Algodón

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Erase una vez, en la mesa de un artesano ya muy viejo, un muñequito de algodón. Aquel amante de las puestas de sol, disfrutaba de hacer brillar sus dos ojos de botón, pero no con cualquier brillo; más bien, él estaba perdidamente enamorado de la luz de la luna. Era, sin duda, el brillo mas hermoso de todos, el más limpio pero el más frío, el más lejano y además el más imposible. Él sabía que no era el único que se fijaba en ella; por ejemplo, el pincel también rodaba hacia la ventana cada noche y se quedaba observándola; y la lija, cada vez que podía, también se arrimaba a la ventana para verla brillar. Pero de todos sus admiradores el muñeco de algodón era el más fiel, pues era quien se quedaba a verla incluso cuando el sol ya salia y ella permanecía un rato más hasta extinguir su luz en el cielo diurno.

Una tarde todos notaron que el artesano estaba muy (y quizás demasiado) agitado. Trabajaba rápidamente, como cuando tenía sus famosos ataques de inspiración. Se sentó en su mesa de trabajo a hacer "algo", pero nadie sabía o veía qué podía ser, pues ninguna de sus herramientas más usuales estaba siendo empleada. De pronto, salio con un brinco del escritorio y comenzó a dar vueltas sobre sí mismo, y luego, sobre todo el taller, como buscando algo, - y eventualmente eso hacía - hasta que se rindió y mirando al muñeco de algodón mientras se mordía el labio inferior como indicio de optar por su última opción, lo tomó y le extrajo cuidadosa pero no menos dolorosamente un poco de relleno. Obviamente luego cerró el corte y volvió al trabajo con el material conseguido.

Fue aquella parte del muñeco de algodón lo que el artesano necesitaba para terminar la creación que quedaría oculta sino hasta el día siguiente. Todas las herramientas e incluso el muñeco se acercaron para ver en qué había trabajado tanto su dueño; tras un tiempo de observación, se dieron cuenta de que no era un martillo, tampoco una cierra, al contrario, ella no era una herramienta, ella era ni más ni menos que una preciosa y nueva muñequita de algodón. Pero, poco tiempo después, la muñeca no resultó ser tan popular como todos creyeron que sería, ya que a los pocos días las herramientas empezaron a apartarla viendo que no funcionaba como el resto y que el artesano no la usaría jamás como una de ellas. Pero una noche, mientras todos dormían, algo cayó sobre su cabeza y le golpeó. Era un ojo del muñeco de algodón que se le había soltado desde la repisa.
- ¡Perdón! - exclamó el muñeco - de verdad lo siento mucho, no es la primera vez que me pasa.
- No importa, está bien - contestó ella meneando la cabeza mientras terminaba de despertarse.
- Bajaré enseguida a recogerlo - dijo el muñeco antes de dar un salto para bajar a la mesada. Cuando le devolvió su ojo, el muñeco de algodón concluyó que eso no simbolizaba el final del encuentro sino todo lo contrario, así que dijo:
- ¿Quieres venir a ver la luna conmigo? - tomó un pensamiento y agregó - Claro que si estas muy cansada y prefieres irte a dormir podemos verla otro día, quiero decir, otra noche.
Pero fuera de importarle realmente mucho la formalidad del muñeco, ella aceptó y con una emoción de niño él la tomó de la mano y la llevó al pie de la ventana.
Oscuro, el cielo estaba oscuro. Podían verse bien las estrellas pero... no la luna. "¿Qué pudo haber pasado?" Se preguntó el muñeco:
- Te pido perdón, yo estaba seguro de que, ya sabes, ella iba a estar... justo ahí... pero...
- Esta bien, no te disculpes, a veces las cosas que más queremos no están cuando las necesitamos.
El muñeco jamás supo si fue por la expresión, el tono, la noche o qué, pero en ese preciso momento se dio cuenta de que no necesitaba ninguna luna que le diera frío a su vida pues, el artesano le había regalado aquella creación que le daría tibieza a su vida y a partir de entonces, el muñeco y la muñeca de algodón compartieron días enteros. Hablaban de todo lo que les gustaría hacer algún día, como salir del taller, mojarse con la lluvia, vestir ropa de humanos... pero para muñecos, etc.
Rápidamente la relación entre los dos muñecos creció y creció hasta que cierto día, para el cumpleaños de la muñequita, el muñeco quiso regalarle algo especial, algo que nunca nadie más que él le podría regalar. Así que en secreto, encerró un beso dentro de una burbuja muy pequeña y la metió en un frasco el cual decoró ocasionalmente. Le dijo a la muñequita que la vería al caer el sol al pie de la ventana en la que se habían conocido.
Iniciaron entonces las horas más largas de sus vidas. Los dos muñecos esperaron con una ansiedad inaguantable la puesta de sol hasta que finalmente... sucedió. Los dos se presentaron a la luz nocturna que irrumpía en la ventana, él le dio en la mano su regalo y le dijo:
- Jamás será igual que este momento.
Entonces, con un poco de miedo, lo abrió. Al quitar la tapa la burbuja flotó hacia arriba y a su altura explotó, dejando en el aire el beso del muñeco de algodón; el primer beso que de verdad iluminó las costuras de los dos muñecos uno en frente del otro, y entonces, fue real. Tela con tela, hilo con hilo, labio con labio. El primer contacto, el primer amor real de los dos, su primer y único regalo, su primera y única entrega.
Así se besaron, acariciaron, como habían soñado que podrían y entonces una emoción, que ya no era precisamente de niños, los recorrió de pies a cabeza, por cada bordado, cada centímetro de tela, cada milímetro de algodón; allí conocieron sus corazones que eran al fin iguales y estaban ahora más que nunca, realmente enamorados. Se tomaron de las manos y con un suspiro, mientras veían a las estrellas perderse en el cielo, entendieron que ser diferentes los hacía iguales, que no tenían por qué ser un martillo, ni una cierra, ni tampoco muñecos de algodón, pues, ya eran todo lo que tenían que ser: El uno para el otro.


Recién Comienza

~☆~

Dedico este cuento a mi hermosa @cami_depi , ojalá le guste.

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