Tengo escondido en el pecho
un colibrí enjaulado
que de tanto volar marcha atrás
se quedó anclado en el pasado
por la punta de sus alas.Este colibrí salvaje
que canta con el ritmo de las mareas
odia su prisión oscura de polvo de estrellas y huesos.
Quiere bailar con el horizonte y deshacerse en el viento.
Tiembla a modo de protesta
y picotea las paredes de su hogar cuando tiene miedo.El colibrí sabe que no le queda mucho tiempo.
Él nunca duerme, pero si lo hiciera, entre latido y batido de su vestido de plumas,
soñaría con el lugar donde caen los primeros copos de nieve,
con cogerlos al vuelo
y mecerlos en un cálido mar turquesa.Pero no puede escapar de la desalentadora jaula de alientos
que yo misma fabriqué para él
cuando me contó,
asustado,
que no quería volver a volar.
Nunca aprendió a prestar atención
a las señales que conducen al futuro
y las corrientes de aire frío del presente siempre le arrastraban hacia el vacío tras sus pupilas.
El ayer no es sitio para un colibrí.