CAPITULO I - UNA PROPUESTA PELIGROSA

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DON GABO LINARES

CUARTEL DE OPERACIONES SECRETAS

―Llevo semanas haciendo la misma rutina, troto hasta las 6 a.m. como cualquier otro que disfruta del ejercicio, aquí, justo sobre la décima ― dije señalando el mapa del sector, puesto encima de la mesa de reuniones.

―¿Y con permiso de quién estás patrullando esta zona? ―preguntó el subdirector Yu Chen, un Chino engreído, apuntando donde yo tenía el dedo.

―¿Crees que necesito permiso para patrullar mi zona? ―pregunté mirándolo fijo a los ojos y continué con mi reporte sin parpadear―. Dos hombres sospechosos han estado ingresando a la Corporación Envidas sobre las 5 am, si me permite señor director necesitamos más apoyo para

―¿Más apoyo? ―interrumpió Yu Chen alzando la voz, con su tono agudo y enredado―. Te hemos dado a cien de nuestros mejores hombres y para qué, ¿para que cuiden de tu familia y llegues diciendo que necesitas a más hombres solo por dos sospechosos?

―¿Y tú qué has hecho? Sentarte aplastando el culo tras un escritorio mientras los cien hombres y yo arriesgamos nuestras vidas a diario ―contesté en su mismo tono.

―¡Silencio los dos! ―gritó el director Pedro Nel, que había estado sentado escuchando los reportes―. Tus acciones han sido insensatas, hemos invertido seis meses con esta operación y no has logrado nada ―continuó, Yu Chen esbozó una sonrisa burlesca―. Debes solicitar previo permiso si vas a avanzar hacia una zona restringida como es la décima.

El salón se había quedado en completo silencio mientras el director hacía su clásica pausa para pensar, observando el mapa. Los demás líderes y yo lo mirábamos expectantes.

―¡Caicedo! ―llamó a su secretario, un joven algo torpe y desaliñado.

―Sí señor director ―contestó Caicedo, apresurándose a su lado.

El director susurró algo al joven, quien solo asentía con su cabeza escuchándolo, acto seguido salió corriendo del salón mientras esperábamos.

―Salgan todos y hagan su trabajo ―ordenó el director.

―Sí señor ―respondimos juntos los líderes de la milicia poniéndonos de pie.

―Usted no Gabo ―Me pidió el director Pedro Nel y esperó a que todos salieran, menos Yu Chen que seguía con la mirada altanera parado a su izquierda―. Siéntese y termine su reporte.

―Los sujetos visten traje formal igual que todos los empleados de la Corporación Envidas.

―Es porque son solo empleados ―interrumpió de nuevo Yu Chen.

―Mejor cierra la boca Yu Chen o lo haré por ti ―le advertí.

―Continúe Gabo ―replicó el director.

―Los dos sospechosos entran cada mañana portando un pin de Capa Blanca en la solapa escoltando algún indigente, pero al terminar la jornada, salen solos y el tercer sujeto, el indigente, no se vuelve a ver ―aseguré―. Los empleados del banco no dicen nada al respecto, los hemos interrogado de manera indirecta haciéndonos pasar por personas de su día a día, mezclándonos entre meseros, cajeros, incluso tenemos a una oficial haciéndose pasar por institutriz de los hijos del gerente y consideramos que hay razones para creer que estos hombres pudieran ser quienes están financiando a los capablanquistas.

―No podemos arrestar a cualquiera solo porque porta un pin de ese maniaco, o porque desaparecen a un indigente, por el contrario, el pueblo se los agradecería ―declaró el director―. Pero podemos hallar motivos suficientes para hacerlo.

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