Capítulo 2 Desorientación

50 9 3
                                    

-Veo una luz al final de este oscuro túnel, cada vez que me acerco a ella, me siento peor...

Corro hacia ella como si no existiese un mañana, incluso después de haber aceptado mi propia muerte, me aferro a la vida que no tengo con todas mis fuerzas, y cuando creo estar llegando a esta fría luz, un resplandor blanco me ciega y todo se desvanece.

Cuando despierto, me encuentro cansado, magullado y con mucho frio, sigo con los ojos cerrados, aun no quiero abrirlos, pero escucho de fondo una lluvia con mucha fuerza.

Empiezo a notar las congeladas gotas de agua que caen sobre mi, la primera de ellas hace que me despierte, y gracias a ella, miro a mi alrededor y veo una calle desconocida pero normal sin lugar a dudas, excepto por un detalle que salta a la vista, y es que puedo notar como todo a mi alrededor incluyendo los objetos, o incluso las personas, son enormes...

También hay algo que capta mi atención al instante, pero esta vez no es algo del exterior si no algo interior, soy yo, puedo notar como mi vista es mucho mas nítida, puedo ver perfectamente a larga distancia, a una distancia imposible para un ser humano.

Intento incorporarme poco a poco pero las piernas me fallan, pero cuando quiero darme cuenta, veo que a falta de 2 piernas, tengo otras dos, y cuando digo piernas, debería referirme a ellas como, patas...

Curioso aunque a la vez con miedo, mucho miedo, utilizo las pocas fuerzas que me quedan para caminar hacia un pequeño charco que había junto a mi, y mi corazón se acelera cuando en el reflejo algo borroso de ese charco llego a vislumbrar un pequeño gato negro, noto en mi una cara poco común, una cara de incredulidad pues mi mente todavía no asimila lo que esta viendo, y es que esa pequeña cosa negra, que se ve toda magullada y sucia soy yo.

Y justo cuando estoy por asimilar todo lo que esta ocurriendo, escucho una dulce voz que proviene de detrás mío:

-Pobrecito, en un día así y este pequeñin aquí pasando frio, ven te llevare a casa- decía aquella dulce chica de rostro perfecto mientras me cogía y me acurrucaba con aquella manta de color azul.

Y sin saber como, ni porque, gracias a aquel balanceo y ese dulce aroma que provenía de ella, acabe por quedarme dormido.


Ángel de 4 patasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora