Capítulo 3. Cuando llega mamá.

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   El reloj del living anunciaba las diecinueve horas cuando Helen regresó a la casa, en la cual, reinaba un silencio absoluto. Al entrar, dio aviso para ver si todo marchaba bien.

   –¡Chicos, ya llegué! –La voz de la mujer pareció romper el encanto de la quietud, pues, pronto, dos de las puertas de las habitaciones superiores se abrieron y la bienvenida fue jolgoriosa, sobre todo por parte de Jimmy.

   –¡Mamá! ¡Mamá! –gritaba feliz el pequeño.

   –¡Qué bueno que estés de regreso! Ya estaba preocupándome –dijo su hija que venía tras el niño.

   –¡Mami, me han dado un diez! –comentó aferrándose a sus piernas.

   –¡¿De verdad?! ¡Entonces, te mereces un premio! –Sacó una paleta del bolsillo de su saco.

   –¡Gracias!

   –Te la has ganado, pero, no la abras hasta después de la cena.

   –Está bien; iré a guardarla –comentó algo desilusionado subiendo las escaleras.

   –¿Cómo te ha ido, mamá?

   –¡Oh; creo que bien! Bueno, es lo que supongo. Pero, a ti no te veo muy bien que digamos. ¿De nuevo discutiste con Bryan, no?

   –Sí. Es repelente, ya no lo soporto.

   –¿No crees que exageras?

   –Definitivamente no –Helen suspiró, le gustaría que sus hijos se llevaran mejor.

   –¿Y dónde está él ahora?

   –Se fue luego de fastidiarme y que se mofó groseramente de Robert. ¡Pobre Robert!

   –¿Qué le hizo para que estés tan apenada?

   –Lo obligó a beberse de un solo trago un vaso de aceite de bacalao, a cambio de tomarlo en cuenta como amigo. Y el tonto lo hizo.

   –No te preocupes, hablaré con él.

   –¿Cuándo? Jamás está en casa, excepto para dormir, comer y molestar.   

   –Julianne, no hables así de tu hermano. Él te quiere mucho, aunque, no lo creas.

   –¡Vaya! ¡Menos mal! –Helen no pudo evitar reír.

   –Ven, ayúdame con la cena –Madre e hija se internaron en la cocina, donde descubrieron que había varios utensilios sucios en el fregadero.

   –Adivina quién estuvo aquí.

   –¿Por qué hay tantos platos?

   –¡Oh! Tan sólo "amigos" de Bryan.

   –En verdad que hablaré con él. Julianne, escucha, mientras, me cambio saca el pollo del congelador, por favor.

   –Está bien, pero, aguarda. Tengo un presentimiento –anunció abriendo la portezuela–. ¡Lo que supuse! Olvida el pollo. Se comió todo lo que quedaba y, nadie ha ido a hacer las compras hoy.

   –¡Oh, no! Lo olvidé. Iré mañana sin falta. Por hoy, iré a la rotisería, si tardo no te preocupes, tiene buena clientela.

   –Está bien. Pero, no te quedes hablando con la señora Harpers.

   –¿Por qué lo dices?

   –Porque sé de qué hablan.

   –¿Ah, sí? A ver, dime. –La desafió incrédula.

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