Emma no supo descifrar lo que sintió cuando sus ojos esmeraldas se posaron por primera vez en el castillo que se erigía majestuoso ante ella y Regina.
El castillo de Blancanieves y el Príncipe Azul. El castillo de sus padres.
Su castillo. Aquel en el que nació, donde debería haber crecido, haber pasado su infancia como una princesa, rodeada de sus padres, mimada, amada, sin duda agasajada por el pueblo y odiada por sus enemigos.
Al ver ese castillo, pudo fácilmente imaginarse lo que habría sido su vida en ese mundo, esos vestidos que habría odiado ponerse, los escondrijos que habría ofrecido el inmueble para esconderse de sus sirvientes que correrían tras ella para que se bañara. El tedioso profesor que le habría transmitido los conocimientos más avanzados de esa tierra, montar a caballo en el claro y sin dudar cazar con su padre. Su madre regañándola por sus malos modales y diciéndole que se había olvidado de todo lo que le había inculcado sobre cómo ser una princesa y una futura reina. Su madre enseñándole el tiro con arco y consolándola después de una pesadilla. Sus padres velando por ella cuando estuviera enferma. Quizás incluso con un hermanito o hermanita. Todo lo que hubiera necesitado, incluso más.
Años de felicidad al lado de su familia.
Sí, podía imaginarse muy bien lo que habría sido su vida, pero a pesar de todo lo que había pasado, las familias de acogida que fueron desfilando una tras otra, los golpes recibidos y las palabras que a veces dolían más que cualquier golpe, a pesar de su corazón partido, toda su confianza evaporada, esos meses en prisión y todo su sufrimiento, prefería su vida tal y como era en ese momento en el otro mundo.
El mundo real para ella. Su mundo y el de Henry.
Si la maldición no hubiera sido lanzada, ella no habría tenido a Henry, no habría tenido a Regina y no cambiaría eso por nada del mundo, ni por su infancia al lado de sus padres, ni por los vestidos de frufrú o esos bailes reales, ser cortejada por príncipes o un día gobernar.
No, su vida estaba en Storybrooke con Henry y Regina, no en el Bosque Encantado.
Y sin embargo, a pesar de eso, no pudo evitar que un ligero velo de tristeza cubriera su alma y encogiera su corazón. Aunque esa vida no la echaba de menos, no significa que no sufriera por su pasado y sus esperanzas arruinadas de haber tenido un hogar, una mejor oportunidad.
Antes de que pudiera darse cuenta, una lágrima solitaria traspasó la barrera de sus ojos y se deslizó por su mejilla para mezclarse con la lluvia.
El cielo estaba oscuro y el estruendo que producían a la vez el viento y la lluvia no hacía sino aumentar esa impresión de tinieblas y de desastre sobre ese paisaje que en otro momento debía ser magnífico y tornasolado, lleno de vida.
En ese momento, el castillo no era más que la sombra de sí mismo, sombrío, apagado y en ciertos lugares en ruinas. La maldición no solo se llevó a las personas lejos de su mundo, también destrozó la tierra que amaban.
Emma sintió los dedos de Regina separarse de los suyos, buscando huir el contacto y alejarse lo máximo de ella. Cuando la sheriff se dio la vuelta, su compañera ya se había alejado varios pasos y le había dado la espalda para esconderle las emociones visibles en su bello rostro.
Comprendió en seguida lo que atormentaba a la morena, siempre lograba adivinar lo que ella pensaba o lo que sentía como si estuvieran conectadas y en ese momento era la culpabilidad lo que la corroía.
Dulcemente, sin asustarla, se acercó a ella y posó su mano con suavidad sobre su hombro, forzándola a girarse hacia ella, pero sin embargo Regina huyo su mirada manteniendo la cabeza gacha.
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La luz y la oscuridad
FanfictionSe trata de la traducción del fic francés L'ombre et la lumière de Kyriam Anam. Ellas no comprenden los que les sucede, esos sentimientos confusos que sienten en presencia de la otra. Todo lo que saben es que cuando una se sacrifica y se ve arrastr...