Una extraña conversación

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 ―¿Me querrás para toda la vida?

―Y aunque la vida acabe y seamos almas y alimento para gusanos, te seguiré amando.

No podrían salir palabras más sinceras alguna vez de labios humanos, y Vidya lo supo. Supo también lo mucho que Arturo le ama, y cuanto ella le corresponde. Pese a que este dice que no la merece, para ella, ambos son el regalo perfecto del uno hacia el otro. Ella no creía que el amor es ciego, sordo ni mudo; para ella, a cada roto le correspondía su descosido. Y si, Arturo era lo era. Lo compartían todo: la cama, la casa, los alimentos, la vida... y aun así no había aburrimiento ni cansancio en sus miradas, son de esas uniones que se funden como acero hirviendo para no separarse más.

Y sin embargo, debe hacerlo. Le remordía la conciencia dejarlo solo.

No sabía cómo podría actuar él, mas, ella no tan valiente como para verlo padecer el dolor de observarla mientras ella agoniza en una cama. Porque estaba segura de que el cáncer la mataría. Era egoísta, sí, o no, ya ni siquiera podía ordenar las ideas en su mente. No, no lo es, su marido haría de nuevo su vida ―se dice― y que, tarde o temprano, encontraría una buena mujer que lo amase, que tendrían hijos y vivirían unidos hasta hacerse viejos. Algo parecido a lo que juntos planearon.

―¿En qué piensas, cariño?

―Si yo muriera, ¿qué harías tú? ―respondió ella, con sus ojos de jade clavados en el rostro del otro.

―¿A qué viene esa pregunta ahora? ―comentó, extrañado.

―¿Si yo muriese, ahora o en veinte años, que sería de ti sin mí? ―mientras se desligaba del abrazo que los unía.

Arturo comprendió que era una pregunta seria.

―Pfff, no lo sé, es algo que jamás he pensado, no concibo la idea de perderte.

―Y, llegado el momento ¿Lo sabrás?

―Supongo.

Y no hubo más preguntas, se recostaron en el pasto y continuaron mirando al cielo.

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