Todo empezó con sus labios. Sus labios y mis labios. Sus labios en mis labios, o mis labios en los suyos. Una risa por mi parte, sincera e inocente y su mirada penetrante, seductora y a la vez tímida. Recuerdo su lengua en la mía, y la mía en la suya, mientras nos besabamos yo olvidaba, era una amnesia que me hacía sonreír, y sentir; tocando las sábanas que parecían de seda, oliendo el pino que se asomaba por su ventana, con los ojos cerrados pero viendo estrellas, y escuchando su respiración compaginando con la mía, olvidandome de todo estrés, preocupación o disgusto. Éramos él y yo, mis ojos rasgados con sus ojos café intenso, mis mejillas rosas por la emoción y sus pecas casi imperceptibles, mi piel quemada junto a su piel dorada, y mi pequeño busto colapsado por su tenaz pectoral. Poco a poco la libido iba aumentando, él iba bajando por mi cuerpo cual niño en un tobogán, recorriendo hasta el mínimo poro, llegando hasta el lugar más escondido por las mujeres, el lugar donde la sociedad impone ser tapado, donde el estado decide por ti y donde puedes llegar a un alto y fornido punto de felicidad mezclado con excitación. Yo me encontraba insegura por lo que estaba a punto de suceder, en cambio me dejé llevar por la seguridad que él me transmitía, inciamos un viaje de sorpresas en el cual yo notaba su inspiración y su aspiración recorriendo mi cuerpo como si mi piel fuese porcelana, y al final ese placer insólito en el que él jugaba con su lengua y yo cantaba sonidos que nunca en mi vida había experimentado. Yo era una adolescente a punto de descubrir lo que es el amor verdadero.