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Ben me había contado que había peleado con su hermano en varias ocasiones por defender nuestra relación, porque su hermano no estaba de acuerdo. Luego de la fiesta supe por qué: estaba celoso. Ben era el hijo mayor y heredaría la fortuna de su familia, estaba aún más en ventaja si se casaba, si tenía herederos varones. Me impresionaba cuán materialistas y crueles podían ser los unos con los otros, incluso con su propia sangre. Entendí que el trato de su hermano no era nada personal, estaría en desacuerdo con quien fuera su esposa, era una táctica de sabotaje. Eso debía ser.

Decidí no comentar nada de lo sucedido a la señora Coleman ni a Ben, no quería generar más revuelo. La fiesta, a pesar de todo, había sido un éxito. La mayor parte del tiempo me había quedado sola, en algún rincón o por el jardín, nadie me había molestado. Y cuando finalmente Benjamin volvió de su reunión con su madre, seguí su consejo de disfrutar la fiesta, bailando, bebiendo y riendo a su lado.

Aún así, en lo profundo, me sentí algo extraña. Como si algo oprimiera mi pecho o como si tuviera algo estancado. Traté de no darle importancia y la mayoría de las veces tuve éxito, excepto durante la noche.

Comencé a no dormir bien o directamente a no dormir, lo cual comenzó a notarse en mi desempeño. Me sentía desganada, débil, muy irritable.

Lo único que parecía calmar ese sentimiento era Ben, tenerlo a mi lado me hacía olvidar todo. Su presencia, su dulzura, su alegría me hacían pensar que nada en ese mundo podría separarnos, porque lucharía por él con garras y colmillos. Ni siquiera la opinión de sus pomposos amigos podrían disuadirme. Lo nuestro era verdadero.

—¿Qué haremos con el orfanato? —pregunté una noche.

El hogar era algo que me preocupaba, no quería casarme y desligarme de mis compromisos con los niños, con el lugar, con la señora Coleman. Ni tampoco con el señor Travis, nuestro jardinero, quien formaba parte del pilar. No quería elegir entre una cosa y otra, entre mi lugar en el mundo y mi amor. Necesitaba llegar a un acuerdo.

Benjamin sabía de la importancia que le daba a mi trabajo y que supondría mucha tristeza dejar el lugar, pero creía que al final del día lo haría, que dejaría todo para estar con él. Al insistirle que la decisión era mucho más difícil de lo que creía, tomó mis manos y me propuso financiar el orfanato. Me prometió que nada le faltaría y que después de casarnos podría seguir visitando el lugar, que no debía significar una separación drástica. "No quiero alejarte de tus afectos", me aseguró, besando mis manos.

A la señora Coleman no le agradó la idea de que me marchara a la ciudad. Temía que me olvidara de mis orígenes, de quién era. Decía que las ciudades y la aristocracia arruinaban el alma de las personas, que era contagioso, que me ahogaría entre las luces y el ritmo de vida agitado y ambicioso. Aún así, Benjamin le agradaba, la señora Coleman pensaba que era el único que valía la pena. Y en cuanto le comuniqué la noticia de que financiaría el orfanato una vez que nos casáramos, se sintió más conmovida por su generosidad.

La gente en el pueblo seguía diciendo que era por conveniencia. Que me había vendido como a una cualquiera por dinero. O que la señora Coleman me había vendido, que el orfanato estaba corrompido y criábamos futuros ladrones y prostitutas.

En la ciudad, la situación no era tan diferente. Victoria me contó que la madre de Ben había puesto el grito en el cielo, una vez más, en cuanto se enteró la decisión de su hijo para con el orfanato. Incluso lo había amenazado con desheredarlo, así supusiera deshonor a la familia. También me advirtió que, como último recurso, querían presentarle a una joven, alguien de su altura social y económica.

Fragmentada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora