S Dearborn St.

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Miro por la ventanilla cerrada cuando nos detenemos. 

 –No tardo –murmuro abriendo la puerta.

Él asiente y salgo del coche antiguo. Camino unos pasos y me freno en seco al ver la vieja y descuidada casa ante mí. Esta puta casa.

No sé bien aún que carajo se supone que haré, o lo qué les diré. Respiro hondo. Me importa un bledo lo que ocurra. Solo entraré, tomaré lo que necesito, y luego al diablo... me largo de este maldito lugar.

Miro la ventana de la sala, está encendida. El ambiente es fresco, en la esquina a mi derecha hay dos putas conversando, y a lo lejos se escuchan perros ladrando y pequeños disparos al aire. Este barrio es una mierda, pienso colocándome la capucha de la sudadera y metiendo mis manos en los bolsillos. El árbol que hace años estaba fuerte y frondoso ahora luce tétrico, seco, sin vida, y el aire huele a basura y gasolina.

Frunzo el ceño y me dirijo decidido a la pequeña casa. El buzón se ha caído, hay líquidos amarillentos que brotan de las paredes y la pintura de estas se está despegando. Miro con asco la escena. Meneo la cabeza un poco mareado, ha pasado tiempo y... todo sigue igual... o peor. Abro la puerta con la mano temblorosa y entro sintiendo un nudo en el estómago. 

 – ¿Mamá?

Nadie contesta. Dejo mis llaves en la mesita de enfrente y paseo la mirada, los sillones están rotos, apesta a vómito, hay latas de cerveza por todo el suelo y la televisión ya no está. Voy a la cocina, y un olor nauseabundo me invade, toso un par de veces. Son las cazuelas, con comida podrida y los múltiples trastes en el lavabo, han de tener semanas sin lavarse. De repente escucho sollozos en la habitación de mis padres. Voy al fondo del pasillo y siento mi corazón palpitar rápidamente. 

 – ¿Mamá? –pregunto en un murmuro. Abro la puerta entreabierta y en la oscuridad veo a una mujer extremadamente delgada, está tirada en un colchón sucio en posición fetal, y llora temblorosa. Durante mucho tiempo no había sentido algo parecido, me conmueve pero entonces el coraje me invade. Me arrodillo a su lado y la sacudo levemente. 

 –Oye... soy yo –empiezo a hablar y en ese momento se gira repentinamente, y me mira. Su rostro me da escalofríos, tiene los ojos hinchados y rojos, con ojeras profundas; su cara está demacrada, y las canas en su cabello largo ya son notorias. Hago una mueca de dolor. Ella alguna vez fue hermosa, y con una sonrisa vívida. 

 – ¿Qué haces aquí? –pregunta ella con voz inaudible. 

 –Vine por unas cosas, y... ey... –retrocedo, mi pie tira un vaso al suelo y aplasta unas pastillas blancas-, ¿qué...?

 –Vete de aquí, Richard. Suficiente me has hecho ya... 

 La miro extrañado, y recojo el botecito con las demás tabletas. Son antidepresivos. 

 – ¿Qué? No, mamá, soy yo... -tomo su cara entre mis manos y ella comienza a abofetearme con lágrimas en los ojos. 

 – ¡Te odio, te odio! ¡Eres igual que él! –me grita y solloza más. Logro zafarme sin lastimarla y salgo de la pequeñísima habitación. Voy a la recamara de al lado, la mía. O la que era mía. Enciendo la luz y comienzo a rebuscar, no están mis ropas de niño, ni los estantes ni mi cama. Y menos el maldito frasco con monedas. 

  Hijo de puta, maldigo a mi padre. Quien de seguro tomó el dinero que yo había dejado.

 – ¡Lárgate de aquí, maldito! ¡Quiero que me dejes tranquila! –exclama mi madre desde la puerta, agarrándose los cabellos como si se los fuera a arrancar. 

 –Mamá, por favor. Solo vine a... 

 – ¡Cállate! ¡Cállate, desgraciado! Si no fuera por ti, todo sería mejor –declara ella sosteniéndose la cabeza–. ¡Pero no! ¡Eres igual a él, otro imbécil que me abandonó!

Sus palabras me golpean como piedras calientes en el pecho. Pero lo comprendo, está mal, ella está mal. 

 –Mamá, yo nunca te abandoné, solo creí que... 

 La puerta de la entrada se abre golpeando estruendosamente la pared. 

– ¿Dónde estás, perra? –pregunta una voz gruesa y asquerosa. Siento mi pulso acelerarse. Mi madre, que ahora me llega al hombro, corre de vuelta a su cuarto y cierra la puerta. Escucho la madera mohosa crujir bajo los pasos de mi padre, que se acerca. Tomo rápidamente una hoja de papel llena de polvo del suelo y salgo. Choco con el hombre de mis pesadillas, ese con el que de niño crecí. Los ojos de mi padre, azules, casi grises, sin alma ni sentimientos me miran conmocionados. 

 –Tú –ruge. 

Mi estómago se encoge y siento miedo, como de pequeño. Evito su puño apartándome bruscamente y corro a la sala. Me doy cuenta de que ha empeorado, está borracho. 

 –Ven, pequeño maricón –sin pensarlo cuando viene de vuelta hacia mí le arrebato la botella de pesado cristal oscuro, y golpeo su cabeza fuertemente. Se tambalea unos segundo a continuación cae al suelo de boca. Lo maldigo un par de veces y regreso a donde se ha encerrado mi madre. La encuentro tomándose un puñado de pastillas sin agua. 

 – ¡Ey, no! ¡Mamá, mamá! –Le saco algunas tabletas de la boca y le sostengo las muñecas–. Mierda, no hagas eso. Por favor. 

 – ¡Déjame! No entiendes nada, vete. ¡Vete ya, carajo! ¡No te quiero ver! –me golpea y se suelta de mí. 

 –Ma, por favor. Solo escúchame –comienzo a decir, le agarro los hombros y para mi sorpresa ella se calla–, no tienes por qué vivir así. Mira, ¿por qué no vienes conmigo...? Yo... 

 – ¿¡Y para qué!? ¡Si eres igual que...! 

 – ¡Deja de decir que soy como él, mierda! –exclamo harto de escucharla decir eso. Aprieto la mandíbula y respiro agitadamente. Ella parece quedarse sin habla por unos segundos, hasta que retoma sus palabras anteriores. 

 – ¡Largo, vete! –me entierra sus uñas mordidas e irregulares en los antebrazos y me rasguña las mejillas y el cuello. Suelto un gemido ronco al sentir lo afiladas que están, y la suelto. Estallo encabronado. 

 – ¡Bien! Me largo de este puto lugar –le espeto notando como mi yugular palpita desenfrenada. Mi cabeza da vueltas, me giro para irme cuando escucho como ella toma algo en sus manos, me vuelvo un poco y logro esquivar una copa de vidrio que me lanza. No me da, pero mi pecho duele, y me falta el aire. Ella jamás... jamás había hecho algo... así. 

 – ¡Lárgate! ¡Estamos mejor sin ti! 

 Y eso último me destroza. La odio...
No. No lo hago. Odio en lo que el maldito desgraciado de mi padre ha hecho con ella. La miro por última vez y suspiro. Abro la puerta delantera y salgo de esta estúpida casa. Me prometo no volver jamás. 

Cuando voy a mitad del jardín suelto una grosería a mí mismo, he olvidado mis putas llaves. Al regresar de nuevo las tomo, y por el rabillo del ojo veo el papel. Está hecho bola y al otro lado de la sala. Suspiro rindiéndome y también me lo llevo. Afuera ha comenzado a llover, saco la carta y leo la caligrafía de mierda, la escribí a los doce me parece.

Hola ma, papá. ¿Por qué ya no son felices? ¿Es mi culpa? No quiero que estén enojados, no quiero que nuestro hogar se rompa más.

Haré lo que me pidan, no me portaré mal ya. Pero estoy solo en este cuarto, y no me gusta verlos pelear. No griten más por favor, tengo miedo.

Los quiero.

La hoja se moja. Termino rompiéndola y pienso: Una mierda menos. 

 Camino rápido, sintiendo las gotas de agua en mi cuello y subo al coche. Mi amigo me mira en silencio unos minutos, y al final habla.

 -Y bien, ¿cómo te...?

Lo interrumpo sin siquiera mirarlo. 

 -Vámonos. 

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⏰ Última actualización: Feb 02, 2017 ⏰

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