♧ Cuentos de Tarde ♤

El Plato de la Señora Cirsa

Cuando Niac vio aquel trozo de carne servido sobre la mesa sus pensamientos comenzaron a estallar todas las opciones. Una niebla de lo que no era real y lo que sí llenaba un abismo de posibilidades, de razones, de posibles acciones que podían tomarse o no sobre lo que, otra vez, posaba frente a sus ojos. 

Tantas imágenes en su cabeza, tantas ideas que no podían dejar de llevarse a cabo, porque simplemente, debían ser. Niac estaba de verdad nervioso, no podía resistir lo que su cuerpo le ordenaba a gritos , no podía ignorar ese deseo de desobedecer la moral y hacer lo que finalmente anhelaba, deseaba con todo su ser. 

Pasaban ya tres minutos desde que la señora Cirsa había servido el plato y el aroma del cerdo conquistaba cada rincón del salón y, dentro de Niac, se in-conmensuraba. A cada instante su deseo crecía más y más. El punto que anclaba su impulso era claro: "no puedes comer por el simple deseo de hacerlo, debes de necesitarlo, implorarlo, estar seguro de morir si no puedes consumirlo". Pero Niac no había llegado a tal punto aún pues recién tenía indicio de los primeros deseos reales.

Él se imaginaba lentamente trozando la carne, llevándola hacia lo mas profundo de su boca, contemplando tan lujuriosamente cada centímetro de fibra, sintiendo su sabor, el crujir de la grasa entre sus dientes, el roce de carne contra carne una noche más, hasta notar el ligeramente salado liquido fluir entre sus comisuras para luego repetir la escena una y otra vez con cada bocado del plato, aquel único plato que no volvería a gozar sino hasta la próxima noche. Eh aquí la angustia asfixiante de pensar que el mismo plato quizás no podría repetirse cuando el sol se ponga de nuevo, la desesperación de no poder sentir de nuevo el éxtasis de un sabor tan exquisito.

Su alma no pudo aguantar la presión, así que, como todas las noches, Niac tomo los cubiertos y dio inicio al acto de pasión que sufriría de esperar para volver a repetirlo la próxima noche.