CARTAS DE NAVIDAD - TERCERA PARTE

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ELIZA

―Mira chica creo que se mueven ―dije mirando la puerta de la torre de hombres―

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―Mira chica creo que se mueven ―dije mirando la puerta de la torre de hombres― . Joder sí que son chulos.

―Bien, veamos que tan buenos son, les queda un minuto para la media noche ―respondió Amalia oculta bajo las oscuras escaleras de la sub-terraza en la torre de las mujeres.

―¡Qué coño tía! Abel ha desaparecido ―dije buscándolo con los binoculares―. Espera creo que lo veo, wow, se mueve muy rápido, viene subiendo en espiral por los muros, HOSTIA.

―¡Qué! ¿Y los demás? ―preguntó Amalia.

―Aguarda, creo que Matías nos está mirando, está justo abajo y creo que va a, ¡ha saltado coño!, estos chicos están locos ―dije apabullada, Matías pegó tremendo salto desde el patio central hasta arriba de un solo brinco, veinte pisos y aterrizó en las almenas frente a nosotras, seguido de Abel quien llegó en un parpadeo al borde de los últimos metros de la torre, y por último Sam, el chico del pasamontañas más ridículo que haya visto jamás, sus drones ultra silenciosos le sostenían a voluntad todo el peso en el aire, habían llegado en una entrada triunfal y justo a tiempo.

―¿Estás segura que quieres hacer esto después de lo que acabas de ver? ―preguntó Amalia con esa mirada suya, de "me vale lo que pienses".

―Por supuesto, sino como sabremos de qué están hechos, toma esto ―le dije arrojando a ella un revólver de doble cañón, uno de mis juguetes preferidos, yo tomé un sable a la vieja usanza―. Ahora estamos listas, solo debemos esperar el momento correcto.

―No les voy a disparar, qué acaso enloqueciste―murmuró Amalia.

―Shh, silencio algo ocurre―refuté al escuchar un ruido de móvil.

―Hola, Michelle ¿eres tú? Te escucho entrecortado ―dijo Abel a unos metros de nosotras, no podían vernos pues estábamos detrás de ellos.

―Esta es nuestra oportunidad ―afirmé poniéndome en posición de ataque.

―Cállate, ¿quién es Michelle? ―consultó preocupada Amalia, como si yo supiera quien coños es Michelle.

―A que te refieres con que los tienen secuestrados, Michelle, ¡MICHELLE! ―gritó Abel perdiendo la cordura.

―¡Ahora! ―Dije y me lancé hacia ellos, dispuesta a cortarlos en dos.

―¡Abel cuidado! ―gritó Sam, pero era demasiado tarde.

Cuando estuve a punto de volarle la cabeza, sentí un freno en seco que quebró mi sable, fue Matías, había aparecido de la nada y con un solo dedo partió la hoja más afilada de mi artillería y luego me tiró al piso, dejando caerse sobre mí e imposibilitando mi defensa.

Amalia salió de  nuestro escondite secreto y apuntó sin temor con el revólver que le di, Abel llegó a ella en un instante y le desvió el tiro dejándolo perderse en el aire, luego la desarmó y la tomó por el cuello con su codo, contra la pared, dejándola en una asfixia poco erótica.

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