V

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Era Laura (o Paula). Se había vuelto a poner el vestido. Con el maquillaje corrido ya no se veía tan seductora como antes. Hizo un gesto como que iba a hablar, pero Próspero se puso el dedo en la boca y chistó.

En el living, los ruidos cesaron. Próspero volvió a asomarse. La sandía se había separado del cuerpo, se inclinó para apoyarse sobre su parte curva y comenzó a avanzar hacia el pasillo, bamboleándose con dificultad, de una manera extraña, quizá a causa de la canilla. El movimiento habría resultado gracioso, si la fruta no hubiera ido dejando un reguero de sangre fresca conforme avanzaba.

Pálido, Próspero le hizo un gesto a Paula (o Laura) para que se escondiera en el dormitorio, cosa que ella hizo a regañadientes. Próspero volvió a asomarse. La sandía llegó casi hasta sus pies. Enceguecido por el pánico, el hombre se encerró en el baño y pegó la oreja a la puerta. Oyó que el rumor sordo que hacía el barril al rodar se acercaba y se detenía. En seguida comenzaron los golpes.

Próspero se apoyó contra la puerta con toda la fuerza que le quedaba. ¿Cómo era posible que no se rompiera? ¡Era una fruta, por el amor de Dios!

Un grito agudo le reveló que Laura (o Paula) había salido de su escondite. Al final no era tan inteligente, pensó Próspero. El golpeteo cesó y él entreabrió apenas la puerta para ver cómo la sandía salía rodando detrás de la chica; pudo distinguir el hueco que le había hecho: no era tan grande, por lo que las paredes había quedado bastante gruesas. Solo a él se le ocurría usar una cucharita de papas noisette.

Desde el dormitorio llegó un alboroto de muebles. Ahora que la sandía no estaba, Próspero sintió que el valor le volvía y salió del baño, palo de golf en mano. Asomado a la puerta, pudo ver a Paula (o Laura), atrincherada detrás de la cama, al otro lado del cuarto. Parecía que buscaba algo en el embrollo de ropa y cosas que había por el piso. La sandía, por su parte, seguía balanceándose de un lado a otro, como indecisa, dado que tenía el paso bloqueado por la gran cantidad de cosas que el dueño de casa guardaba debajo de la cama.

Aprovechando la oportunidad que se le presentaba para terminar con el asunto y, de paso, mostrarle a Paula (o Laura) cómo se hacía, Próspero saltó en la habitación y golpeó la sandía con toda la furia que tenía, sin éxito. De hecho, se dio vuelta pesadamente y rodó un poco hacia él. Aterrorizado, aquel retrocedió unos pasos, pero se resbaló con un coágulo de sangre. Justo en el momento en que la enorme cucurbitácea estaba por abalanzarse sobre él, Próspero alcanzó a ver, más allá, que Laura (o Paula) rodaba sobre la cama y que, en una pirueta espectacular, caía delante de él. Acto seguido, sujetó la sandía con una mano para clavarle el taco aguja de las sandalias que había llevado a la fiesta, con tal fuerza que lo enterró hasta el fondo en la gruesa cáscara. Luego se levantó con agilidad y permaneció expectante. Frente a Próspero, la sandía se meció levemente sobre sí misma, hasta quedarse quieta por completo.


El ataque de las sandías asesinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora