Tout à coup je ris et je larmoie

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-Usa tus encantos para retener a tu esposa. -Sentenció Nebojša Rajković al tener enfrente a su hijo. Las canas habían empezado a salpicar su cabello azabache con una elegancia propia de su linaje y la dignidad de un hombre que ha trabajado duro.

-¿Y cómo piensas que lo haga? -Preguntó Cédric con una mueca agria en su rostro. -Esa niña tiene años coqueteando con D'Rosa.

-¿Hay alguna razón válida para que Sveta no te guste?

Los ojos de Cédric se abrieron como platos al escuchar esa pregunta, nunca pensó que alguna vez alguien se atrevería a investigar en lo profundo de sus recuerdos. El moreno apretó la mandíbula en un gesto renuente a hablar. ¿Qué si había una razón válida? Sí, la había.

Era el invierno, el primer invierno en el que estaba encargado de las negociaciones con otro serbio amante del arte, que lo había citado en Roma y, como Cédric estaba seguro de que ganaría un buen trato, no limitó sus esfuerzos para complacer. Era la noche en la que se presentaba el Cascanueces. Aquel compatriota había comprado los dos mejores asientos disponibles en el recinto, aunque estaban en la fila detrás de una pareja curiosa. Cédric había reconocido casi de inmediato a Alonzo, un Alonzo de veinticinco años junto a una muchacha que nunca había visto en su vida. Sus rubios cabellos caían en una cascada que lo distrajo durante todo el ballet hasta que este terminó y las luces le permitieron ver las facciones de ese hermoso rostro.

-¿La conoces? -Preguntó Herbert a su lado. Era obvio que Cédric había quedado encantado con ella.

-No. -"Pero me gustaría". Pensaba él al verla alejarse del brazo de Alonzo, que lo había visto de reojo y esbozado una sonrisa ladina.

Cédric odiaba ver a Sveta darle la espalda y caminar al lado de Alonzo D'Rosa. Odiaba sentir que sus vidas eran como líneas paralelas. Que él sólo podría ser un espectador de la luz que resplandecía alrededor de la rubia de ojos verdes. Había estado resentido por ese hecho desde hacía seis años. ¿Podía ser capaz de declarar ese pequeño incidente a su padre? No. El moreno había luchado, por todos los medios, fingir que no conocía de nada a Sveta.

-No es mi tipo ideal. -Terminó por responder.

-Pues tendrá que serlo. No podemos perderla, es la única que conoce a esa mujer. Si no conseguimos ese contacto, Goran seguirá en manos de los americanos.

-Lo sé.

-Cena con ella. Gánate su afecto o por lo menos su respeto. Eres el próximo en la línea, pero si sigues con estos juegos estúpidos tú posición estará más amenazada.

Silencio. Su padre tenía razón.

Desde el mismo momento en el que Cédric Rajković había nacido, había tenido tantos intentos de asesinato que había pérdido la cuenta. Era un muchacho inteligente y sabía que un simple capricho no podía poner en riesgo sus negocios.

Era esa estúpida charla la razón por la que ahora estaba frente a la rusa. El serbio se mordió el interior de las mejillas tratando de ocultar su incomodidad al ver la confusa expresión en el rostro femenino.

Sveta no sabía bien cómo sentirse ni qué decir, se balanceó entonces en sus dos piernas tratando de encontrar algo más que preguntas para el moreno.

-Compórtate, hay paparazzis por todos lados. -Susurró Cédric en su oído después de inclinarse sobre ella.

No pudo evitarlo, un escalofrío de disgusto la recorrió de pies a cabeza.

-¿Qué se supone deba hacer? ¿Sonreír como una enamorada? -Preguntó ella entrecerrando los ojos por un flash que de pronto dio contra su iris, definitivamente no podía zafarse fácilmente ni hacer un escándalo.

-Podrías hacerlo, o simplemente podrías seguirme la corriente.

El moreno tomó la barbilla de la rubia para guiarla hasta que sus labios estuvieron lo suficientemente cerca como para que desde cierto ángulo simulara un beso.

"Estas loca, Sveta. Estas completamente loca." -Se repetía a sí misma cuando sintió el impulso de golpearle el hombro. Su aliento era una mezcla entre menta y tabaco, no pudo evitar arrugar la nariz en un gesto renuente.

-¿No te parece que un mes es demasiado tiempo?

-Es lo que dura mi curso, Cédric.

-Podrías haberme dicho antes en vez de dejar que lo descubriera por mí mismo.

-Ya eres un niño grande. -Soltó Sveta con un tono burlón y una media sonrisa sarcástica.

-¿Por qué Roma?

-Porque es la cuna de los mejores escultores.

¿Acaso no podían sostener una conversación? ¿Es que ella de verdad odiaba tanto la idea de compartir el mismo aire? Era un descarado. Él sabía que no tenía ningún derecho a reclamarle, era él quien había puesto las reglas y no iba a ser quien las rompiera otra vez. El ambiente público del aeropuerto empezaba a ser lo suficientemente asfixiante como para que Cédric rascara suavemente su cuello.

-Escucha, te he dicho que no voy a encontrarme con Alonzo. Tengo suficientes problemas después de tu pequeña aparición tardía en la cena de caridad. -Se quejó ella volviendo su atención al reloj de pulsera en su muñeca izquierda.

-Tenía ... Negocios que atender.

-Aparecer en las páginas de sociales también es tu trabajo. -Le recordó la rubia antes de girarse y emprender el camino hacia la puerta de su vuelo. -Se me hace tarde.

-Sveta, espera. -Pidió el moreno mientras dudaba en darle el pequeño collar que guardaba en la bolsa interior de su saco. -Toma esto. -Le extendió un collar de oro sólido con pequeñas aplicaciones de diamante.

-¿Un relicario? -Arqueó una ceja, extrañada.

-Sólo yo sé cómo abrirlo. -Sonrió cargado de picardía, un cosquilleo de anticipación se expandió por las manos de Cédric al ver ese rostro precioso con una mezcla de asombro y curiosidad.

-Recuerda la cláusula del prenupcial, si yo muero, le deberás todo lo que tienes a mi padre. -Dijo ella mientras echaba el relicario en la bolsa de su abrigo. -Au revoir.

Era una amenaza infundada, ¿por qué alguien habría de querer muerta a la señora Rajković? El blanco era él. Nadie en su sano juicio tocaría a Sveta Vasil'yeva que no sólo llevaba el apellido del hombre que hacía posible los negocios sucios a plena luz del día, sino que ahora estaba respaldada por su familia. La familia serbia era bien conocida por sus métodos poco ortodoxos, pero efectivos.

El joven observó a su esposa alejarse con ese taconeo constante y firme. Quizás y sólo quizás, debería hacerle caso a su sentimiento de posesividad y arrebatarle a Alonzo D'Rosa a la persona que sentía más segura en su vida.

CapolavoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora