Tenebre

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Oscuridad. Solo veía oscuridad. Por más que movía la cabeza y abría los ojos cada vez más, solo podía observar un color: negro. Y un solo sentimiento invadiendo todo mi cuerpo, el miedo... La memoria se había ido y mis recuerdos con ella. No podía creer que estuviera tan sola en este inmenso mar de desesperación. El sentimiento de terror profundo que me albergaba recorrió mis entrañas y mi cuerpo con una oleada de reconocimiento a éste tan a flor de piel. Porque mi cuerpo ya lo había sentido una vez y había sido justo en el preciso momento cuando había despertado en aquel bosque frio y negro sin ningún conocimiento del pasado.

Traté de mover mis músculos despacio, parecía que todas las partes de mi cuerpo estaban unidas a mí. Tanteé el suelo y las yemas de mis dedos pudieron percibir un dolor punzante no muy profundo, como cuando tomas varias ramas pequeñas en una mano y las encierras en un puño. El dolor me gustaba, al menos sabía que aún estaba en el bosque. Pero no recordaba por qué estaba allí ni por qué estaba tan oscuro.

Tenía miedo de haber quedado ciega.

Tenía miedo de que alguien me estuviera mirando y me quisiera atacar. Tenía miedo de olvidarlo todo de nuevo y tener que empezar de nuevo. Pero sobretodo tenía miedo de enfrentarme a la sombra una vez más. En ese segundo, pude recordar todo... La mujer desangrada en el suelo, el hombre de la enorme cicatriz que me atacó y la sombra que me defendió... Hasta cierto punto. Me froté los ojos con los puños, aun no conciliaba distinguir nada entre la espesura de la oscuridad que me rodeaba como un manto negro. Al no poder ver nada, traté de hurgar en mi memoria lo que había pasado... Pero nada surgía. Recordaba ser 'salvada' por la sombra negra, y luego que ésta comenzara a tener forma de humano. Lo último que podía ver en mi mente era yo, corriendo desesperadamente por el bosque, con los pasos siguiéndome de cerca y el corazón desbordándome del pecho. Luego me detuve, al escuchar los pasos parar y al ver el cielo tan peligrosamente... ¿Cerca? Porque recordaba tener al cielo a poca distancia. Como si pudiera estirar los brazos y poder tomarlo para mí... Poder agarrarlo y sentirme parte de él... Libre.

Me dejo llevar por los pensamientos y a mi mente vienen las estrellas, en un cielo azul y rojo, tan extraño como hermoso. Siempre me parecieron extrañas las estrellas, ellas miran a los humanos de una posición perfecta y casi infinita. Ellas pueden saber más de historia que cualquiera de nosotros, pero jamás vendrían a enseñarnos si pudieran, porque ellas saben cosas que jamás deberíamos saber. Y mis pensamientos se detienen porque la oscuridad se va como por arte de magia y veo a una nena con un vestido de época saltar y correr por el bosque. Una nena de apenas cuatro o tal vez cinco años, con un cabello color negro que le llega hasta los talones; por lo que me da miedo que lo pise y se caiga. Veo a un hombre bajito y vestido con ropa negra de cuero, algo muy extraño y fuera de época en comparación al vestido de la niña. Éste la mira desde atrás de un árbol y empuña un cuchillo con la mano izquierda, supongo que es zurdo. Trato de advertirle a la pequeña, pero mi voz no se desprende de mi garganta y un remolino de polvo color azul me envuelve completamente y cierro los ojos con el temor de la mano; puedo ver en mi mente a la niña nuevamente y la oscuridad vuelve.

Al abrir los ojos la nena desaparece y la oscuridad con ella. Ahora me encuentro en una especie de lago. Una niña parecida a la anterior, aunque más grande, juega en él metiendo y sacando la cabeza del agua y conteniendo la respiración. Un hombre alto con barba y rubio sale de un árbol cercano y llama a la niña, que sale corriendo ante su llamado. Luego me doy cuenta que es muy parecido al hombre que había visto antes, pero mucho más alto.

¿Dónde estoy? Grito con toda la fuerza de mi garganta... Pero parecen no escucharme y se alejan cada vez más de mí. ¿Dónde estoy? Pregunto nuevamente mientras me llevo las manos a la cabeza y caigo de rodillas al suelo duro, junto al agua. Ésta comienza a moverse por la acción de un viento repentino, que antes no había, pero cada vez es mucho más fuerte; hace que se me vuelen los cabellos y no pueda ver sin que la tierra entre a mis ojos y me oculten la visión.

Me paro con dificultad y giro la cabeza varias veces para ver dónde estoy. La sombra aparece de nuevo y yo oculto la cabeza entre mis rodillas mientras el viento me azota con fuerza. Al abrir los ojos solo veo el color gris de unos ojos apagados y tristes que me miran. Es Gabriel.

– ¡No! –grito con todas mis fuerzas y me alejo de con los talones. Que se clavan en la tierra. Estoy en el bosque y estoy sola. Es de noche y aun no llovió, la tierra está seca; miro al cielo en busca de las nubes negras y aún están allí, amenazando con llorar dentro de muy poco tiempo. Perfecto, ahora sí que estabas completamente perdida.

– ¡MUY BIEN HECHO DREYRI! –grito con todas mis fuerzas mientras alzo las manos hacia el cielo y las dejo caer junto a mis piernas, lo que hace que me golpeé y me duela.

Comienzo a caminar donde mis instintos me dicen, con gran dificultad, realmente los pies no me respondían como siempre, parecían cubiertos de cemento seco. No me desespero, sigo caminando en línea recta, algún día encontraría la autopista. Bien, tengo que seguir adelante. Cuando menos me lo esperé, había seguido hasta el fin del bosque. Había llegado a la autopista y realmente sin saber cómo. La alegría me invadió, pensé que iba a morir allí dentro. Miré un instante qué rumbo seguir y me decidí, corrí rápidamente por entre el bosque y la autopista hacia la casa de los Blacked. Mataría a Alex por dejarme si no tenía una buena excusa. Al poco tiempo logré divisar la enorme construcción llena de ventanas, por lo que corrí rápidamente antes que la lluvia me alcanzara, realmente no tenía ganas, y menos luego de todo lo que había pasado. Lo único que quería era encontrarme en mi habitación y encerrarme allí para poder leer algo y escuchar un poco de música. Cuando llegue a la entrada, Alex estaba allí jugando con un enorme perro negro con una gigante cabeza y una mandíbula cuadrada llena de dientes afilados en forma de colmillos. No sabía que tenían un perro, aunque bien podría ser una perra, pero lo dudaba.

–Alex –grité mientras me acercaba.

–Dreyri –dijo imitándome.

–Me dejaste sola en la escuela –dije con furia.

–Me canse de esperar, tengo muchas cosas que hacer, muchas novias que dejar... –dijo alzando la mano como si no le importara.

–Perfecto. Eres desesperante –dije  irguiéndome y apoyando mis brazos en mis rodillas mientras me sacaba las zapatillas llenas de tierra del bosque y las colocaba pulcramente ordenadas a un costado del porche.

–Lo sé, pero también perfectamente deseable –dijo con una sonrisa de lado.

Miré hacia el cielo. Estaba negro, apenas podía distinguir el rostro de Alex.

– ¿De quién es? –Pregunté señalando al perro–.

–Es mía. Se llama Tris, es hembra.

– ¿Por qué jamás la vi? –pregunté con extrañeza.

–No sé, estarás ciega.

Puse los ojos en blanco y dije:

–Es linda.

–Los perros se parecen a sus dueños.

Esto era demasiado. Entré a la casa y justo en ese momento la lluvia comenzó a descender del cielo con grande furia, Alex y Tris entraron rápidamente.

–Pareciera que pudieras controlar el tiempo –dijo con gracia mientras se sacudía las gotas que habían caído en él y la perra hacia lo mismo, mojando los muebles cercanos.

–Ojala pudiera hacerlo. Me encantan las tormentas, haría que todo el tiempo lloviera –dije mirando por la ventana.

–A mí también me gustan –inquirió acercándose a mí y poniéndose al lado, para admirar conmigo la lluvia repentina.

– ¡Mis zapatillas! –dije rápidamente. Salí corriendo hacia fuera y llegue con prisa hacia mi calzado, que se estaba mojando completamente. La lluvia había empeorado y pronto estaría todo inundado, como la vez anterior. Tomé mis convers rápidamente y corrí nuevamente hacia dentro de la casa. Al hacerlo, cerré la puerta detrás de mí.

– ¿Qué sucede? –pregunté con miedo, al ver que Alex me miraba con los ojos muy abiertos, al igual que la boca.

–Tu...

– ¿Qué pasa? –dije con los sentidos cada vez más alertas.

–No estás mojada, el agua de la lluvia no te mojo.

– ¿Qué? –pregunté mientras me tocaba el cuerpo y la ropa comprobando realmente que no los tenía ni siquiera húmedo.


Secretos de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora