado a seguir el área de bromas pesadas y actuación, o efectivamente en ella se notaba un leve ápice de… ¿Miedo?

Ridículo.

Me dije a mi misma. Y poco a poco fui consciente de que era arrastrada por los pasillos. Era Melissa, quien jalaba dócilmente aunque con firmeza, de mi manga. La seguí ahuyentando de mi mente los pensamientos de la advertencia. Demoré unos momentos en atender a lo que ella decía.

-Muero de hambre. Bueno, siempre tengo de hecho. Es como si no hubiera forma de que la comida se retuviera en mi estómago más de diez minutos, luego se esfuma y tengo la necesidad de comer de nuevo-comentaba parlanchina dando leves saltitos mientras caminaba.

-¿Y es buena la comida acá?-pregunté para decir algo, aunque ciertamente tenía esa duda.

-¡Buenísima! Ahm…Casi siempre. Los viernes son día de pizza.

-Oh, adoro la pizza-sonreí un poco-Tenía la incertidumbre, ya sabes, siempre hablan mal de la comida de los reformatorios, o los presos.

-Que vendría siendo básicamente lo mismo, ¿No?-bromeó-Pues la verdad no sé en los demás lugares, pero aquí es bastante buena. Sobre todo por lo que dicen, la comida sabe más buena cuando tienes hambre. Por desgracia no hay comida todo el día en el comedor, pero si tienes suerte y le agradas a la cocinera, entonces siempre te guardará algo de comer. Como a mí.

Daba por de contado que a ella no se le había dificultado agradarle, sobre seguro que le agradaría a cualquiera con quién hablara. Nuevamente me pregunté, ¿Qué hacía ella aquí?

Entramos a un amplio comedor, repleto de mesas en las cuales fijé mi vista unos segundos con interés, en mi antiguo colegio los alumnos debíamos sentarnos en el piso en cualquier lugar donde el sol no nos matara. Melissa se acercó a la puerta que daba a la cocina y llamó tres veces, al no recibir respuestas pasó por ella ignorando el “Solo personal autorizado”. Eché un vistazo sobre mi  hombro asegurándome de que nadie nos veía, y al confirmarlo  la seguí dentro.

No pude evitar echar una carcajada al ver la escena.

-¡Eres un grandísimo idiota, Drew! ¡Las galletas eran mías! ¡Mías!-gruñía la castaña con reproche mientras propinaba golpes a un chico con una bolsa de pan-¡Berta me las guardó a mi! ¡Ladrón!

-Auch…Ay…¡Mel!-protestaba un chico de rizos pelirrojos mientras se cubría el rostro con los brazos. En su camiseta playera habían migajas de galletas y en una meseta se encontraba una cantina con unos pocos restos de lo que debieron ser galletas de chocolate-¡No sabía que eran tuyas! ¡Lo siento!

-¡Toda la comida siempre es mía, Drew! ¡Toda!

-¡Perdona! Si quieres te preparo unas yo-se echó para atrás unos cuantos pasos.

Melissa bajó la bolsa de pan y lo miró con enojo.

-No. ¿Quién sabe si me pegas tu enfermedad de…de…de quienes roban galletas?

El chico estalló a carcajadas.

-¿De quienes roban galletas? Tus insultos no harían llorar ni a los ponis-informó riendo y con esto se ganó otra ronda de golpes. Yo reí más y no fui consciente de que alguien más entraba a la cocina.

Oro negroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora