Parte 7

3 0 0
                                    


—Eddie...

—Te amo, Adelaida. Siempre lo he hecho. Siempre lo haré—dice.

Mis oídos no creen lo que escuchan. Estoy atónita. Vuelvo a mirar nuestras manos y ambas tienen anillos de matrimonio.

—Bésame... —le susurro. Ed sonríe y me atrae hacia él. Junta nuestros labios lentamente hasta que ambos jadeamos de la emoción. Por minutos sentí el mundo en mi contra, creí mi vida acabada. Pero ahora todo se invierte. Me ve con felicidad y amor. Nos besamos largamente, con pausas, él recordando mis labios y yo, amándolo, como si fuese a ser nuestro último día juntos. Abro mis ojos cuando nos separamos y sonrío. Ralentizamos nuestras respiraciones y veo como se pone de pie.

—Ade... El día que nuestra vida cambió... yo te iba a pedir que seas mi esposa. Era una sorpresa en la casa de tus padres, pero ya sabes... No se pudo—dice. Respira hondo y sus ojos se inundan de lágrimas—. La vida quiso que esto pase, y aunque por mucho tiempo pensé que mi vida se acabaría sin ti, no fue así, me convencí de que despertarías y que te amaría aun más.

«Estuve en el infierno y salí de ahí. Intenté continuar con mi vida, pero no pude. Cada vez que venía y te veía en esta cama, eso me daba más fuerzas para continuar. Tenía la esperanza de que despertarías y que me regañarías por no estar haciendo las cosas bien. Por deprimirme. Venía a diario a verte, te leía lo que llevaba de mi libro y había ocasiones en las que movías tus dedos. Podía sentir lo feliz que estabas. Eso me ayudaba a continuar. Solo tú. Hace un año te puse el anillo porque te extrañaba tanto, y solo eso me hizo pensar que todavía estabas junto a mí».

Aclara su garganta y se arrodilla frente a mi cama tomando mis manos.

—Después de todo lo que hemos pasado, ¿te casarías conmigo? —Lloro de felicidad mientras pronuncia todo, y le cuando termina le pido que se acerque.

—Sí, mil veces sí. Te amo—le respondo. Lleno de besos su rostro; enamorada completamente. Él me carga en sus brazos con delicadeza y me recuesta en la cama.

—Te amo, te amo, Ade... —susurra, incontables veces. Besa mis manos, mis ojos, mis labios.

—Tengo muchas sorpresas. Te encantaran—dice, aún besándome con una dulzura infinita.

—Estoy ansiosa, sácame de aquí.

—Está bien. Pero debes esperar. Acabas de despertar y quiero que el doctor te examine de nuevo.

—Ed. Sabes que odio los hospitales—le recuerdo.

—Sí, pero no hay excepciones. Llamaré a tus padres—responde, sonriendo. Avanza hasta la puerta, la abre, y en el último minuto se arrepiente. Se da media vuelta y vuelve a mí.

—Te amo, Ade—repite otra vez. Besa mi mejilla y labios repetidas veces. Después sale por la puerta.

Mi corazón late demasiado rápido después de eso. No es que no lo haya estado antes, es solo que no tuve tiempo de pensar, solo de verlo a él, tan nervioso por preguntarme aquello.

Tantas veces me había imaginado ese momento, en otra situación por supuesto, pero me conformo feliz. En resumen todo lo que me dijo fue perfecto. Lo amo tanto que daría todo por él. Y el saber que estuvo solo y que sufrió por algo que ninguno de los dos tuvo culpa, me llena de furia. Espero haber tenido la justicia que merezco. Que ambos merecemos.

Lloro como una magdalena al ver a mis padres y al notar los años que tienen encima. Los abrazo a ambos y les susurro lo mucho que los quiero. Los dos se dejan vencer por la emoción y sueltan lágrimas junto a mí. Me cuentan lo difícil que ha sido todo y por lo que tuvieron que pasar. Mi rostro se decae al oír eso, pero luego me alivio al ver lo felices que están juntos. Lo enamorados que se miran y se toman de las manos.

La puerta se abre y espero que entre mi Eddie, pero es solo una enfermera. La misma que vi cuando desperté. Ella me sonríe y se acerca a verme.

—Hola. ¿Cómo te sientes, Adelaida? —pregunta. Su rostro mantiene una sonrisa que me recuerda mucho a alguien. La veo detenidamente hasta que enfoco su placa donde está su nombre.

Jossie Helt.

Helt. Es el apellido de Eddie. Dios. Sonrío, recordándola completamente.

—Jo... —murmuro. Sus ojos brillan y toma mi mano. Es la hermana de mi novio, pero más que eso, es mi amiga. Mi adorada amiga. La conozco de toda la vida. En un principio fui amiga de Eddie desde pequeños, así que ella siempre estuvo junto a nosotros. Compartimos tantos recuerdos, que no me cabe en la cabeza como es que pude olvidarla. Lágrimas caen desde sus ojos.

Cuatros años le han sentado muy bien. Ya es toda una profesional. Recuerdo que antes de todo, ella estaba iniciando su carrera en la universidad. La veía tan insegura, tan inocente, que verla ahora me llena de orgullo y felicidad. Cumplió lo que se propuso; tal y como siempre le dije que podía ser.

—Ade... Creí que no te acordarías de mí...—dice y llora sobre mi hombro mientras me abraza.

—Nunca me olvidaría de ti, pequeña. Te quiero—le hago saber.

Mis padres no tuvieron más hijos a demás de mí. No porque no quisieran, sino por algo que iba más allá de ellos. Fue un milagro que yo haya nacido, esa es la verdad. Hay mujeres que simplemente no pueden concebir, como ocurrió con la mía. Ella siempre fue muy cristiana, y creía que los milagros existían. Mi padre, se negaba totalmente en creer eso, pero solo bastó con saber que mi madre estaba esperando su hija para que él rebobinara, y modificara su modo de pensar. Jo, es sin duda la hermana que nunca tuve. La trato como una, aunque no lo sea. Mis padres la adoran, al igual que a Eddie.

Me siento tan feliz con la familia que tengo, que no la cambiaría por nada del mundo.

—No quise decir nada en un principio, quería que sola me recordaras—me dice, todavía llorando.

—Así fue, Jo.

Ambas lloramos ante el encuentro. Entre risas y conversaciones, me comenta que se va a casar. Que había conocido al amor de su vida y que eso era lo que más quería. Asentí a todo, estaba demasiado feliz por ella como para decir algo. Ocurrieron tantas cosas en mi ausencia que siento que nunca acabará de contarme todo. Jo se encarga de revisar mis signos vitales y de realizarme los exámenes pertinentes.

Después de eso, Eddie vuelve a aparecer. Se acerca con esa sonrisa coqueta de la que es famoso, y me toma en sus brazos.

—Te tengo una buena noticia.

—Cuéntame.

—Te van a dar de alta. La en dos semanas o puede que la próxima—sisea en mi oído.

—Está bien—accedo, bastante desconforme.    

—En un minuto vendrá el doctor. Depende de lo que él diga para que te dé el alta antes. Sabes que tampoco me gustan los hospitales, pero debemos asegurarnos.

Me reconforto en sus brazos, relajándome totalmente, hasta quedarme profundamente dormida. 

AtrapadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora