No podía dormir, ¿Quién podría hacerlo luego de darse cuenta que su cuerpo es espantoso?
Encendí la luz, abrí mi laptop y me puse a buscar en cientos de páginas cómo bajar de peso. En la mayoría de sitios web por los que pasaba, decían que tenía que consumir menos carbohidratos, dejar los productos lácteos de lado, hacer mínimo treinta minutos de ejercicio diario, tomar bastante agua... ¡¿Cómo podían pedirme eso?! Era cien por ciento seguro que no cumpliese ninguna de esas cosas.
Apagué la laptop, desilusionada, y fui en busca de la pesa.
Estaba asustada. Hice una aproximación e imaginé que pesaba entre sesenta y siete y setenta y tres kilos.
Cerré mis ojos e intente tranquilizarme.
Inhalé.
Exhalé.
-Vamos Celeste– Me animé a mí misma –Tú puedes.
Principié con mi pie derecho y observé que ya no era "cero" lo que indicaba la pesa, si no veintitrés.
Volví a respirar profundo.
-Solo falta el otro– Monté el izquierdo.
Setenta y ocho kilos.
Intenté no llorar. Quería hacerme creer a mí misma que no importaba, que no era tan grave mi estado físico (aunque media 1,63 metros y tenía 16 años), que todavía había tiempo para perder esos kilos de más. Estaba dispuesta a rebajar. No quería seguir siendo así: redonda.
Al otro día me sentía cansada, no había dormido mucho.
Mi madre me trajo el desayuno a la cama. Eran dos pizzas, dos galletas oreo y una malteada de fresa. Recuerdo que estuve a punto de darle un mordisco a una de las pizzas, pero me retuve. Le dije a mi madre que no tenía hambre; al oír aquellas palabras, le pareció extraño, y ¿Cómo no? Si yo solía comer mínimo cinco veces al día. Me preguntó si estaba bien y yo asentí. Puse de excusa que la cena de anoche no me había caído muy bien, pero que no se preocupara, ya que desayunaría una fruta. Ella terminó aceptando y se retiró con lo que iba a ser mi primer comida del día.
Me levanté de la cama sin ánimos de ir a estudiar, abrí mi armario y busqué que ponerme para ese día: nada me agradaba.
Sentía que si me ponía algo bastante al cuerpo, notarían lo gorda que estaba y, si me colocaba algo suelto me verían más gorda todavía.
¿Qué hacer en ese momento?
-¿Y si me quedo en casa?– me pregunté a mí misma.
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~Maldita Gorda~
NouvellesDesde entonces, me di cuenta de que las chicas tenían razón. Era una pelota, una cerda, una marrana, yo era... Era una MALDITA gorda. Así empezó mi tortura...