IV

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Una amplia sonrisa se dibujó en mi bello rostro cuando tuve la atención de todos los presentes

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Una amplia sonrisa se dibujó en mi bello rostro cuando tuve la atención de todos los presentes. Me preparé para soltar la bomba; las cosas iban a cambiar a partir de ahí. Capaz me volvía tan famoso que me hacían un villancico como a Rodolfo.

—En principio, debo decir que de no haber sido por todas las distracciones puestas a propósito en la escena del crimen, esto hubiese podido dilucidarse en menos de media hora y hubiésemos estado durmiendo para este momento.

El murmullo de indignación colectiva se extendió por toda la sala abarrotada de trabajadores que habían sido sacados a la fuerza de sus casas para venir a presenciar algo que, en apariencia, ni les interesaba ni les afectaba.

—Sin embargo, el culpable decidió hacerlo más complicado. En principio, desvió nuestra atención hacia los bastones de caramelo y a descubrir la razón por la que se habían hallado junto al difunto. La división criminalística confirmó desde muy temprano que no estaban envenenados y que el reno no los había consumido. No pudimos, de todas formas, aceptarlo como lo que era: un dato irrelevante dejado en la escena del crimen con la mayor intención del mundo. Ese fue nuestro primer error.

»Luego, ocurrió que al asunto de los bastones se sumó la desaparición del trineo. Con los duendes comunistas detrás de ello todo pareció encajar a la perfección, pero, ¿y el reno? ¿Quién había matado al reno? Y una pregunta mucho más importante: ¿por qué Karl, el cabecilla de los rebeldes del sindicato, confesó con tanta facilidad su implicación dentro del robo? Es obvio que luego de ello le iba a caer un despido e incluso una sanción por parte de la policía. Además, ¿quién demonios es tan idiota para dejar que le graben en video mientras realiza lo que podría llamarse el mayor atentado a la navidad en toda la historia? ¿No es sospechoso que los criminales hubiesen sido tan descuidados? O mejor: pregúntense quién pudo desactivar las cámaras que funcionan con magia desde la mismísima central de seguridad del Polo Norte. No es un fallo muy fácil de generar, ¿verdad?

Acaricié mi barba con expresión pensativa y guardé silencio para dejar que mis palabras fuesen digeridas. En ocasiones creía que a los renos les costaba hacer conexión neuronal y lograr comprender lo que se les estaba diciendo, así que un poquito de deferencia no caía mal.

—Vamos a ver, deje de irse por las ramas, Stewart, que ya hemos encontrado el trineo y no ha sido gracias a su ayuda. —Miller chasqueó la lengua y materializó la impaciencia que cada vez ascendía más dentro de la sala—. Díganos de una vez, ¿quién es el asesino?

Suspiré. Me iba a ganar un puñetazo si seguía intentando retener el suspenso.

—Santa Klaus fue quien lo mató.

Contrario a lo que pudiesen creer, el lugar se sumió en un pesado silencio. Todos giraron sus rostros hacia el fondo, donde se hallaba nuestro jefe barbudo, panzón y con un semblante que no se había inmutado.

—Fue obvio que alguien de mucho poder estaba detrás de esto desde el momento de la confesión de Karl, en especial porque hoy, en la mañana, tuve a mano el periódico cuyo titular principal era que Santa había cancelado la compra de las máquinas ensambladoras y había tenido que pagar una jugosa indemnización a las empresas chinas. ¿Qué interés podría haber de por medio? Claro, lograr que el sindicato de duendes se tranquilizara y, además, le sirviera como cortina de humo para el crimen que estaba a punto de cometer.

»La autopsia reveló que la víctima murió de un paro respiratorio. Santa utilizó su bolsa de regalos para asfixiarlo y cuando el trabajo estuvo hecho, volvió a activar las cámaras y salió del edificio. Parte del personal siguió trabajando en los preparativos para navidad mientras nosotros estábamos interpretando este espectáculo de bajo presupuesto. En el fondo, al gordo capitalista no le interesó nunca que lo descubriesen y por eso no hizo el mayor esfuerzo de idearse una escena del crimen más elaborada y difícil de desentrañar. Igual prefirió apurar, con la excusa de que faltaba poco para la entrega de regalos, para que el caso se cerrara. En fin, querido señor Klaus, ¿puede explicarnos por qué demonios decidió jodernos la existencia y matar a Rodolfo justo en la víspera de navidad?

Cabreados era poco, los presentes estaban comenzando a alterarse bastante, llevaban aguantando el sueño y las ganas de mear por un nada despreciable tiempo de catorce horas ininterrumpidas. Yo es que tenía demasiado café en el cuerpo, lo mismo esperaba irme a abrir el Netflix y echarme un maratón de películas cuando esto acabase. Me iba a ser imposible conciliar el sueño.

—Me cargué al reno malagradecido por vuestro bien, aunque no lo creáis —dijo el culpable—. Desde hacía mucho tiempo, Rodolfo venía pidiendo aumentos y beneficios caprichosos, por no mencionar sus quejas constantes de que mi rostro saliese más que el de él en las postales navideñas. Quería protagonismo y pensaba obtenerlo a toda costa, fue por ello que decidió traicionarnos. Sí, mis queridos trabajadores, Rodolfo, el reno que no hubiese sido nadie sin nuestro incansable trabajo detrás de él, firmó un contrato con los Testigos de Jehová para ser la imagen oficial de la nueva fiesta que pensaban lanzar el próximo año. Llevaban ya varios meses reclutando personal para mandarlo a sus fábricas en Canadá y así arruinar nuestra empresa. No me arrepiento. Si la navidad caía, íbamos a caer todos, no podía dejar que eso pasase.

El aturdimiento estaba haciendo mella en mí, el discurso de falso altruismo que estaba dando el viejo se escuchaba como una nube lejana. Dios, y tanto drama que faltaría si nadie detenía esto. A los duendes les daba igual porque habían logrado lo que querían, los renos no eran demasiado inteligentes para objetar nada, pero los elfos tenían una vena moralista inaguantable cuando se les daba rienda suelta.

—En realidad nadie lo quería —dije, en un intento desesperado de que la polémica no se extendiese—. Rodolfo era un antipático, y encima nos había vendido sin ningún tipo de escrúpulos. Si hay algo en lo que tiene razón el señor Klaus, es en eso. Además, los Testigos de Jehová son incluso más tacaños que el gordo, no creo que nadie aquí quiera trabajar para ellos.

Supongo que los convencí. Tampoco era un trabajo tan difícil, tomando en cuenta que mandar a la cárcel a Santa dos horas antes de que fuese navidad era una idea por demás estúpida. Recuerden: si no hay mocosos felices con sus regalos dejados debajo del árbol y no hay paga. Hasta los renos podían hacer esa conexión tan evidente.

—Eso sí, no os confundáis. El gordo barbudo que tenemos aquí es un asesino y ese es un hecho objetivo. De esta no se escapa con una disculpa y una sonrisita. —Pude notar por el rabillo del ojo que Santa me miraba con el ceño fruncido. Sin embargo, si no lo comentaba yo era obvio que alguien más saldría con el tema, y como quería terminar la velada siendo un duende importante, dije—: ¿Qué tal si, ya que estamos todos aquí reunidos, discutimos sobre la reforma laboral y los aumentos salariales, señor Klaus?    

¿Quién mató a Rodolfo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora