El cuerpo de Ben yacía sobre un alto edificio.
Ben era un chico normal, físicamente era esbelto, alto, corpulento, de ojos verdes aceituna y pelo marrón madera. Solía salir con sus amigos al polideportivo o al parque del pueblo para divertirse cuando debía estar estudiando. Era un chico tímido y reservado, y débil psicológicamente. Cualquier cosa podía dañarlo y todo se magnificaba por su falta de confianza en las personas. No confiaba en nadie y por eso, sus problemas no salían de su boca.
Su padre, Nack, era mecánico, él era quien cuidaba a Ben la mayor parte del tiempo. Su madre, en cambio, trabajaba como médico sin fronteras en la parte inferior de África, en países como Botswana, Namibia, Zambia... El trabajo de Mariene, la madre de Ben, no le permitía estar con su hijo cuando ella quisiera, es más, sólo se veían durante las Navidades, cuando otra médico sustituía a su madre. Pero Ben lo entendía, su madre recorría mundo para salvar vidas y eso, le proporcionaba una bonita sensación de afecto y respeto hacia ella, un núcleo familiar basado en el respeto que muchos no entenderían.
Ben se levantó de aquel suelo frío con una expresión de confusión. Los rayos de sol penetraron en su piel hasta hacer que aquel calor lo despertara. El sol seguía deslumbrándole, pero a medida que pasaba el tiempo, su sentido de la visión volvía con más fuerza. No recordaba nada, ni dónde estaba, ni por qué estaba allí, ni cuánto tiempo había pasado dormido... Estaba perdido, desorientado en tiempo y espacio. Su primer instinto fue acercarse a un lado del edificio para ver qué estaba pasando. Lo que captaron sus ojos no fue para nada agradable. Estaba en su pueblo, lo sabía por las montañas que lo envolvían y el mar que lo acechaba por el sud. Los edificios estaban destrozados, algunos derribados y otros en pie con daños notables. Ni rastro de humanos, ni rastro de vida. Unos metros más allá de dónde estaba se encontraban las escaleras para bajar. Sin duda alguna, corrió hacia allí para salir a la desgracia hecha lugar. Ben reconoció el edificio al instante de entrar en él, era el hospital del pueblo. No sabía lo que había pasado fuera de allí y lo más inteligente era coger la máxima cantidad de medicinas, pensó. Y así fue, cogió una mochila que había encima de una camilla y la rellenó de medicamentos, pastillas y utensilios como termómetros o jeringuillas. El hospital lucía igual que las calles del pueblo. Todo estaba abandonado, como si la gente hubiera tenido que huir de algo lo más rápido posible. Bajó los pisos que quedaban por las escaleras ya que el ascensor no funcionaba, no había ni luz ni electricidad. Ben seguía preguntándose por qué estaba allí.
La puerta funcionaba con electricidad y Ben tuvo que apañárselas para salir de allí. En la sala de quirófano encontró un cuchillo y por alguna razón extraña, en el sótano un hacha. Gracias a ella pudo romper el duro cristal y salir del hospital.
Aire fresco. Ira. Angustia. Miedo. Ansiedad. Desgracia. Infierno. Demasiadas sensaciones se juntaban y un buen cóctel no formaban. Ben corrió exaltado hasta su casa, o lo que quedaba de ella. Lo que era su acogedor hogar donde había crecido ahora era una ruina. Lo había perdido todo. ¿Dónde estaba su familia? Ben se rompió y la ira acumulada en su interior salió en forma de llanto. Necesitaba respuestas, eso, y algo que le recordara a su familia y su vida antes de aquello. Paseó por encima de las ruinas y no pudo encontrar nada, salvo el reloj de bolsillo de su padre Nack. Si lo que hacía antes era llorar, lo que hizo en ese momento fue crear un tsunami. No pudo aguantar el dolor y salió gritando hacia una dirección la cual no era consciente. No miraba hacia ningún sitio y sólo gritaba. Corrió y corrió hasta llegar al bosque que rodeaba el pueblo. No podía más y cayó al suelo, desmayado.
El cantar de los gorriones y el radiante sol dándole de lleno en la cara lo despertó. El aire estaba infectado de un agradable aroma de rosa que venía de un rosal cercano a Ben. Los árboles tenían vida gracias al viento fresco que llegaba por el oeste. Ben se levantó aturdido, con miedo, y tras vigilar que nada ni nadie estuviera cerca de él, se relajó. Sacó todo lo que había en la bolsa de terciopelo vieja que había encontrado en el hospital. Además de lo que él había encontrado, cayó un móvil y un paquete de cigarrillos. La madre de Ben siempre daba la lata con que fumar era malo y había participado en muchas iniciativas para detenerlo. A pesar de eso, Ben tenía mucha curiosidad por saber qué se sentía. Sus amigos ya lo habían probado y le decían que era lo mejor de lo mejor, sus amigos también, le llamaban cagado e insípido por no probarlo, y Ben se lo tomaba fatal, él tenía miedo a enfermar por eso.
Volvió a poner sus pertinencias en la bolsa y puso como meta la plaza del pueblo. Estaba a mitad de camino cuando un fuerte impacto hizo que se derrumbara un edificio que todavía estaba en pie.
¿Qué cojones había sido eso?
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Agradecería que dejaran un comentario diciendo qué les parece este primer capítulo. Espero que hayan disfrutado.
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Dos bandos.
ActionBen Harris es un chico cualquiera, lo es, hasta que despierta en el tejado de un edificio sin saber que hace allí y ve que todo está destruido. Acción, sangre, amor y misterio. Cuando dos bandos se enfrentan... solo puede quedar uno en pie.