Recordando a Alberto

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Narra Patricia

Cinco años. Cinco largos años donde la culpa es un sentimiento que cargo conmigo. Trato de ser fuerte e indiferente como siempre he sido, pero en el fondo cuando se acerca esta fecha, me derrumbo por completo. Hace cinco años que murió Alberto. Mi hermano. A veces pienso que soy una hipócrita por estarle llorando cuando lo único que hice toda la vida fue envidiarlo y tratar de hacerle la vida imposible. Nunca le demostré ningún tipo de afecto. Al contrario, siempre actué como si lo odiara. Como si me repugnara ser su hermana. Cuando en el fondo moría por ser igual que él. Me encantaba su forma de ser, me gustaba que fuera mi hermano. Pero la avaricia, la envidia y el orgullo, pudieron más conmigo. Soy la peor hermana y persona del mundo.

-doy una última calada a mi cigarrillo y lo apago en el cenicero- Otro Martini, por favor –le pido al mesero-.

Ya he perdido la cuenta de cuantos Martini he tomado y cuantos cigarrillos he fumado. Pero han de haber sido muchos, porque ya siento como me pesa la lengua al hablar y mi cabeza da vueltas.

-rio levemente-

-Lo siento, señora, pero ya vamos a cerrar –me responde-. ¿Gusta que le pidamos un taxi?

-asiento como puedo- Por favor.

Luego de que me ayudan a entrar en el taxi me preguntan la dirección de mi casa. "Mi casa". Ahí es donde menos me apetece estar. Valentín se ha ido de viaje por negocios y su madre ha decidido mudarse conmigo en lo que él regresa. A Valentín le dijo que es por hacerme compañía, pero yo no soy tonta. Sé que está ahí para vigilarme.

El taxista vuelve a preguntarme mi dirección y yo me pienso a donde puedo ir en estos momentos.

"Enrique" –dice mi subconsciente-.

Y sin pensarlo dos veces le doy al taxista la dirección de la casa de Enrique. Minutos más tarde el taxista anuncia que hemos llegado. Con la rapidez que me permite mi estado de embriaguez saco unos billetes y se los doy. Camino hasta llegar a la puerta de la enorme casa de Enrique y comienzo a tocar el timbre una y otra vez.

-Señora Patricia –me recibe Guillermina, la ama de llaves de Enrique-, ¿Qué hace aquí tan tarde?

-Quiero ver a Enrique –digo entrando a la casa-.

-Señora...-es interrumpida por la voz del hombre al que busco-

-¿Se puede saber qué está sucediendo? –pregunta Enrique mientras baja con rapidez las escaleras y así vez se amarra el cinturón de su bata de dormir-

-¡Enrique! –Exclamo con alegría-

-¿Patricia? –Frunce el ceño- Guillermina, puedes retirarte –ordena-.

-Mmm, me encanta cuando te pones en ese papel de autoritario –digo coqueta y me acerco a él pero tropiezo al llegar a él-.

-Patricia, son las dos de la madrugada, ¿Qué haces aquí? –Me toma por un brazo y me guía a un sofá-

-Estaba celebrando y cerraron el bar –ruedo mis ojos mientras tomo asiento-.

-¿Qué celebrabas? –Se sienta mi lado-

-Veras, un día como hoy –me acerco a el-, murió Alberto.

Luego de decir esas últimas dos palabras vuelve a invadirme la tristeza y la culpa.

-¿Celebras su muerte? –Alza una ceja-

-No –niego y tiro mi bolso a un lado-, celebro lo bueno que fue con todos, incluyéndome y celebro que merezco sentir culpa por su muerte –mis ojos se cristalizan-.

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