Parte 8

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Despierto con su aroma, aún abrazada a él. Me sonríe apenas abro mis ojos.

—Nos vamos a casa, Ade—susurra, siendo su voz lo primero que oigo.

— ¿En serio?

—Sí, anoche vino el doctor y me dijo que todo estaba perfecto. Podemos irnos.

Salto de alegría. Lo que más ansío es estar con él, pero fuera de este lugar.

—Te esperaré afuera, tu madre te trajo esta ropa—dice, apuntando un bulto en los pies de la cama.

—Está bien—contesto.

Después de aquel día hace tres semanas, cuando desperté, he estado bajo la ayuda de doctores, psicólogos y kinesiólogos. Mi rehabilitación todavía no está completa, sin embargo, los avances que he tenido según los expertos, son suficientes para que pueda continuar mi tratamiento desde mi casa. Mis padres contrataron a Jo para que me cure algunas heridas, y otras cosas, pues aunque vaya a casa, no significa que todo está bien. Con Eddie a mi lado todo ha sido más fácil de lo que pensé, su compañía y amor han sido esenciales para mi mejora.

Hace una semana pude caminar unos cuantos pasos, mis músculos estaban atrofiados, y el kinesiólogo no entendía cómo es que pude abrazar a Eddie el día que desperté. Bueno, supongo que fue la emoción. No todo fue de colores y con rosas, hubo varias veces en que mi prometido no pudo quedarse a dormir conmigo, y esas noches fueron las peores. Revivía todo el accidente, con pesadillas. Muchas veces me despertaba gritando, llorando, casi en el borde de la desesperación. Me tenían que suministrar calmantes, fue horrible. Esos días conocí a Andrea, mi psicóloga. Ella me ayudó demasiado, solo con algunas sesiones de quince minutos logré sacarme todo, la veía tres veces por semana. Eddie se sintió muy culpable, a pesar de que le decía que no era suya en lo absoluto. Los días siguieron pasando hasta que cada vez, los horrores que viví se fueron apaciguando, desapareciendo. Mis padres venían a diario, mis tíos y primos lejanos también aparecieron, hasta algunos amigos del liceo. Mi vida cada vez se iba construyendo de nuevo, poco a poco, lento.

Vuelvo al presente, mientras me cambio de ropa. Ordeno las pocas cosas que tenía, y salgo de la habitación. Eddie me recibe y me lleva de la mano hasta su auto. Jo ya realizó los papeles del alta, así que nos vamos con toda libertad. Enciende el auto lentamente y sale de los recintos del hospital.

Atravesamos la ciudad y nos introducimos en un barrio bastante distinguido y que solo en sueños podría haber pensado en vivir. Detiene el auto frente a una casa, y luego me ayuda a bajar. Observo todo, embobada. Cuando entramos en ella estoy igual. Todo es tan pulcro, tan mi estilo. Tiene unos ventanales gigantes, por el que entra luz generosa y que son acompañados por unas cortinas color crema. Las paredes son de un tono durazno, adorables. Hay adornos sencillos, pero elegantes por todos lados. Me encanta todo. Me giro hacia él escéptica.

— ¿Qué es este lugar? —le pregunto, aproximándome.

—Es nuestra casa, Ade, donde viviremos a partir de hoy—suelta, y de pronto veo lágrimas en sus ojos.

— ¿Qué pasa, Ed? —vuelvo a decir, sin saber que le sucede. Me planto frente a él y tomo su rostro.

—Estoy feliz—dice, con la voz quebrada, pero aún así no entiendo—. Durante tanto tiempo solamente te imaginaba pasear por aquí. Mirar por la ventana, sonreírme. Y ahora me cuesta creer que es verdad.

—Estoy aquí, amor. Soy real—le aseguro, besando sus labios. Me toma de la cintura y me levanta, sujetándome en sus brazos.

— ¿Subamos? —pregunta. Asiento, y me guía escaleras arriba.

—Esta es nuestra habitación, amor—me anuncia, abriendo la primera puerta frente a nosotros. Me carga dentro, y me deposita en la cama. Admiro todo.

— ¿Te gusta?

Me mantengo en silencio.

—Si no, entonces podemos cambiarla. O buscar otra casa—propone, con voz nerviosa. Me volteo hacia él, y por fin puedo articular palabra alguna.

—No. No. Es, es perfecta—concluyo. Es totalmente verdad. Es perfecta, tal y como siempre me la imaginé—, me encanta.

Esboza una sonrisa de oreja a oreja y me toma en sus brazos.

— ¿De verdad?

—Por supuesto. Si estás conmigo, todo es perfecto.

Después de eso, todo surge igual que siempre. Me cuenta cómo había logrado todo lo que tenía. Dijo que desde que entré en coma solo se dedicó a estudiar y a terminar su carrera. También, que había publicado su libro, y que debido a su éxito en ventas, había acumulado una gran cantidad de dinero. Lo observo con un orgullo enorme, pues desde que tengo memoria, él ha sido un apasionado por la literatura, no me sorprende lo capaz que es, porque al fin y al cabo, su gran sueño está cumplido.

— ¿Estas feliz?, me refiero a que cumpliste tu sueño—le comento.

Me mira, ajeno acerca de lo que digo.

—Publicaste tu libro—le recuerdo.

—Sí. Lo hice...—acepta—, pero ese dejó de ser mi sueño hace mucho tiempo—responde, cambiando de expresión. Ahora es mi turno de estar extrañada.

— ¿Qué quieres decir? —indago, curiosa.

—Mi sueño es que seas mi esposa, y que juntos tengamos muchos hijos—revela, mirándome fijamente.

— ¿Qué? —Estoy atónita y sonrojada. A pesar de la revelación, me encanta que lo haya dicho, así que se lo demuestro. Lo atraigo a mí, y lo beso lentamente, diciéndole así que él es todo lo que quiero, y que ambos compartimos el mismo sueño. Más allá de algo material, el estar juntos; es más que suficiente. Sus ojos me miran con tanto amor, dulzura, que no pongo en duda que él es y siempre será el hombre de mi vida.

Nuestro futuro es incierto. Yo lo sé más que nadie. Cualquier evento fortuito puede modificar nuestras vidas, pero lo importante es aferrarse a la esperanza. Como se dice, «la esperanza es lo último que se pierde». Cuánta razón tiene aquella frase, Ed lo sabe más que nadie.  

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