Prólogo: Crystal Crumbs

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-No esperes nada de mí, Sveta Vasil'yeva. -Dijo él con el tono más gélido que salió desde el fondo de su alma despechada.

Las facciones de Cédric Rajković se contrajeron en una clara mueca de desprecio hacia la muchacha que estaba parada a su lado. Apretó la mandíbula antes de meter las manos a los bolsillos del pantalón y salir del elevador, sin detenerse a esperar a la pequeña figura a su lado.

Sveta, casi petrificada por lo frías que fueron las palabras del moreno, se quedó dos segundos procesando lo que acababa de decirle. ¿No esperar nada de él? Mientras más pensaba en lo que significaba su nueva realidad, su sensible corazón parecía caerse a pedazos. Cuando aceptó el contrato matrimonial, no estaba esperando amor, ni siquiera amistad. Pero al menos, ya que iban a aparecer como una pareja casada frente al mundo, esperaba que pudieran llevarse bien.

Quizás esperaba que fuese un matrimonio como el de la mayoría de su círculo social: Una vida más o menos armoniosa con al menos dos hijos que heredaran el negocio familiar. Pero esas esperanzas acababan de dar contra un muro sólido.

La rubia se mordió el labio, suprimiendo así las lágrimas que amenazaban por brotar de sus ojos verdes. Sus delgadas piernas reaccionaron justo cuando las puertas del elevador iban a cerrarse de nuevo y se encaminó a la suite nupcial. La puerta, pesada y oscura, estaba cerrada como una muestra del terrible error que había cometido al abrigar esperanza.

Inhaló hondo, permitiendo que el aire entrara hasta colmar sus doloridos pulmones hasta que no pudo sostenerlo más y sacó de golpe el aire, entonces empujó para adentrarse a la habitación donde ridículamente pétalos de rosa y velas aromáticas se esparcían por el suelo hasta conducir a uno de los sillones de vestíbulo. Una mesita de caoba pura exponía orgullosa dos copas, una botella de chapaña y más rosas rojas. Sentado a sus anchas estaba Cédric, con los ojos oscurecidos por la rabia.

-¿Vas a quedarte ahí parada toda la noche? -Preguntó él mientras sorbía un poco del licor dulce, excesivamente dulce en realidad. Frunció el ceño al darse cuenta del sabor, pero lo ignoró cuando ella se acercó a la mesa.

-El licor es a lo único a lo que no puedes negarte. -Escupió Sveta arrebatando la botella de sus manos y sirviendo un poco en la otra copa disponible.

Una sonrisa sarnosa se dibujó en los carnosos labios del muchacho mientras, con el mismo tono ácido, respondió:

-Pensé que el gato te había comido la lengua, esposita.

Los ojos esmeralda de la joven ardieron de horror ante esa palabra, era algo que nunca antes le había causado tantas náuseas como ahora.

-Búrlate todo lo que quieras, pero te guste o no, soy tu esposa Cédric Rajković.

Entonces le pegó un trago profundo a su copa, vaciando casi la mitad de su contenido. Entonces se giró sobre sus talones y se encaminó a la habitación secundaria de la suite.

Nunca pensó que que pasaría sola su noche de bodas. Era como un mal cuento de hadas, en el que la princesa estaba destinada a sufrir a manos de sus tiránico esposo. ¿Estaba ella por convertirse en esa clase patética? No. Ella haría que aquel matrimonio funcionara aún si le costaba sudor, lágrimas y sangre.

Había pasando media hora, quizás un poco más. Sveta acababa de salir de la regadera y lo único que cubría su cuerpo era una bata de baño. Había sufrido para quitarse el estorboso vestido de novia, que si no fuera porque su esposo estaba haciendo una rabieta, habría salido fácilmente.

En la mente de la joven pasaban los últimos instantes de la ceremonia religiosa en la que sus labios se habían encimado. La delicada diestra se paseó por encima de su boca, recordando el dulce sabor de la boca de Cédric cuando un estruendo la sobresaltó.

Cuando Sveta salió presurosa de su habitación, observó la copa de cristal hecha añicos justo al lado de la puerta principal. Cédric se paseaba como un león, mientras se revolvía el cabello en un gesto desesperado.

-Maldito seas, Lionz. -Murmuraba él, dándole un golpe seco al muro.

-¿Qué carajo estás haciendo? -Preguntó la rubia acercándose presurosa. Examinó se cerca la mano enrojecida.

-Aléjate. -Hizo el amago de jalar su mano, la piel donde había tocado Sveta ardía, ardía con un deseo como el de una bestia.

-Quédate quieto. -Reprendió ella mientras jalaba nuevamente la mano masculina. -¿Sabes lo mal que esto va a verse mañana?

La respuesta fue una que no espero, aunque en realidad fueron acciones que la dejaron mareada, tan mareada que apenas reaccionó. Cédric la empotró impidiéndole la huida.

-¿No sabes usar esos labios para otra cosa que no sea hablar? -La mano sana del moreno tomó el rostro delgado de la rubia, acariciando peligrosamente su labio inferior antes de introducir su pulgar en la boca femenina.

La confusión, el miedo, el deseo. Todo eso se manifestó como una tormenta en los ojos esmeralda de la joven. El contacto con su húmeda lengua y el gemido que su intrusión provocó, envío choques eléctricos a todo el cuerpo de Cédric que por un segundo estuvo a punto de perder el control.

El moreno sacudió la cabeza antes de tomar ambos hombros de la muchacha y apartarla de él como si tuviera la peste, luchando con el deseo ardiente de poseerla. No podía creer que Lionz, su mano derecha, lo hubiese traicionado de la peor manera posible: poniendo un afrodisíaco en la champaña.

-Lárgate. -Ordenó Cédric con la poca cordura que le quedaba.

La tomó de la muñeca y la empujó hasta la habitación mientras él, cegado, tambaleaba hasta encontrar la puerta de salida de la suite. Iba a encontrar el alivio en los brazos de una mujer que no era su esposa.

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