XXIII

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Enero.

La escarcha de nieve era lo único que lograba ver a lo largo del día. Nadie podía salir ni entrar de las casas, solo yo, Lauren y el astuto de mi novio, que éramos los que brincábamos desde la ventana de mi cuarto hasta el patio para poder vernos entre nosotros.

Las hojas secas me deprimían al igual que el cielo nublado y las películas deprimentes que me ponía a ver cuando no tenía nada qué hacer, y luego se venían las noches en las que no dejaba de pensar en lo último que me había dicho Lauren: "deja que todo fluya", pero cada que dejaba que algo fluyera, o salía terriblemente mal o simplemente, no salía. Y lo peor era ver los hermosos ojos verdes de Robert frente a mi rostro mirándome solo a mí, a nadie más.

Y luego estaba la soledad que sentía por todos lados.

Mi cumpleaños estaba por llegar, día de los enamorados también y mi primer mes de relación con Robert, también.

- No pienses, no pienses más - me repetía a mí misma la mañana tarde y noche.

Me levanté de la cama con un horrible y tremendo dolor de cabeza y caminé hasta mi baño. Me miré en el espejo; todo estaba en su respectivo lugar, menos una sombra negra justo debajo de mis ojos. Me acerqué más al espejo y estiré más mi piel para poder alcanzar a distinguir más las tonalidades de esa sombra. Corrí por mi celular y marqué el número de Dinah.

- ¿Qué pasa? - me preguntó mi amiga inmediatamente.

- Creo que padezco de anemia.

- ¿Por qué lo dices?

- Tengo una mancha grisácea debajo de mis ojos - anuncié.

- ¿Te sientes cansada? - me preguntó.

- Tengo algo de sueño.

- ¿Tienes ganas de dormir todo el rato?

- Aja - asentí.

- Amiga, no tienes anemia, solo son ojeras - me informó. - Se hacen cuando tienes mucho cansancio, y al parecer tener mucho sexo con la diosa de Lauren te está cansando.

- ¿Cómo sabes que he tenido sexo con ella?

- Es evidente - aseguró. - ¿Cuántas veces lo han hecho desde la vez del hotel?

Me puse a pensar, la verdad no llevaba la cuenta, pero habían sido demasiadas, y todas ellas llevaban algo nuevo, algo más espectacular cada vez.

- Unas 15 veces - admití.

- ¡Mierda Camila! ¿Descansas al menos? - preguntó sorprendida.

- Pues ahora que se vino la nevada he podido descansar.

- Deberías de darte un tiempo, sé que el sexo es espectacular, pero al menos pídele un descanso hasta tu cumpleaños, así podrás tener todo el sexo que quieras con ella sin tener que respirar.

- No me vengas con... - dije al escuchar un grito fuera de mi ventana. Era Robert que traía una canasta y un ramo de rosas. - Mi novio está aquí. Te llamo luego.

- ¿Novio? ¿Qué novio? ¡Camila tienes que contármelo todo!

- Lo prometo - sonreí y abrí la ventana para tener una mejor vista del rostro perfecto de mi novio.

Le sonreí y hondeé mi mano en el aire para saludarlo.

- Oh, mi Julieta Capulet, estos días te he extrañado noche y día. Tus ojos se me revelan a la hora de dormir y a la hora de amanecer. Oh, Julieta, permíteme llevarte tan lejos que nadie nos vea - citó a Romeo.

- Oh, querido Romeo, que cosas decís. En el momento en que vosotros crucemos la puerta, mi padre os llevará a la hoguera. Oh, mi Romeo, ¿estáis seguro de lo que queréis hacer? - imité a Julieta.

- Julieta, estoy seguro de querer pasar la vida entera con vosotros. No me dejéis aquí, solo y prisionero de mis deseos, que mi corazón solo pertenece a ti. Os ruego que me acompañéis. Estarás aquí antes de las diez.

Le sonreí y bajé las escaleras para colarme por la ventana de la cocina, ya que no quería buscar las llaves. Me ayudó a escapar y me cargó entre sus brazos. Reímos un poco después de la escena trágica que habíamos recreado.

- Hola, princesa - me saludó.

Besé la comisura de sus labios y abracé su cuello para no caer.

- Hola, amor.

Sonrió de oreja a oreja y claramente pude ver un brillo en sus ojos. Apretó sus labios contra los míos y me depositó en el suelo para que pudiéramos ir hasta su auto. Lo que me encantaba de Robert era que a pesar de que me veía más pequeña que él, no le importaba manifestar nuestro noviazgo, siempre me tomaba de la mano y cada que podía me besaba frente a todos. Si no fuera por el reglamento de la escuela, juraría que no le importaría y me besaría en clase, en los pasillos, frente a los profesores, directores y de más. Eso era lo que amaba de éste imbécil, y me había tomado solo dos semanas para saber que lo amaba, que no lo quería, lo amaba.

Robert y yo solo mantuvimos relaciones 3 veces. Las tres veces las hicimos con amor y delicadeza.

- ¿En qué piensas? - me preguntó al darse cuenta que tenía la mirada perdida.

- En que no sé qué haré en la escuela cuando no pueda besarte ni tomarte de la mano ni abrazarte ni nada.

Agaché la cabeza. Me hacía sentir triste a veces.

Me giró para que mi cuerpo quedara frente al suyo y pudiera mirarlo justo a los ojos, a esos verdes y hermosos ojos.

- No, no pienses en eso. En clase te mandaré miradas de coqueteo, si quieres de repente le pediré a algún compañero tuyo que se levante a leer para yo sentarme detrás de ti y hacerte maldades a escondidas, pero acuérdate que no vas a deshacerte de mí, al menos que me lo pidas - dijo con ternura.

Me puse de puntillas y besé sus labios. Abrí mi boca para dejar entrar a su lengua y juguetear con ésta. Siguió el beso de una manera exquisita y de repente sus labios no se sintieron igual, se sintieron feroces e imparables, ese beso ya lo había sentido antes y no había sido con Robert. No era de los besos que me dedicaba Robert, era el beso de Lauren.

Abrí mis ojos para comprobar que seguía besando a Robert y no era así, Lauren sustituía a Robert. Me separé de sus labios y empecé a pestañear para tener una clara imagen de lo que estaba pasando. Sí, estaba empezando a alucinar y me sentía terrible, despreciable. Robert abrió los ojos y ladeó la cabeza.

- ¿Pasa algo? - preguntó preocupado.

- ¿Recuerdas que enfermé hace poco? Siento que volveré a recaer.

- Uhm.

- Lo lamento, no quiero que te enfermes - inventé de nuevo otro pretexto.

- Qué va - dijo sin importancia. - ¿Quieres que nos vayamos? - me invitó.

- ¿A dónde me llevarás?

- Es sorpresa.

- Solo quítame la duda de algo - lo detuve en seco. - ¿Voy arreglada para la ocasión? - pregunté mirando mis prendas.

- Por supuesto que sí. Te ves preciosa. Todos envidiaran a la mujer que llevaré como compañía.

Besó la comisura de mis labios y sonrió.

- Solo te presentaré a unos amigos de la universidad. Dijeron que podíamos llevar a nuestras parejas, y pues decidí pasar por ti.

- ¿Y la canasta para qué?

La abrió y alcancé a ver algunos quesos y vinos.

- Para el aperitivo.

Sonrió de nuevo. Me tomó de la mano y me metió al auto. Tenía miedo, claro que sí. Todos ellos ya mantenían un trabajo o incluso una familia mientras que yo a penas iba a cumplir dieciocho años. Maldita mi suerte.

sex instructor; camren g!p.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora