El Lobo y La Rosa

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    En algún lugar lejano, en alguno de esos inmensos bosques mágicos que no tienen ni tuvieron nunca huella del hombre, vivía un lobo. No era un lobo muy grande, tampoco era feroz ni andaba en grupo al contrario; más que un lobo parecía un perro, uno que paseaba sin rumbo en aquella gran arboleda, pues sus solitarios días no hacían más que darle una vida poco rutinaria y muy aburrida. 

    Una tarde normal, como una de tantas otras, mientras pasaba a beber un poco de agua del riachuelo, vio en la otra orilla una flor. Era una rosa pequeña que apenas se le distinguían esbozos de futuras espinas; perdida entre los abedules, muy sola, ya que a su al rededor no había mas que yuyos y cardos, y estando tan cerca de caer al agua nadie tomaba cuidado de ella. El lobo contemplando tal situación y viendo que la rosa realmente era bonita decidió  ㅡaunque le haya dado mucho miedoㅡ cruzar el correntoso riachuelo y una vez del otro lado, se tendió exhausto, quizás pensó que no iba a costarle tanto pero sus patas ya no se querían ni mover así que tuvo que arrastrarse un poco hasta quedar cerca de la flor y una vez allí descansar.

     Con el paso del tiempo la rosa crecía y se hacía más y más fuerte, con la ayuda del lobo que por los primeros días junto barro y armo una pared pequeña, algo así como un murito, para que la rosa no desbarranque. Desde aquel día cuidaba de la rosa: quitaba a las hormigas, caracoles, orugas y cualquier otro insecto que buscara ignorantemente tomar algo de la planta, le llevaba agua y con ella la regaba. Tanto empeño le puso que casi se olvidó de cómo cazar y acostumbró a alimentarse de las orugas y arañas que le quitaba de encima a su rosa. 

Llegó el tiempo en el que la flor ya tuvo grandes y poderosas espinas, el hocico del guardián tuvo que acostumbrarse a pincharse cada vez que se aproximara a ella. Los primeros días sí fue la pura imprudencia del animal lo que lo terminaba lastimando, pues no dejaba de insistir en acercarse como antes y... eso no funcionó tan bien hasta que tomo una aceptable distancia.

    Resulta que un buen día, después de una terrible tormenta ㅡcosa que el lobo no disfrutaba pues tenía que pararse cual techo encima de la rosa toda la nocheㅡ un insecto... peculiar llegó a posarse en la flor, un tipo de oruga amarilla con alas, la verdad es que el can no sabía bien qué era y tampoco cómo reaccionar, pero la rosa se veía feliz... o eso parecía, y por más que ladrara, aullara o intentase morder al insecto, este no se iba y el escándalo que provocaba terminó por hacer enfadar a la flor. El lobo comprendió que ya su rosa no lo necesitaba, pues tenía otro nuevo celador y decepcionado, volvió a cruzar el riachuelo ㅡque esta vez no resultó más difícil que la vez anteriorㅡ. Si bien todavía siente que debe volver con su flor, entiende que no puede; pues, las espinas cada vez le dolerán más, así que sigue ahí, del otro lado del riachuelo, por si ella algún día vuelve a necesitarlo.

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