10.

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Las tardes junto a mi mejor amiga solían ser más entretenidas de lo esperado. Mientras caminaba con ella por la plaza justo en el centro de la ciudad, me era inevitable no recordar todo aquello que en algún momento dejó de importarme después de marcharme, todo lo que me vio crecer e irme con la idea de cumplir mis metas. Todo aquello era lo que en ese momento me daba una bofetada que me hizo volver a la realidad.
Una vez, en algún escrito, leí que no hay mejor manera de inspirarse que a través de tus ojos, de lo que admiras con ellos. Y nadie puede admirar algo tan bueno como como el lugar en el que todo comenzó y en donde guarda los mejores recuerdos.







Después de dejar la casa de Edward, tal y como le dije, me encontraba junto a Katja, recorriendo el mismo centro comercial al que mis padres siempre me traían para perder el tiempo en compras o películas.
Escuchaba como mi rubia amiga balbuseaba sobre como las cosas cambiaron desde que me fui y lo ansiosa que estaba por mostrarme nuestra antigua secundaria y el pequeño lugar secreto al que solíamos escapar.

— ¡Rachelle no estás escuchándome! — la escuché alzar la voz justo sobre mi oído.

— Por supuesto que estoy escuchándote, de no ser así no sabría que acabas de gritarme por creer que no te escucho.

— Conmico no funcionan esos juegos de palabras, pequeña Fitz.

Y era así como ella solía llamarme, quizás por mi estatura, aunque no fuese pequeña. De hecho Katja me superaba por unos cuantos centímetros, pero ella disfrutaba recordarmelo siempre que tenia oportunidad.









En ese momento, después de un largo recorrido por el sin fin de tiendas, nos encontrábamos en una pequeña cafetería, C'Coffee. Un nombre muy original proporcionado por Carlos, el dueño de dicho lugar al que casualmente también conocí.

— Entonces. Un chico ciego derramó café sobre ti y tu le gritaste y humillaste frente a los demás clientes en la cafetería. Dios santo, Rach.

La voz de reproche y burla de mi pesada mejor amiga me hacia darme cuenta una vez más de la inmensidad de errores que cometía a diario, tanto que comencé a pensar en no volver a confiarle mis anécdotas, pues en todas termino siendo una total villana, casi como las de Disney.

— Ni me juzgues, estos días han sido difíciles y que alguien se siente frente a ti como si nada no es la cosa más agradable.

— Dejame adivinar... ¿La historia?

— En efecto. — respondí.

En toda historia debe haber una rubia hueva, sexy y popular. Bueno. Katja no es esa rubia. Excelente índice académico, toda una dama; aunque debo confesar que tiene sus atributos físicos.

— ¿Está bueno al menos?

Enarqué una de mis cejas intentando comprender lo que ella decía o a lo que se refería con tal expresión acerca de Edward.

— Que si es atractivo, Rachelle. ¿El chico es atractivo?

Bueno, quizás me excedí un poco al decirles que Katja era una dama.

— ¿Eso es lo que te interesa, Kat? — inquirí — Te repito, le grité a un chico ciego preguntándole si estaba ciego por haber derramado café sobre mi.

— ¿Y eso qué? Cualquier chica en su sano juicio se hubiese fijado si era atractivo o no. Reacciona, Rachelle.

Volteé los ojos ante su comentario, me sorprendía que en ocasiones perdiera los estribos y se comportara como una niña emocionada por juguetes nuevo.

— Al menos dime cuando será su siguiente cita. — Dijo mientras tomaba de su capuccino.

— No son citas, Kat. Simplemente estoy leyendo un libro para él.

¿Me leerías un libro?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora