Nunca más

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DDe nuevo corre. No sabe muy bien porque lo hace, solo siente la necesidad irrebatible de obedecer lo que su misterioso amigo le ordena. Entran en la casa; recorren la cocina y la biblioteca, donde él y Vidya solían pasar las noches inundados en la lectura, tomados de la mano. En la mesa aún podía notarse el último libro que ella leyó, era una novela romántica del siglo XVIII que parecía encantarle.

Salieron de la habitación, y llegaron al dormitorio.

Desde la muerte de su mujer, Arturo solo había estado allí tan solo una vez, para sacar la ropa que llevaba puesta. Todo seguía allí casi tal cual como aquella mañana maldita: las sábanas seguían revueltas, los perfumes de ella en su cómoda; y su espejo, aunque lleno de polvo, también intacto. En la mesa de noche estaban sus lentes de descanso, que le daban un aire intelectual que la hacían más bella y provocativa.

Sin embargo, algo allí cambió.

Sobre la cama, sobre esas sábanas en las que se acurrucaba para que él la protegiera con sus brazos, el brillo deslustrado de un arma resalta. Él la recordaba bien. Se había deshecho de eso ya hace mucho, luego de una de sus pocas discusiones como casados. Recuerda también que la lanzaron juntos al río ¿Cómo puede estar allí? Ni siquiera está húmeda o tiene signo alguno de desgaste, es como si la hubiera guardado y protegido del ambiente. Tomó la pistola en sus manos, El metal emite un frío penetrante, permanente, cala hasta los huesos.

Ninguno de ustedes, que leen esto, podrían ni deberían reprochar su actitud ni la decisión que está a punto de tomar. Nadie soportaría por mucho tiempo el sufrimiento que lleva dentro de él, pues pocas personas lo saben; y aunque algunos lo hayan experimentado, no podrían entenderlo, nadie podría entenderlo. Está a punto de tomar una decisión tan válida como la de Vidya, y como la toman muchas personas. Incluso ahora que te narro esta historia, alguien la está tomando. Total, ya está muerto en vida, come solo porque debe comer, y duerme solo porque debe dormir, con los ojos a reventar de las lágrimas en pos de un cuervo estúpido que le da la oportunidad de acabar con la agonía.

No ha dejado de pensar en la muerte desde que llegó a la estatua del guardián, y ahora, con la ocasión perfecta en sus manos, no hace más que temblar «¿De dónde habrá sacado su mujer tanto valor?», «eres un cobarde, un marica», se dice a sí mismo. Debe hacerlo, es la única manera de estar cerca de ella. Hay quienes creen que no existe el cielo para los suicidios, pero hasta un infierno con ella es mejor que una tierra en soledad.

Coloca la punta de la pistola en su cien. «Es el momento propicio», piensa. El gatillo y el dedo índice se dan un beso tímido.

Nunca más. 

Los cuervosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora