Observaba su atuendo, no se sentía segura de usarlo; por primera vez en su vida dudaba de su atuendo, no sabía si eran las zapatillas, si la remera no era la correcta o incluso que no era el pantalón adecuado. Observo por última vez su atuendo y decidió dejarlo así, se sentía insegura, pero ya era demasiado tarde.
Tomo su bolso y salió de la habitación para dirigirse a la planta baja de su hogar.
Miraba como Constanza cocinaba y su padre Richard veía la noticias tranquilamente. Carraspeó un poco llamando la atención de ambos adultos que al instante prestaron su atención.
-Buenos días -su voz sonaba tan apagada, no entendía porque había amanecido de aquella manera, o solo quería creer eso.
-Buenos días, cariño -dijo Constanza para plantar un dulce beso en la cabeza de su hija.
-Creo ya es tarde -vacila-, ¿podrías llevarme ya al instituto, papá?
-Por supuesto, querida -contestó de forma vacilante, la autoestima de la pequeña se encontraba por los suelos y ellos lo sabían.
-Claro.
~•~
El ambiente se sentía demasiado tenso, siempre en estas temporadas se sentía de aquella manera y sólo de recordarlo la hacia sentir peor. Sus mejillas se tornaron rojas, quería llorar, en verdad quería hacerlo, pero no era el lugar ni momento adecuado.
Caminaba por los largos pasillos, había algo que la hacía estar distante, como si pensara en ello y lo recordara una y otra vez. Sus mejillas se pusieron tan rojas y calientes que supo que lloraría en cualquier segundo. Corrió a los baños y se encerró en cubículo para llorar silenciosamente.
Lágrimas calientes y espesas recorrían sus mejillas que se encontraban demasiado rojas. Sus reparación se dificultaba. Sabía que ya era el momento para dejar de llorar, también sabía que eso debería quedar en el pasado y dejar de ser su tormento.
Salió del cubículo para dirigirse al espejo, le pareció extraño que esté estuviera roto, cuando había entrado a los cubículos no la había notado. Abrió el grifo y junto sus manos para que el agua se juntara entre ellas. Remojó su rostro con la agua fría.
Salió de los baños con la sonrisa más convincente que pudo mostrar. Sidney llegó a su lado con una sonrisa pero al ver su rostro ya no estaba. Se acercó a ella con rapidez y la abrazo con fuerza, Leah se infundó en sus brazos.
-¿Te encuentras bien? -preguntó, aunque sabía muy bien la respuesta.
-He tenido días mejores -susurró con tristeza.
-No quiero ser muy entrometida pero, ¿qué te ha sucedido? -preguntó preocupada.
-No quiero hablar de eso, me trae una culpabilidad horrible -chilló con sus ojos cristalizandose, Sidney, al verla así, se acercó y fundió sus brazos de nuevo alrededor de ella.
-Sabes que estaré aquí para lo que necesites, linda -susurró mientras acariciaba su espalda-. No sé porqué estás así, pero cuando deseas contarlo estaré ahí para escucharte.
-Gracias por tu apoyo, Sidney -susurró, se alejó de ella y se observaron.
Sidney miró que sus ojos se encontraban húmedos a nada de soltar lágrimas, sus mejillas al igual que su puntiaguda nariz se encontraban de un tono rojo, algo que se le antojo tierno.
Mientras Leah observaba un punto detrás de ella, reconoció al instante quien era, él chico irrespetuoso, o como ella lo llamaba, chico malo. Pudo verlo mucho mejor que antes, era alto, una estatura normal para ser hombre. Era delgado, no tanto, claro, se marcaban un poco sus músculos debajo de ese suéter azul. Observó su rostro; unos preciosos ojos color azul oscuro se encontraban debajo de sus oscuras y tupidas cejas. Sus labios se encontraban rosados y gruesos.
Sintió la mirada de la Leah sobre él, él la observó con su ceño fruncido y sus labios curvados en una mueca. Mientras ella, sintió como algo cálido recorría su cuello hasta llegar a sus mejillas, las cuales se encontraban más rosadas que hace rato.
Jaxon, soltó una sonrisa, mirar como aquella chica lo analizaba le parecía divertido, pero la sonrisa se borró cuando la observó detenidamente. Sus ojos se encontraban rojos, al igual que su rostro. La chica se miraba que estaba apunto de llorar, lo cual no quería ser espectador. Cerró su casillero con fuerza y se alejó del pasillo olvidando a la chica de ojos grises.
- ¿Todo bien, Leah? -preguntó Sidney cuando se dió cuenta que no la observaba a ella.
-Si -alejó su mirada avergonzada mientras la bajaba. Sacudió un poco su cabeza para observarla de nuevo-, es solo que recordé algo.
-Deberías distraerte en algo, ¿por qué no saliendo de clases vamos por un café, o un chocolate caliente? -preguntó la pelinegra tratando de animarla-. Con este frío ni ganas de salir de casa.
-Claro, ¿por qué no? -contestó de forma vacilante. Lo que más quería era dormir y esperar a que se terminará el día, o tal vez la semana.
La pelinegra le sonrió, tomó su brazo y ambas se dirigieron a su siguiente clase.
~•~
-Me han contado que es el mejor chocolate caliente que hay -confesó entretenida mientras avanzaba por la acera con Leah enroscada en su brazo.
-Debo admitir que hace mucho tiempo que no tomo un chocolate caliente -sonrió con melancolía.
- ¿En serio? -preguntó sorprendida-. Con este frío quiero tomar uno todos lo días.
Leah soltó una pequeña risita a lo cual Sidney sonrió satisfecha, le había sacado una risita alegre.
-En mi antigua ciudad era un infierno, hacía un calor horrible -hizo una mueca recordando.
-Ni me lo quiero imaginar -soltó una risa la pelinegra.