4. Aún no

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Mantuvo la compostura durante un largo tiempo, estaba en shock. Finalmente se acercó al cuerpo. Era un chico rubio de ojos azules, con una camisa de rayas planchada y ahora sucia por culpa de la densa sangre que todavía seguía escampándose más, los pantalones eran vaqueros y habían sobrevivido al impacto. Desprendía un suave olor a colonia cara. Le revisó los bolsillos y encontró pedazos de cristal, probablemente del pote de colonia. Ben le subió los pantalones para dejar al descubierto sus rodillas, que casualmente, estaban llenas de rasguños y sangre. Seguidamente le quitó la camisa y se quedó un rato observando que al contrario que en las rodillas y la manchada camisa, tenía el torso y el pecho limpios. Cogió la camisa y la observó detalladamente. En la etiqueta había un nombre escrito con buena caligrafía, a bolígrafo azul: Alexander Skiers. ¿Quién en aquella época escribía su nombre en las etiquetas? Ni que estemos en los ochentas, dijo Ben en voz alta. Volvió a ponerle la camisa al tipo muerto. Le abrochó los botones uno a uno, tocándole con parte de sus dedos el frío abdomen. Le puso bien la parte de los pantalones que había subido y lo cogió de los pies para llevarlo a un lugar más calmado y digno de un entierro.

No lo conocía de nada e iba a enterrarlo. Quizá era porque le daba pena la manera en la que había decidido acabar con su vida, quizá no. Quizá sólo era para rellenar tiempo. Ya que conocía el pueblo como la palma de su mano, lo llevó al parque en el que estaba anteriormente. Escarbó en la tierra, metió el cuerpo y tiró la arena extraída por encima. Encima de la arena esparció los cristales que había encontrado en su bolsillo. 

-Descansa en paz... -dijo Ben, con una fuerza de entre el susurro y el silencio. Después de aquellas tajantes palabras se dispuso a recitar las dos palabras que se le habían quedado más grabadas que cualquier cosa hasta entonces- ...Alexander Skiers. 

Dejó la tumba atrás y gritó lo más fuerte que pudo. Le importaba una mierda si venían los que se llevaron a Maggie. Por lo menos estaría con ella, pensó. Por un momento él también se planteó tirarse de un edificio. Lo único que lo mantenía alejado de decantarse por la opción que acababa con su cuerpo rodeado de roja sangre estampado contra el suelo era la chica, ella, Maggie. Quería salvarla. Como una bombilla al llegarle la electricidad, el cerebro de Ben se iluminó. Tenía un plan. O algo parecido. 

Escondió el cuchillo que había encontrado en el edificio donde despertó en su zapato, para que estuviera en un lugar escondido si iba "bien" lo que tenía planeado. Gritó, y gritó, y gritó, y volvió a gritar, gritó otra vez, y ahora más fuerte, otra vez más. Después de ese día iba a quedarse apenas sin voz. Se movió alrededor del pueblo para que aquellos a los que intentaba captar con sus gritos desgarrados, lo captaran. Estaba en una esquina cuando escuchó a su espalda una voz masculina. La escuchó, pero la ignoró. El plan seguía como lo planeado. 

-¡Las manos arriba donde pueda verlas! -gritó el hombre escuchado previamente.

Ben no hizo caso. En aquel momento se le nublaron las ideas. No tenía claro si sacar el instrumento que le podía proporcionar respuestas y quizá el regreso de Maggie. 

-Ya lo has oído. -esta vez lo dijo otro hombre, no era el mismo de antes. Éste tenía la voz más aguda y suave.

Una gota de sudor goteaba por su lateral de la frente como una gota de pintura que regalima al pintar. ¿Sacrificar la vida de los dos hombres por respuestas? Y eso si salía con vida. ¿Sacrificar la vida de los dos hombres por Maggie? Allí ya le entraron más dudas. Finalmente subió las manos y se giró. No llevaba tanto tiempo como para matar a dos hombres por una razón, por cualquiera. Aún no.

Al girarse vio el rostro de uno de los dos hombres. El que más cerca estaba de él llevaba la máscara en la mano, el segundo la llevaba puesta. 

-No intentes ninguna estupidez -dijo el sin-máscara.

Se acercó a él por detrás, le quitó la mochila y le cogió las manos para ponerle las manillas. Seguidamente el chico pasó delante suyo y pudo observar más de cerca los rostros faciales de éste. Tenía pecas y los ojos verdes, era bastante moreno y era moreno de pelo también, su pelo era corto, pero no súper corto, dentro de lo corto bastante largo. El chico quedó delante suyo. Cara a cara. Ben lo miró con cara de asco, estuvo a punto de escupirle, tenía ganas, pero no era tonto, se lo volvió a pensar y él mismo se echó para atrás. 

-Voy a tener que cachearte. -dijo el hombre de las pecas.- Primero revisaré tu mochila. 

Encontró las cosas que Ben tenía allí, entre ellas estaba el hacha. Ben ya había pensado en eso, el hacha le importaba bien poco. Las medicinas que habían le importaban más, pero era imposible llevarlas encima y al principio no tenía en sus planes ser capturado. Cogió el hacha y miró a su acompañante, que cogió el arma para guardársela. Como había dicho, ahora le tocaba cachearle. Se puso delante de él otra vez. Cara a cara, otra vez. Esta vez, el chico intimidó a Ben, pero se negaba a dar indicios de miedo. Siguió poniendo la cara de duro cuando, en su interior, sabía perfectamente que no lo era. 

El chico empezó a toquetearle. Bolsillos, brazos, piernas... Ben contempló las marcadas venas de los brazos del chico. Por suerte, el chico no le miró los zapatos, donde Ben guardaba el cuchillo.

-Alpert, venda. -dijo el chico.

El chico de detrás le tiró la venda por el aire, y sin dejar de mirarle los ojos a Ben, la cogió. 

-Hora de no ver. -recitó.

Le colocó la venda y lo empujó hacia adelante. Caminaron durante horas, Ben perdió el sentido del tiempo. Lo que no perdió fue el oído, gracias al que captó voces al final de su trayecto. Notó también que estaban dentro de algún sitio, no le daba el sol.

-Que te diviertas. -dijo su portador. 

Le quitó el vendaje y le dio otro empujón. Ben abrió los ojos. Lo único que vio fueron paredes grises. Se giró. El chico cerró la puerta metálica de barrotes. Mierda, dijo interiormente. Estaba en una prisión.

Dos bandos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora