Un brazo pálido le sujetó la muñeca con suavidad aunque con firmeza. Elevé la mirada y me encontré con el perfil de Dylan, quién con la mano libre bajaba el tazón que sujetaba Ángel a la mesa. Ella lo miró enojada y él le devolvió la mirada con calma, su enojó desapareció de sus ojos y fruncí el entrecejo al notarlo. ¿Acaso él le gustaba o algo así?
De inmediato Brad se acercó a nosotros seguido del séquito de Ángel.
-Oye idiota, no la toques-dijo Brad amenazante con una voz demasiado grave para sonar agradable.
-Tranquilo amigo, no quiero problemas-repuso Dylan mirándolo con serenidad, su enojo también disminuyó y encontré aún más extraño aquello.
-Entonces no la toques-repitió y todos posaron su mirada en mí. Rasqué mi brazo sin darme cuenta y miré a Melissa quien observaba a todos sin saber que decir.
-No lo haré, pero que no atormente a los nuevos. No hay necesidad-dijo con simpleza en el mismo momento en que entraba Megara al comedor.
-Vámonos chicos, llegó la rara. Debemos irnos, no hay que compartir el mismo aire que la bicolor-señaló la asiática.
-Que no te oiga ese fenómeno-masculló Brad entre dientes dándose la vuelta y yéndose. Dylan hizo lo propio, pero Ángel tardó un momento más en irse.
-No sé quién te creas que eres. Pero estás en mi juego. Y las reglas las pongo yo. No cometas faltas conmigo-advirtió y se fue con su grupo.
Miré mi brazo donde me había rascado y di un respingo, por un momento habría jurado que había aparecido una marca. Pero esta había desaparecido fácilmente.
Desperté de golpe ante el sonido de la alarma.
Todas las habitaciones contaban con una alarma en la pared contraria a las camas, así que había que levantarse para poder apagarla.
La noche anterior había llegado a mi habitación, la 8D. Una de las más apartadas del campus. Me había tocado por compañera una chica excéntrica llamada Rosalie. Su cabello le llegaba a los hombros, pintado de un color azul metálico. Usaba labial negro y ropa con decoración de púas. Me dejó entender desde un primer momento que no se metería en mi vida, y que esperaba que yo hiciera lo mismo. No traté de disuadir esa petición, pues la verdad mis ganas de hablar con esa chica era nulas. La habitación era de un color blanco grisáceo, el suelo de baldosas crema, aunque ella se había encargado de volver negras las que rodeaban su cama.
Me senté en la cama y solté un largo bostezo. Maldición, era muy temprano. Miré a la cama de al lado y me sorprendí al encontrarla vacía. Estuve tentada de llamar en voz alta a la chica, pero luego recordé que había dicho estrictamente “No me gusta hablar con nadie. Solamente háblame en casos de emergencia. ¿Está claro?”.
Así que me levanté y caminé hacia el reloj presionando el botón de “Detener.” Eran las cuatro de la mañana, nunca en mi vida me había levantado tan temprano para asistir a la escuela.
Tomé de mi armario un conjunto negro y entré al baño despojándome de mis ropas y entro a la ducha. Al encender el agua me encogí sobre mi misma. Pareciera que el director, o quien sea que fuese el encargado de la elección del agua en el lugar, no habían probado el agua tibia. Estaba helada y por un instante consideré el hecho de no ducharme.
“El agua será así casi todos los días. Acostúmbrate.”
Tomé una fuerte bocanada de aire y entre a la ducha ahogando un grito. Era como bañarse en pleno invierno.
Salí de la ducha tiritando y me vestí deprisa, me miré en el espejo y mis labios que siempre eran de un rosa de por si pálido, ahora estaban de un tono casi blanco.