Melancolia

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Después de las 10 en una oscura noche de diciembre, en un hospital de clase media el entrenador de patinaje Yakov Feltsman se levantaba de esa incómoda silla al lado de la camilla de Lyov, un joven aprendiz de 17 años, esperando a los padres de éste. Cuando escuchó el hielo estremecerse bajo el peso del muchacho y las manos fueron directo al tobillo haciendo juego con la mueca de dolor, supo que no era algo para tomarse a la ligera. A causa del clima que se colaba hasta en los pasillos, los pacientes y sus familiares se resguardaban en los cuartos, y el mismo Yakov, tal como estaba, con el eterno gesto de enojo, el chaleco desabrochado y los ojos nerviosos, abrió la puerta para dar un pequeño paseo por el lugar. El frío del concreto le hacía pensar en el chocolate caliente que podría estar tomando, junto a su viejo radio, oyendo las mismas canciones de siempre, siendo feliz. En cambio se encontraba en ese frío y blanco lugar, bajando escaleras y subiéndolas de nuevo al no tener nada más con que entretenerse. Nunca ha sido muy sociable de por sí, platicar con Lyov sobre el clima o su tobillo no era una opción, más porque se encontraba aún atontado por la anestesia que tuvieron que administrarle al ponerse demasiado nervioso. Estas cosas sólo a él, el pobre Yakov le pasaban. Pero ninguno de sus malditos pupilos se molestaba en ponerse las malditas protecciones en las malditas piernas para no terminar en un maldito lugar como ese, maldición.

-¿Cómo rayos terminé aquí por algo como un esguince? Tan simple de solucionar, y Lyov tenía que ser una nenita y casi desmayarse al ver el hospital, y ahora un mocoso está llorando quién sabe dónde, estoy muy viejo para estas cosas maldita sea- pensaba mientras caminaba más deprisa sofocado por las paredes blancas, las luces amarillentas, el olor a alcohol y los berridos de un niño que cada vez se hacían más largos. Agónicos. Frágiles. Se detuvo en medio de ese pasillo preguntándose si alguna enfermera se molestaría en ver al pequeño, sintiendo la necesidad de ir él mismo y pedir que le ayudaran. Y de repente, silencio. No se escuchaba más que el zumbido leve de las lámparas en el techo. Volteó a ver una con un leve sentimiento de lo que quizá era culpa, quizá melancolía al no tener hijos él, quizá sólo alivio de que el llanto del niño no interrumpiera ya su caminata.

Al día siguiente, cuando Lyov estaba ya con sus padres y pudo relajarse, tomó un taxi con destino a su hogar, dispuesto a dormir una merecida siesta y darle el día libre al resto de los pupilos. El departamento se sentía muy solo sin Lilia y sus cosas, sin el olor del suavizante que usaba en sus vestidos y la laca para cabello que se ponía por litros para que su bonito cabello quedara perfecto en ese moño alto que la hacía ver más seria de lo que en realidad era. Lilia era una persona llena de vida y era la propia vida de Yakov o al menos así lo concebía él. Todos estos pensamientos fueron llenando la mente de Yakov, quien se sentó en el amplio sillón blanco, a elección de Lilia y dejó caer la cabeza hacia atrás después de quitarse la boina y aventarla a un extremo. Con una mano bajó el cierre de su chamarra y con la otra alcanzó el control de la TV, prendiéndola y alzando la cabeza para empezar a cambiar canales. Un show musical, qué horror. Una película setentera, una entrevista a alguien que no conocía, un partido de fútbol extranjero. Se detuvo ahí, y pasados unos minutos, en los comerciales, algo llamó su atención. Kurortny era un distrito en San Petersburgo que colindaba con Finlandia así que lo que pasaba en la costa que unía al país con Rusia era motivo de atención para los habitantes de Kurortny, como Yakov , Lyov, y antes Lilia. En la TV aparecía un pequeño barco de pesca, una casa pequeña y acogedora con una cinta amarilla de policía rodeándola, hablaban de un asesinato, un probable asalto a la vivienda, un criminal prófugo que estaba peligrosamente cerca de la zona y el cuerpo de un hombre encontrado cerca de la frontera. Junto con los avances de las noticias de la noche, hicieron un anuncio de un pequeño encontrado cerca del hospital del distrito. El niño no tendría más de cuatro años, y en la ficha de la TV se daban los datos conocidos de aquel pequeño de ojos rojos por llorar tanto, mejillas cortadas por el frío y labios partidos. Aproximadamente 3 años, de complexión media, no hablaba ruso, apenas un finés burdo debido a su edad, con quemaduras en la piel por el clima, deshidratado. Y un hermoso cabello platinado que hacía destacar esos asustados y tímidos ojos azules.

OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora