Capítulo 3 - Cosas que...

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Escritora

James Potter se sentaba en la butaca más apartada de la sala común de Gryffindor, con la vista fija en el suelo. Estaba, extrañamente, pensando. Claro que lo extraño no era que pensara, sino en quién pensaba.

Los Potter, los Weasley, los Scamander, los Longbottom, los Malfoy e incluso Zabini, Nott y Goyle tenían una rivalidad especial, que se remontaba a la época de la mismísima primera guerra. Todo entre ellos sucedió de manera natural. Por un lado estaban los buenos; los hijos de los héroes del mundo mágico, los iluminados que eran respetados y admirados por todos. Y por otro estaban los "malos"; ésos que eran víctimas de un oscuro pasado del cual no habían sido partícipes, los que habían soportado año tras año las burlas y miradas despectivas de todo el colegio, como si de alguna forma ellos tuvieran la culpa de los errores de sus padres. Todos y cada uno habían crecido oyendo las historias sobre la guerra, y se vieron obligados a afrontar las consecuencias de la misma. Es por eso que esa rivalidad no tardó en hacerse notar en la tercera generación de niños de la guerra, con la entrada de Teddy Lupin y Victor Goyle en primer año, y luego con todos los que vinieron después. Simplemente ellos no podían llevarse bien. Mucho menos si se trataba de un Potter-Weasley y un Malfoy. Una Malfoy en aquel caso.

James se sentía enfadado consigo mismo luego de medir sus acciones del último día. Bien, había quedado intrigado con el beso que Adhara Malfoy le había dado en el tren, y eso le había molestado. Es decir, él siempre la había visto como un ser insignificante y absurdamente rojo que respondía a sus ataques de manera mordaz y soberbia, como si él fuera pura escoria. ¡Y quizás lo era a vista de ella! ¿Qué podía saber el Potter de lo que pasaba por su cabeza retorcida de Malfoy?

Fuera de su apellido, él siempre había considerado a Adhara como una chica irrelevante, sin nada que destacar más que su cabello absurdamente rojo y su manía por querer intentar mantener a su altura; en el quidditch, en las bromas, en las clases. Sabía, también, que era alguien de relaciones serias, de esas que llevas al cine y traes a casa media hora antes de lo previsto, e incluso con quien tomarías café con sus padres -algo tétrico si lo pensabas bien y te dabas cuenta de quién era su padre-. De esas que sencillamente parecen regirse por una rutina constante. Debía reconocer que, a pesar de esto, ella no pareciera detestar el peligro, pues más de una vez se había vengado de James y de sus primos. Sólo... Bueno, sólo no había esperado que semejante cuadro de lo monocromático pudiera despedir tanta pasión a la hora de besar.

Era por eso, y por el desafío que representaba, que la chica despertó interés en el Potter. Única y totalmente por eso. O al menos eso trataba de creer él.

James era un chico apuesto, un jugador estrella, divertido, listo, encantador, y, por si fuera poco, hijo de la figura más alabada en todo el mundo mágico. Le gustara o no, él era una leyenda. Y eso tenía repercusiones en su vida romántica. Era, orgullosamente, un rompecorazones de primer nivel. Pocas chicas habían escapado de sus manos. Y una de ellas era, por supuesto, Adhara Malfoy. Por supuesto que eso hizo despertar su alarma de casanova; necesitaba quitarse la intriga de cómo sería Malfoy en la cama, y luego ya estaba. Estaba seguro de ello. No había más allí que pensar.

Sin embargo, aquella misma noche, luego de haber hablado con Fred al respecto y de haber hecho una veloz visita a la Sala de Menesteres con Paulette Bourbon, había regresado tan saciado y tranquilo que la idea de saborear el gusto de Malfoy ya no repercutía sobre él. Se había sentado en aquel rincón y se había dedicado concienzudamente a meditar el asunto.

Tras pensar en sus acciones y las palabras que había dicho aquella la tarde -las que empleaba cuando estaba de caza, y las cuales había planeado previamente con su primo Fred-, se había sentido un completo idiota. Y no por qué pudo pensar de él Adhara; no. Sino porque no se había detenido a considerar que ella seguía siendo una Malfoy. Una mortífaga, sucia, traidora y oscura, hija del aborrecible Draco Malfoy. Él, aunque tenía unos estándares muy amplios, no quería acostarse con alguien así. Menos con ella. ¡Él era un Potter, por todos los cielos!

Hijos de la guerra (James Sirius Potter)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora