Habían pasado semanas desde que había entrado allí por primera vez y todavía no estaba acostumbrado. Cada día alguien le traía una bandeja con comida y un vaso de plástico con agua turbia. Había días que se la traía el chico de las pecas y había días que se la traía gente que no conocía.
Su habitación, o más bien, su celda, tenía una ventana en una pared. Estaba tapada con blancos pedruscos apilados sobre otros de su misma clase. Pese a esto, las piedras no eran figuras geométricas y quedaban espacios sin rellenar por los cuales Ben podía observar el exterior de donde estuviera. Había intentado mover las piedras con las manos o simplemente empujarlas para que cayeran pero no se había atrevido nunca por miedo a que lo descubrieran. Gracias a esos pequeños espacios dejados entre rocas, descubrió que la ventana daba a un parque interior donde la gente pasaba su tiempo libre. Veía mujeres hablando sentadas en un banco con ropa limpia, niños jugando al balón y de vez en cuando, soldados con prisas moviéndose de un lado del parque a otro. Lo único que lo orientaba en tiempo eran esas brechas.
Una tarde, escuchó ruidos por los pasillos. Dos guardianes traían a otro prisionero. El sonido cada vez se acercaba más. Por delante suyo, pasaron dos guardianes con máscara cargando a una chica. La chica giró la cabeza y sus ojos se cruzaron con los de Ben. Tardó en reaccionar. Se acercó a los barrotes corriendo y gritó el nombre de la chica. Pero era demasiado tarde.
Se trataba de Maggie.
Cuando estaba en la celda, se acurrucaba en una esquina y abrazaba sus rodillas. Soñaba con sus amigos y él jugando a baloncesto, a veces recordaba el viaje que hicieron hacía aproximadamente unos tres años con el instituto, a Berlín, donde fueron de fiesta y conocieron a otros adolescentes con los que todavía mantenían contacto.
Pero cuando ocurrió eso, no estaba pensando en ninguna de las dos cosas. Cuando ocurrió eso, estaba pensando en su familia, en su pobre familia, en qué habría sucedido con ellos. Las lágrimas bajaron de sus ojos hacia su barbilla, a eso sí que se había acostumbrado. A llorar sin ni siquiera enterarse. Eso lo había dejado sin palabras, anonadado. En plena noche, alguien se acercó a la puerta de su prisión y la abrió con las llaves que llevaba en un bolsillo. La persona que lo estaba dejando salir llevaba máscara, igual que los hombres que lo trajeron y los que veía en el parque interior que había bautizado él mismo como El Punto. Esa persona le hizo un gesto con la mano, le dijo que se acercara. Ben se levantó confundido de su rincón recordando que por si acaso, tenía un cuchillo en el pie. Se acercó al misterioso hombre que ya se había preparado para cerrar la puerta de barrotes en cuanto saliera y le preguntó:
-¿Quién eres? -preguntó mientras atravesaba la puerta. Ninguna respuesta.- ¿Por qué me ayudas? -esta vez lo dijo con un volumen más fuerte cuando ya estaba fuera de su "hogar" durante semanas. Pero tampoco recibió una respuesta. Empezaba a ponerse nervioso.
El hombre le hizo un gesto para que lo siguiera pero Ben no confiaba en él, podría estar engañándolo para llevarlo a un sitio peor... o para matarlo. Ben se sentía incómodo, ese chico llevaba máscara y ese lugar no parecía un típico lugar donde las rebeliones surgieran. Así que sin hacer ruido, bajó la mano hasta el pie y sacó el cuchillo oxidado que encontró en el quirófano del edificio donde despertó. Lo agarró fuerte con la mano derecha y con la izquierda, le tocó la espalda dos veces, como si tuviera algo que decirle. Cuando la persona se giró, Ben la empujó hasta la pared, poniendo el cuchillo en su cuello.
-Quítate la máscara -dijo Ben.
La persona subió las manos hasta su cara y apretó un botón para desabrochar lo que le protegía de que Ben descubriera su identidad. Se la quitó pero Ben seguía sin ver nada, así que, cogiéndolo por el hombro y con un cuchillo en su cuello, lo puso en la otra pared, donde sí podía ver su rostro. Lo primero que vio fueron muchas pecas debajo de unos ojos verdes resplandecientes. Era el chico de las pecas, el que lo había traído hasta ahí.
-Tú otra vez... -le dijo.- ¿Qué haces aquí? -le preguntó. Vio que el chico dirigía su mirada a los alrededores y tuvo miedo de que llamara a alguien.- ¿Que qué coño haces aquí? -dijo gritando.
-Cállate, vas a despertarlos.
-¿Despertar a quién? ¿Qué haces aquí?
-A todos. Vas a despertarlos a todos. ¿A caso te gustaría ver como otro prisionero escapa y tú no?
-Aquí las preguntas las hago yo. -dijo Ben con rabia.- ¿Adónde me llevas? ¿Qué haces aquí?
-Fuera.
El cuchillo seguía rozando el cuello del chico con pecas. Los ojos de uno, fijos en los del otro. Sus caras se encontraban a pocos centímetros.
-Especifica, joder.
-Quiero llevarte fuera de aquí. Al exterior.
-¿Qué?
-Lo que oyes, guaperas. -le dijo el pecoso.
-Te olvidas de que aquí el que lleva el cuchillo soy yo. -dijo.- Necesito que me lleves hasta Maggie.
-No conozco a ninguna Maggie. -respondió.
-¡No me mientas! -exclamó Ben, subiendo el volumen otra vez.- La han traído esta tarde, la he visto.
-¡No grites! -dijo el chico, haciendo la señal de silencio en la boca de Ben.- Sí, la chica de hoy... La han traído hoy, estaba muy débil.
-Que me lleves hasta ella, son órdenes. No dudaré en usar el cuchillo. -dijo Ben con su mirada fija en el chico.
-Sígueme.
Ben le quitó el cuchillo del cuello para ponérselo en la espalda, por si intentaba algo. Caminaron silenciosamente hasta un par de celdas más allá, la celda era la número 723 y era totalmente igual que la suya; gris, aunque la de la chica no tenía ventana en la pared derecha.
-Aquí la tienes, Romeo. -dijo el chico. Ben lo miró con una de sus miradas asesinas, llevaba minutos con el chico y ya estaba harto de él.
Maggie yacía estirada en el centro de la celda. Sus brazos estaban cubiertos de arañazos y moretones, y tenía el pelo enredado y sucio, como si hubiera caído rodando por un prado con piedras afiladas.
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Dos bandos.
ActionBen Harris es un chico cualquiera, lo es, hasta que despierta en el tejado de un edificio sin saber que hace allí y ve que todo está destruido. Acción, sangre, amor y misterio. Cuando dos bandos se enfrentan... solo puede quedar uno en pie.