Parte 1

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El piso es raro. Para mi vista, se parece a los de una película y estamos en una nave que está en el espacio. Pero no tengo como saberlo. Solo me conformo con mirar el suelo y fantasear con lo que puede significar. Otra cosa más, las puertas no son normales. Son unas compuertas. Como la de los ascensores. Ese es otro detalle que me hace pensar que estoy fuera de la órbita de la tierra.

Es un poco extraño lo que sucede. Todos somos nuevos.

Me encuentro con personas conocidas, pero no les hablo, y ellos tampoco a mí. Nos formamos en filas y avanzamos.

Intento no distraerme, pero los gritos de las personas que pasaron delante de mí, no lo logran. Por el contrario, mi pulso se incrementa y se mantiene así, hasta que escucho claramente como una voz monótona pronuncia mi nombre de forma errónea.

—Adelaida Danvers.

Camino con parsimonia. Las piernas me tiemblan, por lo que no me apuro, solo avanzo hasta que entro en una habitación, y unas enormes ganas de desmayarme me embargan. El nerviosismo de antes no es nada comparado con lo que siento ahora.

Un insecto, de precedencia desconocida para mí, me observa con unos enormes, pero enormes ojos. No exagero. Creo que sus gigantes patas ocupan un tercio de esta habitación. Su cabeza y cuerpo, el resto. Es de un color horrible, café desteñido.

No hay otro ser humano que me acompañe. Solo el insecto, yo y una pantalla que se ilumina. Esta comienza a hablar de un segundo a otro.

—Bienvenido. Estas aquí para cumplir un objetivo. Pero antes te pido que te recuestes en la camilla frente a ti y te mantengas quieta. Te recuerdo que no se puede salir de aquí, por lo que es de crucial importancia que sigas los procedimientos indicados, para eventualmente avanzar de forma expedita. Sigue las líneas iluminadas en el suelo para llegar al destino. Gracias por tu atención.

Y así es como sigue repitiéndose en otros idiomas. Inglés, coreano, ruso, árabe. Utilizo ese hermoso tiempo para idear un plan. Sigo con los pies estáticos en el suelo, hasta que la máquina termina de hablar en chino. Esa es mi llamada de alerta. Las líneas en el suelo se iluminan más y el insecto se mueve, como impaciente.

Me dan unos escalofríos, pero solo actúo de acorde a mi plan, elaborado en segundos. Cuento meticulosamente un minuto y avanzo. Me instalo en la camilla y cuando escucho aquellas palabras, todo empieza.

—Cuenta regresiva para el procedimiento. En, 10, 9, 8, 7, 6...

Dejo de oír aquello para no desconcertarme, y me volteo sobre mi espalda hasta caer al suelo. Las enormes patas de bicho se mecen a mi lado, pero gracias a su desmesurado tamaño, puedo pararme y comenzar mi escapada.

Esquivo su horrible cuerpo, corro bajo sus patas y llego a la puerta más cercana.

Supongo que los encargados de esto pensaron que iba a ser una sumisa e inocente muchacha, aguardando a lo que iban a hacerme con los brazos abiertos y toda dispuesta.

Se equivocaron.

Yo no pienso ser alguien manipulable. No lo permitiré. Primero lucharé. La puerta se abre sin ningún problema y me deja la salida libre. No creí que fuera a ser tan sencillo, francamente. Un sonido gutural me perturba, obligándome a agacharme y taparme los oídos. Cuando el aullido se apacigua, me pongo se pie y lanzo una mirada por encima de mi hombro, y efectivamente el gigantesco bicho viene a mi acecho. Corro y me meto en un ascensor, logrando que este se cierre justo cuando una de las patas del animal se iba a arremeter contra mí. Suspiro de alivio y me seco la transpiración de la frente. Observo mi vestimenta y más calor me da. Unos pantalones grises y una camiseta del mismo color. Entre zapatos y zapatillas es lo que cubren mis pies, no logro deducirlo bien.

Me pongo alerta cuando la puerta se abre. Salgo disparada de ahí, hasta una puerta de la que proviene una agradable melodía. Abro dicha puerta y entro. Personas normales. Sonrío. Todos están ensimismados en algo. Conversan, cantan, leen. Me siento parte de ellos una vez más. No están asustados ni nada como lo mío.

Quizás solo debo ceder y capaz que me encuentre con una sorpresa. Puede que no sea tan malo. Observo sus sonrisas y los recorro con mi vista, hasta llegar a sus pies.

Algo llama mi atención. Me tomo mi tiempo y sigo mirando.

Mi rostro se contrae y aquella sonrisa de satisfacción es borrada por lo que mis ojos encuentran. Un extraño aparato no solo adorna todos los tobillos de las personas presentes en esta sala, sino que también los manipula.



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