Parte 6

2 0 0
                                    

El pecho me duele enormemente. Abro los ojos, solo para encontrarme con una luz blanca, cegadora. Respiro y muevo mi mano a mi rostro. Tengo una mascarilla que me brinda oxígeno.

Me asusto de súbito. ¿Qué me pasó?, ¿qué hago acá?, ¿dónde está Eddie?

Solo tengo vagos recuerdos de que íbamos en el auto, a la casa de mis padres. Intento llegar a más información, pero la cabeza empieza a dolerme. Veo lo que puedo a mí alrededor y sí, efectivamente es un hospital. No entiendo nada, y no ver a nadie me inquieta aún más.

Pasan extensos minutos y por fin la puerta se abre. La cara de una joven se acerca, y me ve incrédula. Se aproxima más y me toca el brazo.

—Oh. Dios. Hola. Señorita Danvers—dice y se retira.

— ¡Doctor! ¡Despertó! ¡Doctor! —escucho como grita fuera de la puerta. Segundos pasan y vuelve a aparecer en mi vista.

—Hola. Qué alegría—exclama, sonriente. Revisa algo en mi brazo y en una máquina junto a mi cama.

—... Si, y llamen a su familia, por favor—la voz de un hombre se oye, y no puedo evitar sonreír. Solo pienso en Eddie. Pero esa no es su voz.

—Buenos días, Señorita Danvers. ¿Cómo se siente? —dice aquel hombre, que se me acerca y me quita la mascarilla, esperando mi respuesta.

—Yo... Mi nombre es Adelaida...Quiero ver a Eddie—susurro, mi voz sale peor de lo que creí. Me cuesta enormemente pronunciarlas.

—Está bien. Adelaida. ¿Cómo estás? —vuelve a preguntar. Alumbra mis ojos, y me hace seguir su dedo. Revisa mi garganta y anota algo en una libreta.

—Estoy bien, yo... N-no recuerdo que pasó.

—Eso es normal, ¿quieres que te lo diga?

Asiento. Algo inquieta.

—Bueno, ese día, veinte de enero del 2010, ibas con tu novio en un auto—comienza. Los ojos se me llenan de lágrimas, y el doctor se detiene, pero le hago un ademán para que continúe. —Tuvieron un accidente, Adelaida. La culpa fue del otro conductor, ya está comprobado. Eddie sufrió lesiones, no muy graves. Tú, en cambio, te llevaste la peor parte.

— ¿Qué? —pregunto, con dificultad.

—Perdiste mucha sangre, tu costilla y brazo derecho se fracturaron. Y... Estuviste en coma. Adelaida—me comunica, frunciendo el ceño. Como si le costara decir aquello. Estallo en llanto, no soportándolo más.

¿Coma?, entonces, ¿cómo siento que vi hace algunas horas a Eddie? Estábamos en casa y habíamos almorzado. No puedo asimilarlo todavía. Necesito verlo.

— ¿Por cuánto? —pregunto, intentando reponerme. Aunque es imposible.

—Cuatro años y una semana. Adelaida, escúchame. Tu salud está bien. Todas las señales dicen que lo estas. No tengas miedo. Ya pasó.

—Pero ¿y mi familia? ¿Cómo están? —le pregunto, deteniéndome cuando la puerta se abre dejando a una enfermera a la vista. Su cara me resulta conocida, pero no logro saber de dónde.

—Disculpe, doctor. Su familia ya está aquí.

—Bien—responde el doctor. —A Eddie primero, por favor—le pide a la enfermera conocida. Ella asiente y se retira.

Mi corazón se acelera.

—Ya están aquí, Adelaida. No hay nada de qué preocuparse—dice e intentó sonreír.

—Te quitaré esto, para que no salte—termina, sacando un aparato que tengo en mi dedo índice. Una maquina deja de pitar, pero otra continua. Observo que tengo unos electrodos en mi pecho, y que esos son los responsables de todo.

Respiro profundo y espero al amor de mi vida.

No me doy cuenta en qué momento el doctor y la enfermera se retiran y me dejan sola, solo me quedo quieta, esperando a que la puerta se abra nuevamente. Pasan minutos y nada, hasta que se abre ahí aparece.

Sonrío, y el también lo hace.

Se acerca y me abraza, fuertemente. Me envuelve en sus brazos y no me suelta, menos aún cuando comienzo a llorar. Me desahogo, todo lo que puedo y él también.

Siento que estoy de vuelta en la vida, lo siento cerca y eso es suficiente.

—Te extrañé Ade... Muchísimo—susurra, viéndome a los ojos. Los suyos están anegados de lágrimas y coloridos. Como siempre. Me ven con esa intensidad que solo sonrío. Veo nuestras manos entrelazadas y cierro mis ojos ante lo que veo.

Lleva un anillo. En su dedo anular.

El cielo cae sobre mí y mis ojos se empañan de lágrimas otra vez. Pero ahora de tristeza. No lo puedo creer.

Él...continuó con su vida... Duele reconocerlo, duele demasiado. Habría sido muy egoísta exigirle lo contrario, no sería justo. Él es un buen hombre, guapo, inteligente. Cualquier mujer querría estar con él. Es perfecto.

—Yo... Te amo—susurro, al menos debía decirlo por una vez más—... Te amo mucho.

—Ade... Lo sé—murmura de vuelta, abrazándome otra vez—. Yo también te amo—contesta, y me estremece el pecho escuchar sus palabras. Por supuesto que me ama. Estuvimos cinco años juntos, pero nos conocemos desde pequeños. Es un amor innato. Los años proporcionan eso, pero no es lo que quiero, yo solo deseo que me ame como mujer, como su compañera, como la mujer de su vida. No así.

Lo abrazo y envuelvo mis manos en su cuello una vez más. Lo aprieto contra mí, aferrándome a él. No me quiero alejar, añoro quedarme así por siempre. Odio saber que otra mujer estuvo con él, que alguien más lo besó. Lloro mucho más pensando en eso, sin poder detenerme. Hago caso omiso a los dolores de mi cuerpo, pues solo pienso en lo mucho que cambiará mi vida sin él.

—No te quiero perder—balbuceo, respirando más tranquila. Sus manos mágicas se mueven por mi espalda y logran sosegarme.

—No me has perdido, Ade—responde. Me separo de él y me toma de las mejillas. Agarro su mano izquierda y le señalo su anillo.

—Claro que hice—digo, dejando que las lágrimas corran. Mi pecho se aprieta más, sin poder creer lo veloz que se va de mi vida. El amor que creí nunca perder.

—Ade... Te amo—dice, sonriendo. Toma mi mano y me la señala. Un anillo de oro, exactamente igual al suyo, rodea mi dedo anular. Veo nuestras manos juntas y me quedo perpleja.

AtrapadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora