6. Salvación escarlata

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La imagen que entraba por los ojos de Ben destruyó por completo su corazón. Cuando los guardianes habían traído a la chica a su celda ya había visto el estado en el que estaba, pero ahora que la observaba detalladamente, se dio cuenta de que era mucho peor. Maggie necesitaba atención médica cuanto antes. Ben se giró para ver el rostro del chico, que gracias a que él le había ordenado que se quitara la máscara, era visible. El chico de las pecas también estaba conmovido, tenía los ojos brillantes y sus muecas simbolizaban tristeza.

-Sácala de ahí, por favor. -suplicó Ben al chico, que ya había sacado las llaves antes de que se lo pidiese.

Buscó entre la multitud de llaves la correspondiente a la celda 723 y la metió en la cerradura. A pesar del ruido que eso provocaba, Maggie no se despertó. Ben corrió y entró en la celda. Cogió a Maggie y la puso entre sus brazos, haciendo fuerza para que no se cayese. Las venas de los brazos se le remarcaban y juntaba los dientes para soportar el dolor. Maggie seguía inconsciente.

-¿Y ahora... qué hacemos? -preguntó Ben.

-¿De verdad crees que haría todo esto sin un plan resolutivo? Iluso... -dijo el pecoso, halagueándose a sí mismo. Miró a Ben, que sudaba y temblaba. El chico tragó saliva.- Por aquí.

Esperó a que Ben saliera de la celda y cerró la puerta sin hacer ruido. No convenía que los demás presos despertaran. Apenas se oían sus pasos. Otra vez más, Ben dejaba que el chico lo guiara en la oscuridad. Aún no confiaba en él pero con Maggie en brazos no podía hacer nada. La respiración de la chica era calmada, también lo era el pálpito de su corazón. Buceaba en un profundo sueño. Tras minutos caminando, el chico de las pecas paró en seco. Al final del camino había una tenue luz blanca que provenía de una bombilla colgada al techo. La figura de un soldado apareció desde la pared derecha.

- Traidor, Chrawstie, traidor. -esas fueron las últimas palabras que Ben y Chrawstie, el chico de las pecas, escucharon, porque después de eso un agudo sonido les dejó sordos. El soldado había sacado su pistola y apuntado hacia Chrawstie. El rostro de Ben era un cuadro. Todos los músculos de su cara estaban en tensión, y sus ojos más abiertos que nunca. La boca abierta y toda la piel manchada de sangre roja que le caía por la barbilla, mojándole y manchándole la chaqueta. Chrawstie cayó al suelo de rodillas y pasó ambas manos por si herida, tacándolas de sangre. El guardia había soltado carcajadas pero eso no consiguió que Ben apartara su asustado rostro de Chrawstie. Éste giró su cara, llena de rojo, y dijo:

- Corre. Puerta 81. -susurró con todas las fuerzas que tenía. Quedaron mirándose durante segundos pero el retumbante sonido del impacto de un disparo contra las fuertes placas de metal que constituían el suelo lo despertó de esa mirada profunda y desgarradora que había mantenido.

Sin mirar atrás, corrió. Cuatro disparos más. Se oyó el suave golpe de algo cayendo al suelo. No le dio tiempo a pensar, dos disparos más. Abrió la puerta del pasillo. Un disparo rompió el cristal de la puerta. Miró hacia los números de las puertas. 197,196,195. Quedaban pocas. Su terror ya no era causado por los disparos, sino por las sirenas que resonaban fuera y dentro del edifico, y el jaleo que eso montaba. Los presos hacían retumbar sus jaulas cuando lo veían pasar cargando una chica en brazos. Finalmente llegó a la puerta 81 y la abrió de una patada. Estaba amaneciendo y los poderosos rayos de sol rojizos lo atormentaban. Pero siguió corriendo. Atravesó bosques y prados, de vez en cuando oía algunas voces detrás suyo. Maggie seguía sin despertarse.

Llegó a un pequeño pueblo. "Delsow". Aparecía su nombre en la señal que había en la entrada. No le sonaba para nada, ¿dónde estaban? Eso mismo se preguntaba Ben. No podía cargar más con Maggie y paró en una calle sin salida. Dejó a la chica acurrucada en la pared y la tapó con su chaqueta. Él se sentó al lado y envolvió sus rodillas con sus brazos. Empezó a llorar. Eso se había convertido en hábito. Recordaba a su familia y miraba a Maggie.

-Lo siento mucho... –sollozó. Las lágrimas le caían por las mejillas, dejándolas húmedas y rojas.– Os he fallado a todos. Papá, mamá... Maggie... –le costó pronunciar los nombres, tartamudeaba, se ahogaba con sus propios llantos.– No he podido hacer nada. No he podido protegeros. Soy un inútil. –dijo, apretando los puños de rabia. Las lágrimas no paraban de caer. Cogió su bolsa y la encontró medio abierta. La cremallera estaba mal cerrada y él nunca la dejaba así. La abrió y vio de qué se trataba.

Dentro había un cuadro con una fotografía. Los bordes de éste eran de madera color bronce, lisa y cara. Se trataba de un buen marco, bastante caro, de clase. Cuando se fijó en la imagen de dentro se le cayó al suelo. El marco se rompió y el cristal fracturó en mil pedazos. A la velocidad de la luz, separó los restos de la imagen en sí y la observó, cogiéndola con una sola mano, que temblaba. Mucho. Temblaba mucho.

La imagen estaba tomada en un prado verde. La brisa fresca de ese día traspasaba la imagen. En el centro se encontraban dos personas, dándose la mano. Una de ellas, era un hombre de unos cuarenta y cinco años, llevaba traje y iba repeinado. La otra persona era una mujer rubia de cuarenta años, vestida con una chaqueta de cuero y unos pantalones elegantes. Esas arrugas eran familiares. Ese color de pelo era familiar. Ese gesto era familiar. Esos ojos eran familiares.

La mujer rubia que estaba dándole la mano al señor de la fotografía era la madre de Ben. Mariene, así se llamaba su madre, por la que tanto sufría. Mariene aparecía en la foto.

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⏰ Última actualización: May 29, 2017 ⏰

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