Calidez

72 8 7
                                    

*((Hola! es la primera vez que les escribo algo asi con mis propias palabras :v queria pedirle una disculpa a la gente que me sigue y a los que quiza esperan una continuacion, tuve una gripe muy fuerte que parecia ser sinusitis y me he sentido horrible :( no podia ni agarrar el cel porque me mareaba y me dolia la cabeza :'v en fin, tarde pero seguro, y ya no van a volver a esperar mas :'v que lo disfruten y no me tiren piedras por lo que leeran a continuacion xD puse mucho cariño, espero que les llegue :3))*

El dos de septiembre era un día templado y apacible, pero el cielo estaba cubierto de nubes. Por la mañana temprano una ligera niebla proveniente del Chernaya se posó entre los árboles del bosque aledaño a la escuela y a las nueve empezó a lloviznar. Y no había ninguna esperanza de que el clima mejorara. Durante el desayuno Victor decía a Sofía Pávlov el desastre que había sido el banquete de bodas llevado a cabo en la casa de la viuda Musurin, vieja tía abuela de Yakov. Las velas, el quinqué y la cristalería roja resplandecían tanto que el joven Victor de apenas 16 años guiñaba los ojos y calló buena parte de lo que quisieron hacer pasar por una fiesta. El padrino hablaba sobre la electricidad y cómo vino a apoderarse del mundo, profetizando grandes desastres gracias a ella, y el telegrafista contestaba desbancando sus argumentos. El novio pedía que se discutiera en otro sitio, la novia tensa y ansiosa solo atinaba a llorar enfrascada en la acalorada discusión de algo tan inocente como la luz eléctrica. La joven Sofía oía a Víctor con una sonrisa en el blanco rostro, soltaba risas cada que el joven imitaba el acento campirano del padrino y lo miraba con ojos divertidos. Víctor hacía gestos, movía sus graciosas manos con una elegancia tan bien practicada en las rutinas que era ya parte de él. Sofía ponía un mechón de su cabello hacia atrás, Víctor seguía con la mirada el movimiento de aquellos cabellos lacios color miel y le daba los últimos detalles de aquel fallido evento. Se perdieron en una sonrisa mutua llena de cariño. Sofía era una de las estudiantes de Yakov, y se conocían hacía años, tantos como los meses del año. Ella era un año menor que él y conocía bien su historia, llegó con el entrenador Feltsman por la admiración que le tenía al patinaje y debido a que sus padres pensaron que sería una buena oportunidad de desarrollar habilidades desconocidas en ella. Nunca conoció antes a alguien con un cabello tan claro y su inocente curiosidad le llevó a acercarse al pequeño Víctor el primer día que estuvo sobre la pista que era ahora el segundo hogar de ambos. La llovizna que se transformó en lluvia la hizo entrar en razón al oírla golpeando los cristales con más fuerza, obligándola a voltear hacia el bosque con el asombro en la mirada. Su mente se aclaraba con cada golpeteo y su corazón vibraba feliz.

-Víctor... ¿terminó ya el tiempo de receso?-pregunta aun mirando hacia el vacío entre los árboles.

-Mmmm, permíteme-Víctor subió la manga de su playera para ver su reloj- al parecer aún tenemos 20 minutos... ¿alguna idea, señorita Pávlov?

-Vayamos al palomar a ver la lluvia, y no me llames así, sabes que lo odio-le dijo con una media sonrisa como culpando al joven de larga cabellera platinada, que sólo sonrió de vuelta.

-¿Tendremos tiempo?

-¿Te da miedo que nos descubran?

-No

-Parece que sí- lo retaba con la mirada y sus palabras

Víctor tomó la mano de la jovencita y acercándola a él la obligó a enfrentar su mirada, ahora juguetona.

-Vámonos de aquí, te mostraré que no le temo ni a la misma muerte...sólo a tu madre un poco y eso no me ha impedido secuestrarte de vez en cuando, ¿o sí?

Y así, agarrados de la mano como hermano y hermana caminaron rápidamente por los pasillos burlando a los profesores y alumnos que evitaban toparse de frente, reían, caminaban de prisa a veces, de puntillas otras, eran de nuevo aquellos niños pequeños que disfrutaban correr por las calles tranquilas en Kurortny persiguiendo al gato del matrimonio Okurin, atrapando las hojas del otoño, fallando incesantemente en su intento por mantener erguidos los castillos de nieve de tres pisos. Llegaron al palomar en el techo del edificio donde estaban y se agacharon para poder entrar, acostumbrando a sus pulmones al olor fuerte de las aves y preparando las manos para agitar las plumas que volaban. Sacaron de sus mochilas los suéteres del colegio y se los pusieron aprisa, no sabían por qué de tanta urgencia; quizá eran los estragos de la adrenalina. Se miraron con una actitud determinada y ambos asintieron cuando terminaron de cubrirse el abdomen con la gruesa tela gris. Víctor fue primero hacia el extremo del palomar, abierto para que los animales entraran a hacer sus nidos y resguardarse del frío y se asomó. Al no ver alma alguna empezó a bajar por la delgada escalera de servicio de afuera del edificio y le indicó a Sofía que era seguro irse. Cuando la adolescente empezó a bajar Víctor volteó para asegurarse de que su amiga se encontrara bien, no pudiendo evitar ver más allá de las blancas y fuertes piernas hacia lo que su siempre limpia y bien planchada falda ocultaba al mundo. Apartó la mirada rápidamente avergonzado y con la mente ahora llena de esa tela lila y opaca que logró ver en plenitud. ¿Qué era lo que le avergonzaba? Jamás la vio como a una mujer, sólo como a una amiga, una hermana, una persona que existía en su realidad y por la que daba gracias de que así fuera; jamás como una persona atractiva sexualmente, como parecían pensar la mayoría de sus compañeros. Claro que tendría que usar ropa interior, ¿qué clase de idiota soy si pensara distinto? Se preguntó. Era sólo eso, ropa. Y se preguntaba aún porqué sintió esa ola de calor en el rostro y las manos cuando por fin bajó y se pegó a la pared para esperar a Sofía. La lluvia seguía cayendo y golpeaba sus espaldas mientras corrían por el camino de baldosas rojas, pasando junto a los árboles del lado izquierdo y las macetas de flores blancas del lado derecho, en los jardines que pertenecían aún al colegio. Llegaron rápidamente a una pequeña intersección donde se juntaban un camino de tierra junto al de las baldosas rojas y siguieron al primero, adentrándose entre los altos guardianes de su travesura, llenando sus cuerpos del olor tan puro y único de esas lluvias de septiembre en los bosques rusos.

***********************************************************************************************

Como despertando de un sueño largo, Víctor volteó hacia su derecha, hacia la mesa en su habitación con las dos mochilas y los dos suéteres encima. La luz que se colaba a través de la enorme ventana frente a la mesa era clara y tibia, aún con las cortinas traslúcidas tapándola. Al lado, el armario abierto presentaba signos de haber sufrido un saqueo masivo de ropa, la cual estaba en el piso de madera oscura, aún con los ganchos puestos. ¿Qué había ocurrido? Él no dejaría así su habitación, Yakov era muy estricto en cuanto a la limpieza y aunque no le diera mucha importancia a mantener todo con un orden perfecto, obedecía sus reglas. Sintió un mechón de cabello pegado a la frente y lo apartó aun volteando hacia su derecha. Fue entonces que sintió los brazos acalambrados y volteó hacia abajo, topándose con la mirada entreabierta de Sofía y su rostro enrojecido. El desconcierto llenó la mente de Víctor al darse cuenta de la situación tan de golpe. Sentía calor en la espalda a causa del nudo que la chica hizo con sus piernas alrededor de su cintura y del cabello plateado que ahora estaba suelto y caía encima y junto al de ella, creando un matiz peculiar, frío, antiguo. Oro y plata. Tenía ambos brazos junto al rostro de ella, estirados y haciendo fuerza para no caerle encima. Tan sólo había pasado un segundo o dos desde que sintió ese despertar, como si de un coma se tratara, seguido el asombro por una punzada fuerte en la cadera que lo hacía moverse hacia delante de manera inconsciente, el llamado de la sangre, del cuerpo y la divinidad del momento. Cerró los ojos tratando de asimilar la situación, mandando todo al diablo, disfrutando lo que sentía, oyendo a la joven tomar aire fuertemente, todo al mismo tiempo. Los volvió a abrir para encontrarse con el dulce rostro de Sofía en una mueca entre lo que parecía ser dolor y preocupación. Se fijó entonces en la nariz llena de pecas claras y las mejillas redondas, los labios abiertos y mordisqueados, el cuello largo y los pechos que oprimía con su propio pecho. Y sintió miedo. Se detuvo horrorizado por lo que hacía, no era lo que realmente quería. No era lo que soñaba, lo que quería. Quien quería. Se apartó rápidamente con pequeñas lágrimas de desconcierto en las pestañas, lágrimas que crecían para deslizarse por su rostro tibio y llegar a sus labios ahora inútiles de decir algo. La chica con una actitud serena se acercó a él, tomando suavemente entre sus brazos la desnudez física y espiritual de Víctor y ofreciéndole en un abrazo un reconfortante cariño, sabiendo cierta la sospecha que le carcomía la mente y el corazón desde hace tanto tiempo atrás.

-Perdóname Víctor...fui yo la que quiso llegar a esto, fui egoísta, yo, yo creí que sería, no, más bien esperaba que fuera distinto pero es como si siempre lo hubiera sabido y no hice caso y...-las tranquilas palabras de Sofía se arremolinaban como el agua que baja a través de un hueco en la tierra creando un caos, yendo más rápida y violenta, desesperada por encontrar paz en el vacío al que sabe que se aproxima.

-Sofía, te amo por ser tú-le dijo aun sollozando-...pero no esperes que sienta algo así por ti, simplemente no puedo, no, no, no puedo Sofía-alzando el rostro y enfrentándola continuó diciendo, con cada palabra el nudo en su garganta se hacía más fuerte y la amargura se asentaba más en su pecho-no eres tú, son todas las mujeres, no puedo verlas así, jamás lo dije pero me conoces, Sofía, no puedo, yo, yo... - Víctor cada vez perdía más el quicio mientras su prqueña amiga lo sostenía, ella sólo lloraba suplicándole el detenerse en la mirada. La abrazó fuertemente y permanecieron así un largo tiempo, como dos pequeños hermanos, desnudos no solo físicamente en esa acogedora habitación, único testigo de ese abrupto cambio en sus vidas, de ese abrupto amor que les llegó tan de golpe, único testigo de los estragos de las lluvias de septiembre.

Algunos meses después Víctor viajó a Bulgaria buscando el oro en el GPF y consiguiéndolo en la categoría Junior. Al año siguiente podría entrar al Senior y era una noticia que a Sofía le encantaría oír. Cuando regresó a Rusia ella ya no estaba. Los rumores decían que sus padres decidieron mudarse más hacia el interior de Europa pero nadie sabía realmente qué había pasado. Nunca más supo de ella. Ahora el único recuerdo que tendría serían las medallas de oro que asemejaban a la cabellera lacia y larga e igualmente dorada de la señorita Pávlov, una cabellera que Victor acariciaba siempre con cariño haciendo juego al alma más preciosa de todas: la de un verdadero amor.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora