Bruma

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Victor Nikiforov recuerda cómo aquella noche se sentó cómodamente en el pequeño sillón del hotel. Llevaba puesta una bata almidonada y una toalla para secar sus cabellos. En la habitación él le acompañaba, el motivo de ese pesado insomnio aquella fría y hermosa madrugada en San Petesburgo.
-Terminemos con esto tras la final-le dijo él, cuyo nombre dolía con todas sus letras.
Victor soltó lágrimas ligeras y silenció su mente.
¿Porqué no puede recordar nada más? Quizá es el deseado efecto del vodka que yace a su lado, recordándole su desgracia a cada trago y ayudándole a olvidarla con cada minuto. Las lágrimas secas de días pasados le han carcomido la felicidad, manchándole el rostro y el pecho desnudo donde tantas medallas de oro han reposado. El aire es frío, la madrugada ruidosa y el cielo a través de las sucias persianas hermoso. Su nariz irritada se ha habituado ya al olor de la melancolía y el alcohol barato, extrañamente similares. El polvo y la nieve pelean por adueñarse de los marcos de las ventanas, ganando los fuertes vientos que golpean los cristales y barren todo a su paso. Ojalá el viento pudiera barrer también el manto de muerte que le cubre y le llena de frío la piel. Ojalá el viento pudiera barrerle el alma de tanta porquería acumulada que le nubla la vista, ¿o es ese otro efecto del vodka que le espera a ser terminado? -¿Eso realmente importa?-piensa mientras pasa los dedos por el cabello cada vez más largo y lleno de sebo, lo quita de su rostro y envuelve la botella con la otra mano y da largos tragos al licor seco y agrio. Hace una mueca de disgusto, aclara la garganta y sonrie al sentir sus entrañas calentarse unos segundos. Mira sus manos, temblando, solo para descubrir el anillo dorado que alguna vez él le regaló como muestra de amor. Y entonces puede recordar su sonrisa, la luz tenue que pasaba a través de su cabello negro y se colaba hasta su alma, los labios enrojecidos susurrando su nombre "Victor" como suplicándole la vida y dándole la suya en el contacto entre las dos pieles hace tanto tiempo ya. Y acostándose en el frío piso pinta con la imaginacion y su dedo la sonrisa que lo hace agonizar sobre las baldosas ennegrecidas. -Yuri- susurra al vacío. -Yuri...- repite con la fuerza de las nuevas lágrimas -¿Porqué...maldita sea, no, ¡no otra vez!- grita tapando con las manos el rostro doliente, respira fuertemente unos segundos antes de sacarse el anillo con furia por enésima vez esa semana y aventarlo entre las botellas vacías y empolvadas que le aguardan por todo el cuarto. Toma la botella de vodka junto a él y antes de darle otro trago la avienta contra la pared, alertando a Makkachin quien ladra y corre hacia él. ¿Qué hacía él ahí? El caniche debería estar con Yakov, a quien se lo encargó cuando llegó de Barcelona.
Eso significaba una cosa...
-¡Vitya, maldita sea!- la voz de Yakov se quebró para toser unos instantes-¿qué demonios pasó aquí? ¿qué carajo has hecho?- fue oyendo mientras su entrenador gritaba por toda la casa tratando de encontrarlo.
-Yakov por favor déjame- ¡no, no quería que lo dejara, era un grito desesperado de ayuda! -Por favor, llévate a mi pequeño, por favor Yakov- alcanzó a decir antes de que el viejo lo encontrara en la habitación llena de polvo y botellas, sentado junto al armario y con el caniche lamiendo su rostro fatigado y pálido.
-Santo cielo, Vitya, que...no, no sé qué...tienes que venir- exclamó buscando que su asombro no fuera tan notorio, aquel no era Vitya, aquel no era el gran Nikiforov. Aquel era un hombre buscando su muerte y tenía que traerlo de vuelta a la vida, por segunda vez.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora