Episodio 1: La venganza de la reina Ana.

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Las Costas de Chiloé se hallaban con un hermoso cielo azul, las aves volaban rodeando la verdosa isla. Los ciudadanos hacen sus cosechas y se preparan para un largo y agotador día de comercio. En pleno siglo XVIII, cuando la colonia española habitaba en casi todo Chile, La isla de las brujas era el temor de muchos marinos, o más bien, el refugio de todo quien huía de Europa. Piratería, brujería, distintas religiones y culturas, hacían a Chiloé un pueblo exquisito en creencias paganas, tanto así que la religión católica no era capaz de acercarse sin cierto repudio. Era el paraíso de los tesoros, puerto de muchos barcos que llegaban a ser tan simples como de pesca y tan magníficos como los de piratas.

A pesar de que en la ciudad habiten en su mayoría asesinos, violadores, ladrones y embusteros, no hay de esos casos en demasía, todos son compañeros, y las fiestas son de lo más normal al llegar la noche. Muchas familias se han hospedado, en su mayoría son de personas buscadas por todo tipo de delitos, y que querían vivir en paz en un sitio donde no se colgaba a nadie por prácticas impuras. Los niños corren alegres en cada esquina, con sueños fascinantes y un tanto mal influenciados. Desde pequeños juegan a que son peligrosos piratas o increíbles magos. Se les enseña de pequeños tácticas de pelea, libros de satanismo, creencias de todo tipo, y formas de sobrevivir en el océano. A pesar de la libertad que se haya en la isla, las mujeres aún no tienen tantas oportunidades, dando por hecho de que muchas son abusadas sexualmente, y que muy pocas llegan castas hasta los 15. Aún que a diferencia del resto del mundo, ellas pueden trabajar y practicar con armas y magia. No es de extrañarse que más de alguna practique brujería al llegar la noche o se les vea haciendo alguna clase de ritual, el mejor lugar para ser bruja es aquí, donde la escoria de las ciudades habita y nadie puede juzgar pues cada quien es más mierda que el otro.

Al llegar la tarde, el cielo cambia de color a un gris opaco y con nubes casi negras. Los isleños saben lo que sucede y cada uno empieza a cerrar cabañas, casas y hospedajes. Una vez al mes, cuando el cielo tiñe sus colores de oscuridad y amargura; el más terrible y temido hombre de todos los mares, toca puerto. Los hombres de su tripulación en su mayoría son los más seriales asesinos y violadores, pero no se comparan al capitán, el vil Edward Teach, más conocido como Barba negra, pasa a la isla en busca de relajación; mientras que el resto de tripulantes pasan a ver a sus familias y hogares: a dejar sus riquezas y darse una merecida ducha.

En cuanto los hombres corpulentos y repletos de sudor tocaron puerto, 2 miradas infantiles los observaban tras un bote pesquero. Los hermanos Camile y William Ruiz de 9 años; miraban asombrados el glorioso barco, mientras buscaban a su padre con tal emoción, como admiración. La pequeña era risueña y sumamente alegre, mientras que su hermano era un tanto más cauteloso y serio. En cuanto llegaron a ver a su padre, ambos emocionados se levantaron para correr a darle un abrazo, pero William se detuvo y se quedo en su lugar, mientras que Camile esquivo a todos los titanes que caminaban alrededor de su padre. Un hombre esbelto pero simple, lleno de cicatrices, la ropa rota y una barba gastada. Al ver a su pequeña hija, su mirada se lleno de emoción, sin pensárselo dos veces, la alzo por los aires para luego estrujarla en sus brazos.

Muchos piratas que se hallaban a su alrededor lo observaron por sobre sus hombros, juzgándolo e ignorándolo. Mientras que Barba negra le clavo la mirada, para luego seguir de largo. El hombre un tanto acojonado se dirigió a William y se llevo a los mellizos en brazo directo a casa. Fueron hasta una pequeña cabaña desaliñada a la orilla del mar, al llegar lo recibieron 2 perros repletos de pelo y una mujer, la cual al verlos mostro una sonrisa angelical y dulce. Deja entrar al hombre a la casa mientras que una niña de 11 años lo abraza, seguida de una hermosa joven. Mientras almorzaban, el padre le contaba a sus hijos sus fantásticas aventuras como capitán del barco, historias de batallas e increíbles tesoros ocultos en voluminosas islas de todas partes del mundo. Bien sabía que todo aquello era falso, nunca fue capitán, más bien era el que limpiaba el barco y se la pasaba en la obra baja, quien era la burla del navío y el que limpiaba el vomito de muchos. Una mentira piadosa, pues quien culparía a un padre que ama ver las miradas de admiración que sus pequeños hijos le daban, amaba sentir que es un héroe para ellos, que no es un padre común y corriente ¿Eso está mal? Las risas de la familia y la conversación, hacia que el pescado que devoraban fuera aún más apetitoso.

Soñando en libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora